Gonzalo Gamio Gehri
Que la categoría
“cultura” constituye un elemento significativo en la construcción de la
identidad es algo que nadie podría poner en duda, pero sí resulta polémico
sostener cuán relevante es la pertenencia cultural en la formación de nuestro
sentido del yo y en qué sentido ella puede (o no) resentir los poderes de
nuestra razón práctica, la capacidad
del agente de deliberar y elegir críticamente un modo de vida. Para los
teóricos del desarrollo humano en la clave del enfoque de las capacidades,
resulta evidente que el cuidado de la identidad requiere de espacios de
libertad y reflexión, así como oportunidades para acceder a servicios de salud
y educación que permitan la elección de una vida con sentido basada en razones
que podamos exhibir y compartir. Una vida en la que el proyecto personal – los
valores, las metas – sea fruto de la imposición de un grupo o sea definido de
antemano por un líder social o religioso dista mucho de ser considerada una
“vida plena” o una “vida de calidad”. En Identidad
y violencia, Amartya Sen sostiene que la identidad no se “descubre”, si no
que se “construye”: a pesar de que las circunstancias biográficas y el legado
de las comunidades no elegidas es considerable e importante – pues constituyen
el horizonte propio del discernimiento práctico – la potestad del agente de
someter a revisión crítica la tradición es concebido como un derecho
irrenunciable y a una inequívoca expresión de libertad cultural.
Sen considera que
la suscripción de lo que llama “la ilusión del destino” – la presuposición de
que la identidad se define en primera instancia desde la pertenencia cultural o
la militancia religiosa, de modo que éstas imponen al yo determinados
propósitos que el individuo no puede cuestionar o desafiar sin traicionarse a
sí mismo – constituye una de las condiciones ideológicas de la violencia
desatada luego los atentados del 11 de septiembre de 2001. Imponer una imagen
del yo no susceptible de crítica, una imagen del sí mismo tan integrada a la
comunidad que no puede examinar o reformular sus vínculos con ella. A juicio
del autor indio, la tesis central de El
choque de cibvilizaciones de Huntington asume esta postura ideológica, tan
perjudicial para una concepción liberal de la agencia humana. Se trata de una
perspectiva perfectamente compatible con los integrismos de diverso cuño que
promueven la violencia en el mundo contemporáneo. La prédica de “guerras santas”
– trátese de conflictos armados o de cruzadas de persecución ideológica –
encuentra su raíz en la idea de que el sentido de quiénes somos se agota en un sistema
de creencias mololítico e inrescrutable.
¿Cómo enfrentar
este punto de vista? Sen sostiene que una de las estrategias que han observado
las democracias occidentales ha consistido en apoyar y brindar espacios de
interlocución a líderes religiosos tolerantes con otros credos y concepciones
de la vida. No obstante, ésta no puede ser una solución que toque el núcleo del
problema. Una manera de refutar a la ilusión del destino y erradicar la prédica
nefasta de la Kulturñkampf como eje hermenéutico de lo político pasa por
prestar particular atención a la cuestión misma de la identidad. Si comprendemos lo que significa ser un yo,
las dimensiones de ese yo, caeremos en la cuenta de que nuestras identidades son plurales: el modo cómo nos ubicamos
y orientamos en el espacio social posee diversas facetas.
Origen geográfico,
cultura, nacionalidad, residencia, género, sexualidad, clase social, oficio,
profesión, ideas políticas, religión, concepciones filosóficas y literarias, lealtades
deportivas, etc. considerar que la identidad se forja únicamente en una fuente
cultural o religiosa constituye una hipótesis falsa, basada en una simplificación
teórica. Cada una de estas facetas del yo supone a su vez una forma puntual de
vínculo social. A la pregunta acerca de cuáles entre estas facetas deben primar
sobre las demás, Sen sostiene – en la clave del liberalismo político – que el
orden jerárquico de tales dimensiones de la vida dependerá del discernimiento
práctico del agente. No existe una jerarquía valorativa a priori en torno a que aspectos del yo tendrían que primar. Hay
que dejar espacio para que el propio agente pueda deliberar y elegir qué formas
de orientación prevalecen en su modo de vida
El reconocimiento
de esta pluralidad de facetas identitarias constituye un primer paso en la
tarea de desenmascarar y superar a la “ilusión del destino”. Potenciar el
ejercicio de la razón práctica y generar espacios para ello – en la sociedad civil
y en el sistema político – permitirán consolidar libertades básicas para
acceder a una vida de calidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario