viernes, 7 de diciembre de 2007

NOTA SOBRE "IDENTIDAD Y VIOLENCIA" DE AMARTYA K. SEN


Gonzalo Gamio Gehri


Sen, Amartya K, Identidad y violencia. La ilusión del destino Buenos Aires, Katz 2007.

Amartya Sen es un importante pensador de la sociedad y el Desarrollo Humano – ha sido premio Nobel de economía del año 1998 – nacido en India, y radicado por mucho tiempo en el Reino Unido y en Norteamérica. El libro que comento constituye una reflexión muy aguda sobre las formas en las que, en las últimas décadas, el ejercicio de la violencia y la intolerancia han encontrado en la defensa de las identidades culturales y religiosas un recurso ideológico presuntamente legitimador. A juicio del autor, la asignación de una “identidad singular” potencia la división de las personas entre “nosotros” y “ellos” (y entre “amigos” y “enemigos”) por razones de filiación comunitaria o confesional. Perspectivas como la esbozada por S. Huntington en El choque de civilizaciones propician desde la cultura académica estas versiones simplificadas y conflictivas de las relaciones interculturales.

Sen opone a estas concepciones la imagen – mucho más realista – de la identidad humana como una compleja realidad simbólica poseedora de múltiples aspectos y facetas: origen comunitario, lengua, género, posición política, preferencias literarias y estéticas, etc., de modo que se pone de manifiesto la multiplicidad de lealtades con instituciones y proyectos de diverso tipo. La exigencia – planteada – por ciertas tradiciones – de que nos consideremos en primer lugar creyentes o nativos de una determinada comunidad constituye una imposición inaceptable que limita nuestras libertades individuales y reduce nuestro mundo significativo. El autor sostiene que la única persona con autoridad para decidir en torno a la jerarquía de nuestras facetas identitarias es el propio individuo, que apela a su capacidad de razón práctica (o agencia humana) y elige sus prioridades y visiones de la vida. Una auténtica democracia liberal tendría que ofrecer a sus ciudadanos espacios para la libertad cultural y el ejercicio de la crítica de sus credos y tradiciones de origen. Los individuos tendrían derecho a ingresar o a abandonar sus comunidades si encuentran buenas razones para ello. El valor de la diversidad,y la disposición al diálogo intercultural y al mestizaje constituyen signos de la buena salud de una sociedad democrática; la educación escolar y universitaria tendría que apuntar a la adquisición de tales excelencias y hábitos. De lo contrario, la pertenencia cultural podría convertirse en una forma de cautiverio.

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