domingo, 25 de septiembre de 2016

LA ACCIÓN POLÍTICA Y EL ESPÍRITU DEMOCRÁTICO







Gonzalo Gamio Gehri


En el ámbito de las mentalidades y de los modos de vida, debemos combatir la cultura autoritaria que se ha ido gestando en el país desde los albores de la República, e incluso antes. Hemos padecido numerosos regímenes dictatoriales, militares o cívico – militares. La historia que se escribe en los textos escolares ha sido con frecuencia diseñada en la perspectiva de aquellos proyectos autoritarios. El patriotismo ha sido bosquejado como un sentimiento de tipo marcial, que profesan aquellas personas que están dispuestas a morir por el Perú en un campo de batalla. Los héroes que registra esta historia son personajes valerosos, muertos en acción bélica. Rituales como las marchas escolares de las festividades patrias refuerzan este funesto imaginario. El orden, la disciplina y el respeto a la autoridad constituyen los “valores” que son exaltados en la escuela. El espíritu crítico, la búsqueda del saber, el sentido de justicia o el coraje cívico no son consideradas virtudes de primer orden.

De cara a tales puntos de vista – convertidos en un pernicioso ‘sentido común’ -, no sorprende que muchas personas sean proclives a añorar el regreso de gobiernos dictatoriales que recurrían a la “mano dura” para imponer el “orden” sin ningún control legal y político, o a aplaudir candidaturas que declaran que no les “temblaría la mano” para decretar el estado de emergencia en la capital y sacar a los militares a las calles, aunque se trate de medidas efectistas y probadamente ineficaces, a juzgar por experiencias desarrolladas en otras latitudes. Esta mentalidad autoritaria promueve que, en situaciones de crisis, pretendemos tocar las puertas de los cuarteles para buscar soluciones más allá de los arreglos sociales y políticos basados en la observancia de la legalidad democrática.

El imaginario y los rituales de corte autoritario han de ser examinados y sometidos a crítica en los espacios deliberativos del sistema político y la sociedad civil, además de las instituciones educativas. La imagen del caudillo que decide sus propuestas sin discutirlas ni someterlas a consulta, así como la fascinación de parte de la población por el uso de la fuerza constituyen expresiones que han de ser cuestionadas con severidad por los ciudadanos que se propongan erradicar toda forma de tutelaje en el ámbito público. No podemos aspirar a construir una ética cívica celebrando el uso de la fuerza como exclusiva manifestación de “eficacia” o si exaltamos el talante militarista como expresión inequívoca de “compromiso patriótico”. En ese sentido es que constituye un reto importante cambiar esos rituales y reescribir la historia en el registro de los gobiernos civiles, así como la luchas por los derechos y el ejercicio de la ciudadanía. Esta es una forma concreta de consolidar la democracia y mostrar su valor a las personas en el plano cultural. Necesitamos discutir y promover los cimientos de una ética pública entre nosotros, una ética que vindique nuestra capacidad de razón práctica en los escenarios de la política.

Está claro que reescribir la historia es una tarea que no supone alterar los hechos, sino  que consiste en desplazar el centro de gravedad de la historia hacia otro aspecto de la vida pública. El historiador examina un conjunto de acontecimientos, procesos, personajes, y selecciona entre ellos los que juzga de mayor significación. Se trata de cambiar de eje hermenéutico, poniendo énfasis en los esfuerzos y logros de los gobiernos civiles y las iniciativas de autogobierno. Sólo fortaleceremos la fe en la acción ciudadana en la medida en que aprendamos a valorar aquellas situaciones históricas en las que el peruano de a pie ha asumido el reto de hacerse cargo de su propio destino y defender sus instituciones libres. Deben discutirse asimismo los regímenes nacidos en golpes de Estado, así como los proyectos basados en el anhelo de concentrar el poder y desconocer el imperio de la constitución y las leyes. Debe someterse a reflexión la entraña injusta de tales regímenes en tanto privan a las personas de sus derechos y las tratan como meros  súbditos.

En esta medida, se requiere poner en el centro del proceso formativo el cuidado de la deliberación. A menudo, este espíritu de tutelaje no se impone sin la complicidad de los involucrados, que prefieren desentenderse de los quehaceres de la ciudadanía democrática. La deliberación es una actividad de la razón práctica consistente en la evaluación crítica de los cursos de acción y los modos de vida que podemos elegir conscientemente para edificar una vida plena en los diversos escenarios de la vida pública y privada. En los espacios de la vida individual, lleva a los agentes a diseñar y discutir sus planes de vida; en los de la vida pública, está orientado al examen de las medidas políticas y la fiscalización de la gestión de las autoridades estatales. La práctica de la deliberación es inseparable del ejercicio mismo de la libertad.

El énfasis en la deliberación práctica es esencial para la cimentación de una ética cívica. Hasta hoy, la escuela peruana – no solamente pública – es aún un espacio autoritario en el que la palabra del maestro es inapelable; en ese sentido, esta clase de escuela alienta y reproduce .el espíritu de tutelaje que genera políticas autoritarias. Una pedagogía deliberativa promueve el encuentro de diferencias en  la escuela y en otros escenarios sociales[1]  Diversas maneras de pensar y de sentir pueden expresarse, contrastarse y propiciar formas de aprendizaje mutuo. No es posible edificar compromisos comunes sin configurar, a través de la deliberación, una cultura del respeto de la diversidad que habita nuestras sociedades. Abraham Magendzo lo explica de manera especialmente aguda:
 
“Una sociedad que delibera es una sociedad capaz de respetar las diferencias, identidades y opiniones. Pero también es una sociedad cuyos miembros son capaces de comprender y colocarse en la posición de sus interlocutores, de modo que pueden advertir el porqué de sus demandas u opiniones, de esta forma se generaran ámbitos de comunicación que enriquecen e integran en igualdad las diferentes posiciones de sus miembros, que son capaces de resolver y establecer el entendimiento sobre la base de bienestar común y del respeto a las minorías”[2].

No existe ciudadanía democrática sin consciencia de los derechos y suscripción del trasfondo igualitario que ella necesita. Percibirse como ciudadano entraña la reivindicación de la idea de una igualdad de derechos que no puede ser mellada en nombre de la raza, la cultura, la religión, el origen socioeconómico, el género, ni siquiera la condición legal[3]. El ejercicio de la agencia política – la disposición a actuar con otros en el espacio público – es una forma de actualización de la defensa y el cultivo de los derechos fundamentales de los agentes en el terreno de la práctica.

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NOTA:  Esta es la primera sección de un escrito más largo - aparecido en el último Número de  Páginas - , que iré publicando aquí.


[1] Cfr. Magendzo, Abraham “Formación de estudiantes deliberantes para una democracia deliberativa” en: REICE - Revista Electrónica Iberoamericana sobre Calidad, Eficacia y Cambio en Educación 2007, Vol. 5, No. 4 pp. 70 - 82. http://www.rinace.net/arts/vol5num4/art4.pdf .
[2] Ibid,  p.  74.
[3] Cfr. Alexander, Michelle El color de la justicia Salamanca, Entrelíneas 2014.

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