Gonzalo Gamio Gehri
En cierta prensa, y no pocos círculos políticos y religiosos, se practica un curioso ejercicio de reduccionismo ideológico a la vez falaz y malintencionado. Si uno está a favor de la tesis liberal de que los individuos tienen derechos universales que deben ser protegidos en un nivel local e internacional, que la reconstrucción pública de la memoria constituye una condición fundamental para fortalecer lazos sociales lesionados por la violencia y que el cuidado del medio ambiente constituye una prioridad, entonces uno es tildado de “marxista”, etiqueta que se identifica luego con la de “comunista” y finalmente con la de “terrorista”. No importa si uno se la ha pasado las últimas dos décadas - desde los años de estudiante - criticando al marxismo, y defendiendo estandartes socialdemócratas. No importa aquí la verdad, lo que importa es crear un muñeco de paja (el “enemigo”) y atizar el fuego del temor y del prejuicio. Y se imaginan grandes complots de la “Internacional neomarxista” (p.e., la extraña nota de Francisco Tudela sobre este asunto, publicada hace meses), y cosas por el estilo, en la senda de Dan Brown. Detrás de todo conflicto social y político de relativa importancia, están los “cívicos”, los “caviares”, los “rojos”, etc. Las definiciones no importan, sólo los efectos sobre la audiencia. Todo ello ya es parte de la “época folletinesca” de la cual ya advertía Hermann Hesse.
Pasa, por ejemplo, con el tema de la CVR. Importa poco que uno cite el Informe Final, cómo la CVR reconoce el heroísmo de las FFAA y policiales, cómo se sindica a Sendero Luminoso como el principal perpetrador de delitos contra los derechos humanos, que su ideología es violenta y fanática, etc. No importa que se señalen los números de las Conclusiones, y las páginas. Esa prensa conservadora prefiere repetir el consabido discurso anti-CVR que no encuentra fundamento alguno en el texto, y que opta por la difamación, o por el ataque fácil y carente de argumentos. Prima la mera embestida verbal basada en un manifiesto (y penoso) desconocimiento del documento. Siempre habrán columnistas como Martín Santibáñez, que señalen falazmente – y con gran patetismo en el estilo – que toda la “izquierda” (= marxista, = condescendiente con el terrorismo) pretende “borrar de un plumazo la historia del Perú y colocar en su lugar el elusivo concepto de ‘memoria histórica’.” El autor evidentemente desconoce la compleja relación entre historia y memoria. Añade luego que la izquierda predica la violencia que mató a María Elena Moyano, quien – para su información - fue una heroica mujer de izquierda que precisamente enarboló el estandarte de la paz. El papel lo aguanta todo, una vez más. Esta prensa insidiosa y retorcida para la que todo vale con tal de doblegar al “rival” no le perdonará jamás a la CVR el haber colocado como corazón de su investigación los testimonios de cerca de 17,000 personas que vivieron la violencia. Poner en primer lugar la voz de las víctimas le confiere al Informe un valor muy particular, a diferencia de múltiples “historias oficiales” que soslayan el punto de vista de quienes padecieron los embates del terror y de la represión.
Existe un clima de intransigencia intelectual y de una nula preocupación por la verdad. Pasa con el tema de Conga, y pasa con la controversia en torno a la autonomía de la PUCP. En la perspectiva conservadora, se pretende desconocer la pluralidad de enfoques académicos presentes en la PUCP tildándola de “izquierdista” y “rebelde”, incluso se la pretende acusar de “impiedad” (¿Suena familiar?). La Universidad sólo aspira a garantizar su autonomía, así como la libertad de hacer uso legítimo de su patrimonio y promover la libertad de pensamiento como es propio de una verdadera universidad. Lo mismo sucede cuando se trata de estigmatizar el punto de vista de quienes defienden el equilibrio ambiental contra los intereses de las mineras. Véase el artículo de Juan José Garrido Enfrentados con el progreso, en el que señala que el “marxismo”, o sea “la izquierda”, es enemiga del empresario, y prácticamente de la racionalidad y del desarrollo.. Una especie de lucha entre la civilización y la barbarie. Un maniqueísmo absurdo que condena el debate a descender al nivel de una caricatura. Esta clase de actitud – un “macartismo espiritual” a la criolla - sólo abona el terreno del enfrentamiento. Álvaro Vargas Llosa ha comentado hace poco los peligros que acarrea esta defensa de posiciones trasnochadamente conservadoras. Su texto es discutible, pero convendría debatir su hipótesis en torno a la polarización que esta derecha antiliberal propicia. La Idea es que generaría una guerra ideológica nefasta, que sólo favorecería a los extremistas de todo cuño:
“El problema no es que intentasen devolvernos a los tiempos de la dictadura; vituperen el informe de la Comisión de la Verdad que desconocen; sospechen que la democracia está bien sólo para Estados Unidos y Europa; crean que los recelos de las comunidades contra el Estado propietario del subsuelo que entrega concesiones a capitales forasteros deben ser atropellados por la bota; aspiren a que las ONG sean proscritas; pretendan que los diarios libres sean perseguidos o insinúen que los políticos de izquierda también. El problema no es que crean que la Corte Interamericana de Derechos Humanos es una conspiración o los derechos humanos una cojudez, ni que hayan saturado las redes sociales de racismo y violencia. El problema tampoco es que, incapaces de ganar una sola de las batallas delirantes que emprenden, traten ahora ingenuamente de que Humala sea uno de los suyos o propugnen que la universidad peruana sea apéndice del clero más bruto y achorado para corregir los devaneos socialdemócratas. No, el mayor problema ni siquiera es su mentalidad de campanario o en que suspiren por una alianza entre Alan García y el fujimontesinismo para el 2016.
No, el verdadero problema, aquel que no debemos perder de vista, es que la DBA, que no significa nada aunque practique el onanismo de creerse algo, puede acabar incubando una IBA, una izquierda bruta y achorada, como ya sucedió. Velasco no hubiera sido posible si a Haya no le hubieran cerrado las puertas del poder, como el primer Alan García no habría sido posible si entre 1980 y 1985 la derecha hubiera empujado al gobierno a desmontar la herencia velasquista. Y Sendero Luminoso no habría sido posible si la radicalización de la izquierda, producto de una América Latina en la que la derecha antediluviana cerró las puertas al liberalismo, no hubiera anidado en un sector medio de provincias poseído por el resentimiento social”.