Los
derechos humanos constituyen el núcleo mismo del lenguaje y la práctica del
universalismo moral originalmente ilustrado, así como de la cultura política
propia de la democracia liberal. La idea fundamental es que cada individuo – en
virtud de su capacidad de lógos así como por su sensibilidad – posee un
conjunto de prerrogativas e inmunidades asociadas a la preservación de la vida,
el cuidado de la libertad, la búsqueda de una vida plena y el disfrute de los
bienes materiales adquiridos legítimamente. Este catálogo inicial de derechos ha generado con posterioridad
otros derechos que le son correlativos, derechos sociales, económicos y
culturales.
La idea
ética que subyace a la teoría de los derechos humanos es la dignidad, la tesis
sostiene que las personas, a causa de las razones señaladas (la agencia
racional y la capacidad de sentir) deben ser tratadas como fines y no
exclusivamente como medios. A diferencia de los objetos del mundo, cuyo valor
reside en la utilidad, en lo que podemos lograr haciendo uso de ellos, los
individuos somos considerados intrínsecamente valiosos, y por ello merecedores
de respeto incondicional.
La idea
de dignidad y el sistema de derechos no necesitan de una teoría metafísica de
la condición humana para encontrar una justificación filosófica razonable y
consistente. Los derechos humanos pueden ser concebidos como herramientas
sociales sustanciales para la vida en común, vale decir, como categorías y
reglas que pueden contribuir con las metas prácticas de reducción del
sufrimiento, el ejercicio de libertad y el logro de bienestar. La cultura de
los derechos humanos se inscribe en el legado espiritual del proyecto
ilustrado, consistente en construir una red de compromisos morales (y
jurídicos) que alcancen a todos los seres humanos, trascendiendo fronteras
nacionales, confesionales y culturales[2].
Todas las personas son consideradas parte de nuestra comunidad moral.
Entonces
la cultura de los derechos humanos se manifiesta a través de una serie de
prácticas sociales, concepciones éticas, instituciones, normas inscritas en
nuestros sistemas locales e internacionales. La educación constituye un proceso
conducente a iniciar a los individuos en esta importante cultura
ético-política; se trata de formar a los futuros ciudadanos en la experiencia
de la empatía, el desplegar el trabajo de la reflexión intelectual y el de la
imaginación para reconocerse en la posición de quienes sufren injustamente, sea
cual sea su origen, convicciones o forma de vivir. La cultura de los derechos
humanos debe entrar en diálogo con los idearios de las culturas y tradiciones
locales. De hecho, los derechos humanos le asignan límites normativos a las
prácticas culturales. Los derechos humanos están orientados a proteger la
dignidad humana, así como asegurar las capacidades básicas que los seres
humanos requieren para llevar una vida de calidad[3].
La convergencia entre el enfoque de las capacidades y la perspectiva de
derechos permite establecer un criterio de demarcación (y de discernimiento)
entre los elementos positivos y destructivos de las prácticas tradicionales. La
clitoridectomía, por poner un ejemplo, se revela como una práctica funesta,
pues consiste en una forma de mutilación física que anula por completo una
capacidad humana vital, el disfrute de una vida sexual plena.
Las
tradiciones pueden ser una fuente de genuina realización humana, pero cuando se
transforman en un objeto de devoción integrista pueden transformarse en
instrumentos de violencia y producir graves restricciones a la libertad. Es
preciso someterlas a interpelación y crítica severas. Las culturas pueden
revelarse como trasfondos significativos de comprensión y de acciones con
sentido en la medida en que su observancia implique seguir sin restricciones el
camino de la reflexión.
* Se trata de la tercera parte de un texto presentado en la revista
electrónica de Foro Académico.
[1]Doctor en Filosofía por la Universidad Pontificia
de Comillas (Madrid, España). Actualmente es profesor en la Pontificia Universidad
Católica del Perú y en la Universidad Antonio Ruiz de Montoya, donde
coordina la Maestría
en filosofía con mención en ética y política. Es autor de los libros Tiempo
de Memoria. Reflexiones sobre Derechos Humanos y Justicia transicional
(2009) y Racionalidad y conflicto ético. Ensayos sobre filosofía práctica
(2007). Es autor de diversos ensayos sobre filosofía práctica y temas de
justicia y ciudadanía publicados en volúmenes colectivos y revistas
especializadas del Perú y de España.
[2]Véase sobre este tema Rorty, Richard
“Derechos humanos, racionalidad y sentimentalismo” en: Verdad y progreso Barcelona,
Paidós 2000 pp. 219 – 42.
[3]
Cfr. Sen, Amartya La idea
de justicia Madrid, Taurus 2010.
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