Gonzalo Gamio Gehri
Deberíamos lamentar que una nota publicada en un medio peruano haya recibido el premio al “artículo más racista del año", otorgado por la ONG británica Survival (1). Lo más lamentable es que se trata de un “premio” absolutamente merecido. La nota “galardonada” es ¡Pobrecitos chunchos! y otras torpezas, publicada en la columna La Ortiga del diario Correo. Su autor, Andrés Bedoya Ugarteche. El columnista sugiere al Presidente de la República usar NAPALM para reprimir a la población indígena de Bagua. Esa sugerencia – por más “irónica” o “figurativa” que se la plantee – es inaceptable en una sociedad democrática. Sólo pueden encontrarle alguna “gracia” aquellas mentes que se muestran condescendientes con la prepotencia y con la discriminación.
El autor ha señalado que la alusión al NAPALM era fundamentalmente una suerte de “metáfora literaria”, y ha ofrecido una serie de explicaciones que han resultado tan desafortunadas como el artículo mismo. No hay nada de poesía en una invitación al exterminio. Ni siquiera cuando intenta justificarse, el columnista abandona el lenguaje de la violencia. Ha dicho por la TV, por ejemplo, que no es racista porque él mismo es producto de un complejo mestizaje, y que sólo alguien de “raza pura” podría ser racista. Curioso argumento. Revelador.
No nos damos cuenta de lo peligrosas que son esta clase de expresiones en una sociedad en la que la tolerancia a la violencia es considerablemente alta. Creo que el asunto debe trascender el caso puntual de una columna de opinión - ir más allá del perfil y estilo de este o aquel medio - y llevarnos a discutir cuestiones de principio. Martín Tanaka ha mostrado agudamente en un reciente post que esta complacencia mediática con la violencia no sólo la encontramos en La Ortiga, sino en la pluma de populares periodistas como Jaime Bayly en notas publicadas en Perú 21. Invitar a sus hijas a agredir gratuitamente a un desconocido es sórdido, como lo es abogar por la represión indiscriminada en la selva. Se pretende avalar la violencia (o justificarla) a través del discurso (lo que Galtung llama “violencia simbólica”). Augusto Álvarez Rodrich sostiene que esa actitud tiene su correlato político en la sugerencia del Vicepresidente Giampietri de declarar el VRAE como ‘zona de combate’, o en los destemplados gritos del ministro Rey contra las ONG y contra la CVR. Incluso una autoridad regional ayacuchana ha planteado la idea de bombardear la zona del VRAE “sin temerle a los temas de Derechos Humanos”. Esta clase de expresiones de visceralidad nos impiden pensar cuidadosamente el método más sensato y eficaz de vencer definitivamente al narcoterrorismo.
Todos estos gestos de permisividad frente a la violencia revelan una especie de grave paradoja vital. Quienes firmaron esas notas se conciben a sí mismos como defensores de la ‘modernidad’, pero podría argumentarse sólidamente que representan precisamente lo contrario. Si algo caracteriza al liberalismo - en el plano ético y en el político -, es el respeto de los derechos básicos de los individuos, sin distinciones de raza, origen, cultura, estatus socioeconómica, género o sexualidad. No importa que la persona esté en situación de indefensión, o que no conozca detalladamente sus derechos. El otro debe ser tratado como fin, y nunca exclusivamente como medio (Kant). Este es el punto de partida del liberalismo en cuanto tal, y tiene prioridad normativa incluso sobre los preceptos del libre mercado.
Evidentemente, estas invocaciones mediáticas a la violencia – así como los intentos por, literalmente, disculparla – entran en contradicción con el corazón mismo del ideal liberal. Esta clase de situaciones revelan la hemiplejia ideológica de nuestro falsos liberales (en realidad, conservadores autoritarios de pura cepa), aquellos que sólo identifican la afirmación de la cultura moderna con la fluidificación de la actividad económica y el acceso a la tecnología. El luctuoso punto ciego de esta lamentable distorsión ideológica parece residir en la posibilidad misma de reconocer al otro como un ser humano, titular de derechos inalienables.
(1) Es preciso señalar que se "premió" el artículo, no a un diario. Es necesario decirlo en honor a la verdad, más allá de mis grandes reparos para con el medio en cuestión.
Buen post, Gonzalo. Añádele la portada de hoy de La Razón en que pide fusilar a un ministro y la falsa lógica "Les Luthiers" que comento en este post. Saludos.
ResponderEliminarEstimado Silvio:
ResponderEliminarLo de "La Razón" es increíble. Efectivamente, como señalas, la pregunta es: ¿Qué pasa con el Consejo de la Prensa Peruana?
Saludos,
Gonzalo.
Interesante y pertinente artículo Gonzalo. Parece que las personas olvidan la fuerza que pueden tener las palabras, sobretodo las escritas. Hay mucho que analizar del mensaje de Bedoya, pero lo más peligroso es que existen personas que leen ávidamente su columna, una llamada de atención para trabajar con las nuevas generaciones en temas como tolerancia, democracia y no discriminación
ResponderEliminarefectivamente, se premió al artículo publicado, y el diploma que se emitió fue para el diario que acogió el artículo.
ResponderEliminarMario
Don Gonzalo:
ResponderEliminarNo cabe la menor duda que asistimos a un tipo de expresiones inmaduras, propios quizá de aquéllos que no son amigos de la diversidad. Sin embargo, estas expresiones nos deben mover a estar vigilantes, si queremos asegurar que la reflexión "liberal" -el respeto al otro- se constituya como pilar de nuestras relaciones, en medio de una "democracia frágil en las relaciones"
Saludos
Henry
Estimado Henry:
ResponderEliminarEsta es una época bde violencia y de calificaciones, en la que (para muchos) las etiquetas funcionan mejor que descripciones reales. Yo niunca he trabajado para una ONG, pero endilgarme la etiqueta "caviar" hace que quienes discrepan conmigo consideren que ya no tienen que recurrir a argumentos.
Saludos,
Gonzalo.
Gonzalo, veo una tenebrosa influencia neo-kantiana en tu pensamiento que creo que puede ser potencialmente muy dañina para el Perú, porque sin quererlo, podría llevar a justificar una limitación de la libertad de expresión imponiendo un lenguaje políticamente correcto.
ResponderEliminarEscondiéndote detrás de un imperativo categórico y un moralismo que se escuda en una falsa defensa de los derechos humanos, se privaría a las personas de decir la verdad abiertamente. Eso llevaría no a que se eliminaran los prejuicios de la sociedad sino a que se escondieran, que se reprimieran, para explotar en algún momento de manera desastrosa e inesperada.
Quiero recordarte que para combatir el mal no sirve de nada ocultarlo, es necesario evidenciarlo para poder luego cortarlo de raíz.
Estimado Ramos:
ResponderEliminarNo soy neokantiano ni creo en el imperativo categórico. Soy un liberal social que cree en los DDHH como un sistema de defensa de la dignidad y las libertades del individuo (incluyendo la libre expresión).
No me parece que la invitación de Bedoya de usar Napalm sea una expresión de la "verdad", sino pura y dura discriminación y violencia. No abogo porque sea censurado, pese a que escribe mal, y sus ideas son falaces y crueles. Creo en el intercambio de argumentos - y ese señor no argumenta - creo, eso sí, que un diario respetable escogería mejor a sus columnistas.
Saludos,
Gonzalo.