Gonzalo Gamio Gehri
He insistido muchas veces en que – en nuestro medio -, el vocablo “liberal” requiere una redefinición, que supone volver a los orígenes de esta aguda concepción de la política. Entre nosotros, suele asociarse a la observancia devota del catecismo del libre mercado como única fuente espiritual. Numerosos economistas de la secta mercantilista han mostrado tener pocos escrúpulos al consentir colaborar con dictaduras funestas, responsables de asesinatos, torturas, desapariciones forzadas y toda clase de restricciones a las libertades básicas (no pocos “periodistas” han practicado el mismo culto, usando la misma improvisada máscara).
He insistido muchas veces en que – en nuestro medio -, el vocablo “liberal” requiere una redefinición, que supone volver a los orígenes de esta aguda concepción de la política. Entre nosotros, suele asociarse a la observancia devota del catecismo del libre mercado como única fuente espiritual. Numerosos economistas de la secta mercantilista han mostrado tener pocos escrúpulos al consentir colaborar con dictaduras funestas, responsables de asesinatos, torturas, desapariciones forzadas y toda clase de restricciones a las libertades básicas (no pocos “periodistas” han practicado el mismo culto, usando la misma improvisada máscara).
Muchos olvidan la matriz radicalmente anti-autoritaria del liberalismo, su vocación por la protección incondicional de la libertad y la dignidad de los individuos (el énfasis en la defensa de los Derechos Humanos y en la secularización de la esfera pública obedece a este compromiso ético-político). El liberalismo busca combatir la concentración del poder en todas sus formas (por ello insiste en la clara separación entre Estado, mercado y sociedad civil; por ello propone una concepción procedimental de la justicia[1] y un enfoque pluralista de los bienes). No menos importante que todos estos rasgos, es la valoración medular de la autonomía como principio vital. Si tuviésemos que describir el “talante liberal” – el liberalismo como actitud existencial - tendríamos que comenzar con la idea de autonomía. Voy a detenerme hoy en el contenido actitudinal del liberalismo y dejar para otro momento su justificación como teoría social.
La autonomía se refiere a la capacidad humana de juzgar por uno mismo los principios que pueden guiar las propias acciones, o que puedan cimentar las propias creencias. Desde un punto de vista político, se trata de construir un sistema de instituciones que permita la libre expresión de las ideas (recuérdese la sabia expresión de Voltaire[2], repetida cientos de veces: "puede que no comparta tu idea, pero daré mi vida por que la puedas expresar"), y la planificación consciente del proyecto de vida siempre y cuando éste no vulnere la ley. La autonomía – hoy la llamamos “agencia”, en el sentido que le asignan Harry Frankfurt y Amartya Sen – supone la disposición del individuo a examinar críticamente los fundamentos de la propia tradición, a fin de suscribirlos, modificarlos o abandonarlos a partir del ejercicio de la autorreflexión.
Por muchos siglos – para alguna gente – esto era “cosa del demonio” (para algunos ‘reaccionarios’ lo es todavía, y no dudan en defender esta delirante tesis alterando grotescamente el contenido de venerables y juiciosos libros, como Los hermanos Karamazov y el Fausto, evidentemente sin tener una lectura completa de los textos): hay quienes lamentan que las propias convicciones hayan perdido el estatuto de “pensamiento único”; yo, en cambio (como académico y como cristiano), creo que el cultivo del pluralismo le hace muchísimo bien a la reflexión moral y a la religión, pues las devuelve a su elemento – la meditación, el encuentro con el otro concreto y el diálogo – y las depura de deformantes posiciones de poder que tienden a degradarlas. Esta valoración del espíritu crítico sobre la actitud dogmática - que Grenier llamaba el “espíritu de ortodoxia”[3] - converge plenamente con el talante liberal. No faltan hoy los que elogian la obediencia sin discernimiento práctico, y condenan la búsqueda de razones por supuestamente ser corrosiva respecto de las tradiciones (cuando sólo corroe la actitud fundamentalista, no las creencias). Ya Gianni Vattimo advertía que esta actitud que proscribe el cuestionamiento y la duda es evidentemente violenta, dado que “la violencia [está] implícita en toda ultimidad, en todo primer principio que acalle cualquier nueva pregunta”[4]. No sorprende el vínculo amistoso entre el liberalismo político y el cultivo impenitente de la razón crítica. Ya los hombres del siglo XVII habían experimentado los males que acarreaba la intolerancia religiosa y el Estado confesional: la experiencia del fanatismo y las guerras de religión constituye el telón de fondo histórico del surgimiento del liberalismo. El trabajo crítico, el cuidado del pluralismo y la autonomía se conciben como elementos que apuntan a purificar la mente y el corazón de la tentación del integrismo y del dogmatismo (por eso no es difícil reconocer en los modernos devotos del “capitalismo salvaje” un decidido antiliberalismo). Esto llevó a los liberales a entender la relación con la autoridad e una manera más sana y razonable.
“El escepticismo, la ironía, la duda, un modo crítico de pensar” constituyen actitudes distintivamente liberales, según anota Michael Walzer. “Tener convicciones es algo admirable”, sostiene, “pero también lo es no estar demasiado seguro de ellas”[5]. La disposición a redescribir nuestras narraciones identitarias, a recomponer nuestro vocabulario moral a la luz de argumentos sólidos o experiencias esclarecedoras – en definitiva, estar abierto a afrontar un proceso de metánoia – es una de las virtudes centrales de la ética liberal. Confundirla con el desarraigo o con la traición es fruto de una profunda estrechez intelectual, o de pura y dura mala fe. Considerar que no necesariamente se tiene la última palabra constituye una buena perspectiva si se quiere buscar la sabiduría – o la justicia -, o si se quiere iniciar el diálogo. Esta forma de ethos permite la inclusión del otro en el espacio de nuestras deliberaciones comunes, y permite la construcción de una genuina convivencia democrática.
[1] Aunque no sólo procedimental. Es también una virtud pública.
[2] Imagen tomada de http://images.google.com.pe/imgres?imgurl=http://www.geocities.com/cjr212criminologia/voltaire_archivos/voltaire_francois.jpg&imgrefurl=http://www.geocities.com/cjr212criminologia/voltaire.htm&h=997&w=825&sz=184&hl=es&start=15&usg=__lA2_CrnjxxgYj8rh5_RN5lHROaQ=&tbnid=75t-bZ40wQfPxM:&tbnh=149&tbnw=123&prev=/images%3Fq%3Dvoltaire%26gbv%3D2%26hl%3Des%26sa%3DG
[3] Jean Grenier Sobre el espíritu de la ortodoxia Caracas, monte Ávila 1969.
[4] Vattimo, Gianni Creer que se cree Barcelona, Paidós 1998 p. 77.
[5] Walzer, Michael Razón, política y pasión. 3 defectos del liberalismo Madrid, Visor 2004 pp. 75-76. Las cursivas son mías.
Con mi más gentil saludo.
ResponderEliminarSuscribo de corazón aquello de que el liberalismo tiene una “valoración del espíritu crítico sobre la actitud dogmática”. Todo depende de qué actitud dogmática y el espíritu crítico de quién. A veces tengo la impresión de que el profesor Gamio piensa que el liberalismo no es dogmático. Si por “dogmático” se trata de certezas últimas, de principios que no se está dispuesto a discutir, el sistema político liberal tiene varios, como la inalienabilidad de los derechos del individuo, o bien que el ser humano es fundamentalmente un individuo que se define por sus derechos. Un liberal no pone en discusión eso. ¿Por qué? La única razón para callar ante el cuestionamiento por un principio es la autoevidencia del principio mismo. Como argumento, es una petición de principio. Pero justamente a eso es a lo que se llama “dogmatismo” cuando se aduce que otros sistemas tienen tal principio.
Personalmente, no veo ninguna razón por la que no pueda cuestionarse cualquier cosa. Hay un problema epistemológico en esta cuestión de los principios liberales incuestionables pero “críticos” y reflexivos”, es un problema que se ha intentado solucionar con el Derecho Natural, con el principio de utilidad, el contrato social, el imperativo a priori, etc. Pero, que yo sepa, permanece insoluble.
Con mi mayor consideración.
Mi investigación sigue otras vías. Una hermenéutica (el "liberalismo del miedo" (Shklar), y la otra pragmatista (Dewey, Rorty, Walzer). Ambas intentan sortear en la medida de lo posible - de la mano de la exploración histórico-teórica - supuestos metafísicos densos o experimentos epistemológicos del "liberalismo del derecho" (Estado Natural, deontología kantiana, etc.). Por eso la expresión 'postliberal'. Ya escribiré sobre esa clase de cimientos.
ResponderEliminarDesde la “Fenomenología del Espíritu” de Hegel, no hay novedad alguna en la tesis de que no existe filosofía sin supuestos. En cierta medida, todo el trabajo filosófico poshegeliano, desde la fenomenología-hermenéutica hasta el pragmatismo y el desconstruccionismo, han insistido en esta tesis. Hans Albert ha señalado que cualquier enfoque racional puramente arquitectónico fundacionalista incurre en el célebre ‘Trilema de Muchaüssen’ (que tiene importantes antecedentes en la Antigüedad y el Renacimiento): debe elegir entre incurrir en circularidad, regreso al infinito, o petición de principio. Albert juzgaba que – de los tres – el último constituye el menos fatal.
ResponderEliminarAún abandonando los esquemas fundacionalistas, toda postura intelectual asume un punto de partida, presupone un conjunto de creencias y convicciones. Mi descripción del liberalismo en este post es fundamentalmente actitudinal. Si toda concepción del bien asume un punto de partida, encuentro ventajas en el liberalismo – y también en el ethos de la tragedia, y en el socratismo – precisamente porque está dispuesto a explicitar sus supuestos y a examinarlos críticamente. No teme contaminarse con el “virus de la duda”. Ese anti- autoritarismo me parece saludable.
buen blog, lo visitaremos mas seguido.
ResponderEliminarsaludos
Hola Gonzalo:
ResponderEliminarSólo para recordarte que estoy a la espera de tu comentario sobre el vídeo de los supuestos guiños de Fujimori.
Saludos
muy buenas precisiones Gonzalo,aqui algunos apuntes.
ResponderEliminar-Tanto Smith como Tocqueville destacan un liberalismo que distingue el egoismo del individualismo,distinción ausente en muchos neoliberales o liberales económicos que reducen esta doctrina solo a la autosatisfacción desvinculada del compromiso social. El egoismo es descalificado por ambos.
-Amartya Sen lo explica muy bien:contrapeso entre libertad negativa (fines individuales) y libertad positiva (fines sociales). si solo exaltamos la lib. negativa caemos en una atomización de la sociedad.
-Los extremos se tocan.ninguna doctrina o ideologia esta exenta de ello. El sano escepticismo es necesario para mantener un espiritu alerta pero si nos paraliza e impide tomar postura,personalmente lo descarto. Creo en un liberalismo alerta a cualquier intento de pensamiento único que no admita alguna fisura en sus creencia. De otra parte, defender una creencia o tener una convicción no debe asumirse como dogmatismo:el dogmatico,el fanatico el fundamentalista quiere convencer a como de lugar al otro pero no se autocuestiona
un abrazo
ARturo
Dejo un link en el que desarrollo más extensamente mi visión del liberalismo (para los lectores, dado que por allí alguien sugiere en su blog que pretende "corregir" mi interpretación....debería dedicarse a matizar sus propios 'conceptos').
ResponderEliminarhttp://gonzalogamio.blogspot.com/2007/04/el-liberalismo-y-la-sabidura-del-mal_07.html
Estimado Roberto:
ResponderEliminarSigue pendiente, pero lo tengo muy presente.
Saludos,
Gonzalo.
Estimado Arturo:
ResponderEliminarDe acuerdo contigo. El escepticismo como actitud es consustancial al liberalismo.
Saludos,
Gonzalo.