Gonzalo Gamio Gehri
Hoy es Viernes Santo,
una fecha crucial para los cristianos. Una fecha que – al menos en principio –
tiene que ver con el dolor y la muerte. Pienso en el sufrimiento de las
personas, y en las personas queridas que he perdido. Es una fecha que nos
remite a las heridas del cuerpo y del alma de tantos seres humanos.
Son días que mueven a
la reflexión, no sólo a los cristianos. Además de la fuerza simbólica de la
cultura cristiana en occidente, uno se pregunta si se ha comprendido a
cabalidad – en una perspectiva política
– la importancia del principio de laicidad
en una democracia liberal. El Estado
permanece neutral ante las cuestiones religiosas, pues su función consiste en
la protección de las libertades y derechos de cada ciudadano, entre ellos el de
creer o no creer. El Estado garantiza el trato igualitario de todos los
agentes, y combate toda forma de discriminación, incluyendo aquella basada en
el credo.
Este principio liberal
no sugiere que la religión sea un asunto de relativa importancia. Todo lo
contrario: porque se trata de un asunto de profunda importancia para la vida de
las personas, debe ser abordado en condiciones de estricta libertad. Tampoco se
trata de un asunto exclusivamente privado; la cuestión del sentido de la vida y
el tema del espíritu constituyen consideraciones de interés social,
corresponden a las iglesias y a las instituciones de la sociedad civil. Pueden
tener relevancia pública en tanto puedan traducirse al lenguaje de los derechos
(la “estipulación” de Rawls), como en el caso de la gesta de los derechos
civiles y el discurso de Martin Luther King Jr.
Esta medida se propone
consolidar un régimen político basado en la libertad y la igualdad bajo un ethos democrático. No aspira a confinar
a los cristianos a “las catacumbas”, como sesgadamente alega un columnista. Esa suposición es absurda y revela desconocimiento sobre el problema de la separación entre la política y la religión. Los
cristianos podemos dedicarnos a cultivar nuestras creencias en nuestras
comunidades, y meditar sobre nuestras visiones de la justicia y la trascendencia.
Podemos pronunciarnos sobre lo público en la medida en que nos expresemos con
argumentos que todos los ciudadanos podamos entender, evaluar y someter a
crítica sin cortapisas en los foros políticos. Es que el espacio público es un
escenario en el que nos podemos interrogar sobre asuntos de significación común
sin obstáculos. La religión tiene un lugar importante en una sociedad moderna,
pero su locus propio no es el Estado.
Profesor me parece contradictorio su posición. Por un lado defiende la neutralidad del estado en materia religiosa porque busca que los ciudadanos puedan manifestar en libertad e igualdad su confesión de manera pública, pero quiere un Estado "limpio" de todo tinte religioso a lo menos que sean "democráticos", es decir le dice al creyente: "Si quieres ser parte del estado deja a un lado tu religión, no lo mezcles o sencillamente haz un "epojé" y gobierna sin creencias" Un reto difícil de cumnplir para un creyente. Un estado así sería exclusivamente técnico y gobernado por administradores sin ningún criterio moral (como viene ocurriendo). Además reprime toda manifestación religiosa en el estado y las instituciones públicas como en las universidades. Lo adecuado, creo yo, es dejar libremente expresar su confesión reigiosa ya sea en el Estado o Universidades estatales.
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ResponderEliminarNo hay contradicción. El lugar de la expresión religiosa es la sociedad civil, no el Estado. Por otro lado, la religión no es la exclusiva fuente de valores en una sociedad democrática. Sería un error pensar así.
Saludos,
G.
Pero profesor eso no significa que el Estado no tenga ninguna idea religiosa o sus miembros. Por ejemplo el respeto al ser humano en su integridad no sólo es una posición de la Iglesia en materia del aborto sino que implica una defensa del ser humano (no interesa si es persona o no). A propósito, ¿cuál es su posición sobre el aborto?
ResponderEliminarMuchas gracias al blog por compartir buena información, sobre todo ayudarnos a seguir adelante con nuestra fe y amor hacia Dios, sin dejar de lado el rezar y así reforcemos nuestro amor.
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