Gonzalo Gamio Gehri
La situación de la
política peruana es realmente desconcertante. Estas reflexiones son
absolutamente preliminares, todavía imprecisas - unas cuantas líneas en un
escrito de blog -, pero creo que
tiene sentido poner un par de ideas por escrito. Tengo el recuerdo vivo de
varias campañas electorales, pero ésta sin duda es de las más retorcidas y
cuestionables de las que tengo noticia.
La sensación que
uno tiene es que fuera de unas pocas excepciones, los candidatos a la
presidencia del Perú cuentan con una trayectoria pública penosa y sombría. Uno
de ellos no puede responder a las numerosas acusaciones de plagio que
comprometen su confusa y controvertida biografía como promotor educativo y como actor político; los alegatos de sus defensores son patéticos y provocan verguenza ajena. Otro es un ex
presidente cuestionado por los indultos y conmutaciones de penas a peligrosos narcotraficantes, asignados bajo
su gestión; cuenta además con otra serie de críticas en torno a la probidad de su gestión. La candidata favorita está asociada de un modo u otro con el
gobierno de su padre – un mandato marcado por delitos de corrupción y contra los derechos
humanos -, y es una política sin grandes cualidades a la que los periodistas conceden entrevistas sin
mayor rigor ni severidad ni críticas incómodas. Casi la totalidad de la prensa
nacional – salvo algunos pocos medios – se esfuerza por hacernos creer que se
trata de los únicos candidatos que habría considerar.
A mi juicio,
Barnechea, kuczynski, Mendoza y Guzmán
constituyen alternativas más razonables, por su preparación, y porque no
cuentan con esos precedentes tan cuestionables. El contenido de los planes de
gobierno, por supuesto, no cuenta como un elemento decisivo para la decisión;
para mucha gente se trata de una cuestión de carisma o de “percepción de
liderazgo”. Podemos hablar con propiedad de la “descomposición de la política”
pero sólo en la medida en que aceptamos usar el concepto de “política” allí donde no
existen partidos políticos ni instituciones sólidas, ni un espacio público
plural y abierto al debate cívico, etc.
Es preciso renovar
lo político desde la experiencia básica de ciudadanos que se encuentran para
discutir los problemas del Perú. Necesitamos examinar la trayectoria pública de
los candidatos al ejecutivo y al legislativo, evaluar sus programas de acción.
No dejemos que el tema del proceso de este año permanezca como un asunto de
simpatías (y no de saber) y de cobertura mediática. Que nuestra deliberación y
nuestra decisión hagan la diferencia en esta oportunidad.
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