Gonzalo Gamio Gehri
Hace meses que quería
escribir sobre este tema. Hará medio año que José Carlos Agüero y Renato
Cisneros fueron entrevistados por Jaime de Althaus. Ambos han escrito libros
(uno es un ensayo testimonial, el otro una novela) en los que re-visitan sus
vidas para intentar esclarecer etapas cruciales de la historia a través de las
acciones y del carácter de personas concretas. Tanto Los rendidos como La
distancia que nos separa dan fe de la dura y compleja relación con los
padres – y con la comunidad entera - durante los años del conflicto armado
interno.
La conversación es
fluida, a pesar del descuido de las preguntas del entrevistador, y el
intercambio entre los autores es esclarecedor e importante. El trasfondo de
este diálogo es el de las posibilidades de abrir una nueva etapa de encuentro
post-violencia en el Perú, quizás en sintonía con el Informe presentado hace ya doce años, que examina las posibilidades de una reconciliación integral. Formular en el contexto de una actividad cotidiana
como conversar lo que implica “forjar la reconciliación”. Ese tipo de procesos
pueden empezar – como han sugerido los interlocutores – con una conversación,
sin imponer una meta definida e incuestionable, sin sentir la presión de lograr
esa meta.
Una idea crucial para
comprender ese proceso (y quizá, emprenderlo) es la de abandonar una mentalidad
basada en absolutos, que supone “saber” – de una manera apodíctica – qué es la
“justicia social” (integrismo de extrema izquierda) o qué es el “desarrollo”
(integrismo neoliberal, de extrema derecha) y obligar a los demás a aceptar ese
ideario y ejecutarlo, usando la fuerza. Hacer pasar como una “ciencia” lo que
es una ideología que invoca la violencia para encarnarse en la sociedad. Impongo la “revolución” o el “progreso”- para aludir a los dos extremos políticos -, aún en contra de la voluntad de los
afectados. Rechazar ese supuesto nefasto y lamentable, para instalar en su
lugar prácticas de comunicación en un marco ético / público que valore la
diversidad.
Los libros destacan la
necesidad de “humanizar al otro (al otro estigmatizado)” para propiciar ese potencial nuevo tiempo.
Ambos autores se han declarado partidarios de la justicia y son contrarios a
cualquier estrategia de impunidad, por supuesto. Plantearse “humanizar al otro” implica
desechar las caricaturas que las ideologías radicales imponen por doquier, y
que sirven para estigmatizar y eliminar al enemigo. Decir que quienes han
difundido ideologías fanáticas y que incluso han perpetrado delitos son seres
humanos no implica “disculparlos”, todo lo contrario: se trata de mostrar que
cometer crímenes atroces son escalofriantes y repudiables posibilidades
humanas. Precisamente porque sabemos que los seres humanos pueden cometer
terribles violaciones de derechos humanos es que podemos estar preparados para
asignar responsabilidades, castigar a los culpables y tomar medidas para
prevenir esta clase de acciones[1].
Observar la humanidad en el otro – incluso en el enemigo o en el preso –
permite construir una imagen más precisa para entender, juzgar con rigor y
prevenir.
La caricatura mina la memoria. Mientras nos aferremos a las etiquetas y
a las caricaturas, el proceso de maduración de nuestro país como sociedad
democrática permanecerá como un postulado impracticable. La conversación
llevada a cabo en este espacio televisivo es la expresión un inicial ejercicio
de memoria interpersonal sumamente provechoso e inspirador. Me parece que es un
camino que hay que transitar aquí y ahora. Los escritos que evocamos
constituyen un paso importante en el trabajo de rememoración concreta que
necesitamos en el Perú.
[1]
Todorov, Zvetan “La memoria como
remedio contra el mal” en: La experiencia totalitaria Barcelona, Galaxia
Gutenberg 2010 p. 282.
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