Gonzalo Gamio Gehri
Hace una semana,
participé en un conversatorio organizado por la UARM y por CEPLAN sobre las
perspectivas en torno a la sociedad y el Estado peruano para el 2030. Un evento
interesante que congregó a académicos y a funcionarios públicos. Un equipo de CEPLAN
expuso los lineamientos de una investigación rigurosa y aguda que despertó
interrogantes y buenos comentarios. No voy a revelar detalles del mismo, sólo destacar
un tema que motivó mi intervención.
Entre los múltiples
puntos que generaron mis comentarios – la mayoría altamente positivos, pues se
trataba, repito, de un buen trabajo -, llamaba la atención de la alusión en el
documento a términos discutibles como “valores” y “antivalores”. Planteé que
estos términos provenían de una versión autoritaria de la pedagogía moral, que
reducía la ética al asunto de la inculcación y aplicación de los “grandes
valores”, cuyo examen racional se convertía en una tarea de segundo orden.
Contrapuse a esa versión conservadora la propuesta de una “ética de la
deliberación” centrada en la formación de la razón práctica, el discernimiento
de los principios, argumentos y hábitos emocionales que requiere cualquier
visión de la rectitud y de una vida plena. Esquilo, Sófocles y Sócrates están
entre sus cultores clásicos, entre los modernos – con sus elementos propios -, están Kant y Fichte, quienes desarrollaron la idea ilustrada de “autonomía”; en la actualidad, evoqué la
preocupación de Sen y Nussbaum por el cultivo de la capacidad de “agencia” o de
“razón práctica”. Más allá de la discusión terminológica, no se puede negar que
existen vínculos poderosos de continuidad entre la idea de discernimiento, vida
examinada, autonomía y agencia. Se trata de determinaciones de la idea concreta de libertad personal.
Argumenté que, si lo
que buscábamos para el Perú rumbo al Bicentenario es la formación de ciudadanos
con juicio propio y capacidad de vigilancia del poder, necesitábamos promover una
“ética del discernimiento”, basada en la autonomía pública y privada, en el
ejercicio de la razón práctica. Se trata, como digo, de formas fundamentales de libertad. De lo
contrario, podríamos permanecer sumergidos en las redes de tutelaje que sólo
producen súbditos que anhelan asumir una “doctrina verdadera” y aderezar el
festín del caudillo que prometiese “mano dura”, una vez más. Esta idea supone
una propuesta educativa que intenta convertir la escuela en un espacio
democrático.
Me sorprendió la
reacción de un connotado psicólogo social que reaccionó frente a mis palabras
defendiendo la “educación en valores”. Su argumento era que “estaba demostrado”
– en realidad, no acompañó esta aseveración con material alguno – de que la “ética
de la deliberación” era ajena a nuestra “idiosincrasia”, y que la “autonomía” y
la “competencia” eran “valores foráneos”, “anglosajones”, que no contribuían a
la cohesión comunitaria. Los funcionarios encargados señalaron que ya no había
tiempo para discutir este punto (¡Pese a su gravedad!), y yo me quedé con
varias cosas que decir, y, debo confesarlo, bastante sorprendido. Todavía lo
estoy.
Me llama la
atención que se sindique sin más la idea de “vida examinada” como
exclusivamente occidental, no considerando en absoluto sus desarrollos en el
pensamiento indio, chino, entre los mongoles y árabes. Resulta increíble asociar sesgadamente la “autonomía” con la “competencia”, soslayando la importancia de la autonomía
pública como base de la cooperación social (Tocqueville, Mill, Dewey, Habermas
y Rawls, para empezar). Es evidentemente falso identificar el principio de autonomía con el atomismo social. Pero más extraño aún me resultó que mi interlocutor no
reconociese el carácter falaz de su argumento. Supongamos que la idea de
autonomía fuese originalmente “anglosajona” (que no lo es); eso no la convierte en socialmente fragmentadora, o
defectuosa, o en impertinente. Incluso si fuese foránea ello no compromete su
validez, o su relevancia para la ciudadanía democrática. La “tradición
autoritaria” ha estado presente en diversos episodios de nuestra historia, y
encontramos diversas razones para juzgarla funesta e injusta.
Espero encontrar el contexto en el que esta discusión pueda formularse como se debe, dada su significación. Dedicar más tiempo a escribir sobre este asunto. Me quedé pensando
que a menudo muchos de nuestros académicos son condescendientes con diversas
especies de tutelaje, acaso sin reparar en el profundo daño que ese modo de
vida – público y privado – genera en nosotros. Aún me llama la atención la “naturalidad”
de la réplica, como si se invisibilizaran sin más las formas de opresión y
servidumbre que genera la erosión de la idea y la valoración crítica de la
libertad. No ver este asunto como problemático resulta sumamente extraño.
Hola Gonzalo,
ResponderEliminarSería interesante que menciones el nombre del psicólogo social con un concepto un tanto retorcido de la ética de la
deliberación.¿Es un intocable? no veo ningún motivo para que lo mantengas en el anonimato.
Me da la impresión que este señor tiene ideas folclóricas del mundo anglosajón, o en todo caso de lo que se conoce como
primer mundo.Esta idea me recuerda que en varias ocaciones escuché comentar a gente -que cree que- en ciudades como Nueva York p.e,podrías tener un accidente en plena estación del metro y nadie te ayudaría,ya que todos caminan apurados y `van a lo suyo`,es decir.no caminan mirando al resto de la gente,ni fijándose en looks extravagantes, ni son de mirar cuando pasa un chico o una chica guapa.Si bien esto tiene mucho de cierto,no significa que si te estás desangrando, la gente se va a seguir de largo pensando ' esto no es mi asunto'.Todo lo contrario,son pueblos con una solidaridad bastante fuerte.Más bien en el Perú,si te asaltan o tienes algún accidente,muchas personas a lo mucho,podrán observar la escena para alimentar su morbo o comentárselo a la prensa-quizás para salir en la tv-y ni mencionar que es frecuente que se roben las pertenencias de los pasajeros en accidentes de carretera, y nada de esto es importación anglosajona ni mucho menos.
P.D. recomiendo que escribas sobre la Vallejo y Acuña.
Saludos,
Marcelo