Gonzalo Gamio Gehri
Toda perspectiva intelectual se
nutre de un contexto histórico, social y político. Dicho contexto –
movimientos, conflictos sociales, hechos políticos, manifestaciones culturales
- no determina la vida del intelecto, pero sí la enmarca y contribuye a hace
inteligibles algunos motivos de reflexión y de práctica. El contexto constituye
el trasfondo del trabajo del espíritu. No podríamos entender la Ética de Aristóteles sino consideramos
el impacto del ocaso de la pólis y el
desarrollo y declive del imperio macedónico; sería complicado concebir con
claridad los argumentos centrales de la filosofía política de Hegel sin aludir
a los conflictos generados en el proceso de la revolución francesa que
desemboca en el terror. Hace unos años, Richard Bernstein mostró- en un agudo estudio sobre el mal - cuán
importante había sido la dura experiencia de la guerra civil estadounidense
para el surgimiento y desarrollo del pragmatismo. El trasfondo nunca agota el
pensamiento, pero sí le otorga un escenario de interlocución y formulación de
problemas.
Hace unos días – conversando con
Alessandro Caviglia – nos preguntábamos qué acontecimientos históricos y
procesos, salvando las importantes distancias, por supuesto, les
brindaban un horizonte de preocupaciones, experiencias e interrogantes a los artistas,
poetas, intelectuales e investigadores de nuestra generación. Sin dudarlo,
respondimos que el conflicto armado interno que desangró al país entre 1980 y
2000, así como el imperio de la antipolítica bajo el régimen de Alberto
Fujimori. Los atentados subversivos, la noticia de las acciones delictivas de
los grupos terroristas y la represión militar marcaron nuestra niñez, adolescencia
y juventud. El hallazgo de fosas clandestinas y hornos crematorios para ocultar
restos humanos – entre otras evidencias – prueban que tales expresiones de
violencia directa tuvieron lugar. Numerosos estudios han documentado estos
hechos, entre ellos el Informe Final de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación. El
desarrollo de la violencia y el terror coexistió con la recuperación de la
democracia en 1980, pero también con la instalación de gobiernos que
incurrieron en sonoros casos de corrupción, que renunciaron a su misión de
proteger los derechos de los peruanos más vulnerables y no tomaron decisiones
conducentes a enfrentar estos actos de violencia desde la observancia de la ley
y la institucionalidad democrática. Un sector importante de la población estuvo
dispuesto a negociar derechos fundamaentales a cambio de “eficacia” en el
tratamiento de problemas de seguridad y estabilidad económica. En la década de los noventa el Perú se vio
sumido en un régimen autoritario que no dudó en recortar libertades,
desmantelar instituciones y comprar conciencias para preservar su poder.
Nuestra generación ya está
desarrollando obras en torno a la significación compleja y trágica del
conflicto armado interno, su terrible impacto en nuestro país y en sus
instituciones. En clave de reflexión testimonial, destacan Diario de vida y muerte de Carlos Flores Lizana, Memorias de un soldado desconocido, de
Lurgio Gavilán, y Los rendidos de
José Carlos Agüero, entre otros libros importantes sobre la materia. Estos tres
textos en particular, constituyen un giro relevante en los estudios sobre la
memoria. La relación entre esta difícil etapa de nuestra historia y el desarrollo
de la actividad intelectual, así como sus efectos en la vida pública constituye
un tema ineludible de reflexión conducente a forjar una compresión más lúcida
de nuestra historia reciente. A diferencia de nuestros políticos, periodistas y algunas autoridades sociales – que evitan el tema o lo abordan desde el prejuicio o
lamentables lugares comunes -, existe un grupo de ciudadanos que sí consideran
fecunda la discusión rigurosa sobre la memoria en el Perú. Sin examinar el
pasado, resulta difícil para los peruanos construir un futuro para la sociedad en términos de libertad y justicia.
Sin lugar a dudas los acontecimientos catastróficos vividos durante el conflicto armado bajo el régimen político de Fujimori son los más relevantes en cuanto a contextos históricos sociales y políticos en nuestro país, pero también creo que son importantes resaltar hechos ocurridos más recientemente en estos tres últimos gobiernos, casos muy sonados de corrupción, lavado de activos, narcoindultos, hechos donde se quiere imponer el poder a toda costa como el baguazo, etc.
ResponderEliminarCon respecto a lo primero, siento una gran decepción por la postura de ciertas élites y algunos políticos que en pleno siglo XXI sigan cegados y en la ignorancia defendiendo o tratando de justificar estos hechos donde se trasgredió las leyes y los derechos humanos. Quiero precisar el caso del congresista García Belaunde que hace unos días atrás desacreditó al informe de la CVR de no verídica mientas era entrevistado, según García Belaunde: dado que el conflicto armado ocurrió durante la intauración de la democracia en nuestro país y como Sendero Luminoso venía sembrando el terror, este era una amenaza inminente y se justifica los hechos como se reprimió a este grupo terrorista sin importar las victimas inocentes, en consecuencia ¿de qué verdades se puede hablar?, además cuestiona al informe por su alto costo e insinúa a que los integrantes de la CVR y sus colaboradores se beneficiaron o se embaucaron todo ese dinero; que sepa yo hasta ahora no he visto un solo documento sustentable donde se explique un aprovechamiento por parte de la comisión. Nuestros políticos que piensan de esta manera y defienden este tipo de afirmaciones no solo pecan de ignorancia al desconocer la realidad de este país o quizá no les interesa, también pecan de insensibilidad y deshonestidad con su compromiso a favor del pueblo que lo eligió.
Es lamentable esta cruda realidad, pero congresista de esta índole son el claro ejemplo de los grandes cambios que se necesita en nuestra política peruana. Saludos Gonzalo