Gonzalo
Gamio Gehri
La
entrega del Informe Final de la CVR tuvo lugar hace doce años, y los ideales
que motivaron la formación de la Comisión y la elaboración de dicha
investigación permanecen vigentes: el esclarecimiento de lo sucedido durante
aquel tiempo de miedo. La necesidad de reparar a las víctimas, demostrarles que
su dolor es el nuestro, que su aspiración a la justicia es nuestra aspiración.
Que somos ciudadanos de la misma comunidad política.
Sin
embargo, nuestras “élites” – numerosos políticos en actividad, algunos empresarios, jerarcas de
la Iglesia, algunos militares en retiro – eligieron mirar hacia otro lado, no
discutir el texto, o cuestionarlo sin leerlo. Recurrieron al poder que podían
usar para bloquear toda posibilidad de que el Informe pueda ser debatido en las
escuelas. Debatido, ese es el verbo. No se ha permitido que este texto – una investigación
interdisciplinaria sobre veinte años de violencia en el Perú, que recogió cerca
de diecisiete mil testimonios escuchando las voces de personas – sea estudiado
y examinado a conciencia. La causa de la necesaria restitución de los derechos
de las víctimas – la mayoría de ellas no habitante de las ciudades peruanas ni hablante
del castellano como idioma materno – no parece constituir una prioridad para
nuestra “clase dirigente”: dicha tarea está lejos del círculo de sus intereses.
A
menudo, nuestras “élites” han pretendido silenciar esta investigación
tratándola con abierta hostilidad. Movilizando los medios conservadores contra ella,
convocando a personalidades para declarar contra ella (desatendiendo el ámbito
del argumento), para concentrarse sólo en el posicionamiento de los personajes
cuya responsabilidad frente al conflicto – por acción o por omisión – había
sido examinada por la CVR. El asunto de fondo, el desamparo de las víctimas, el
estado de la defensa de los derechos humanos, la fractura de las relaciones
sociales, se deja de lado, o se la cubre con el manto de los “temas políticos”.
La cuestión de la verdad se soslaya. Parece ser lo habitual cuando se interpela
a nuestras “élites”. Es lo que ha sucedido también con los ya verificados plagios del cardenal Juan Luis
Cipriani. Lo que importa no es denunciar o reconocer las malas prácticas, sino
movilizar poderes para silenciar las justificadas críticas de los ciudadanos. Pero lo real
sigue allí.
Las
tareas de la recuperación de la memoria han sido recogidas en otros espacios.
Algunas instituciones de la sociedad civil: organizaciones de derechos humanos,
injustamente maltratadas en otro tiempo. Algunas universidades, conscientes de
su compromiso con el país y con la justicia. Contadas comunidades religiosas de
distintas confesiones, contraviniendo el parecer de algunos de sus líderes,
pero privilegiando su adhesión a la causa del cuidado de los más pobres y vulnerables.
A todos esos individuos y grupos les inspira la idea de que no será posible constituir una genuina
comunidad ni humanidad sino concentramos la mirada en la protección de la
dignidad de quienes han sufrido y exigen justicia y escucha de parte de sus
conciudadanos.