Gonzalo
Gamio Gehri[1]
Celebrar
la Semana Santa
constituye ocasión para revisitar, por así decirlo, el núcleo de la fe
cristiana. El misterio propio de la
Pasión , muerte y Resurrección de Jesús como actos de amor
incondicional. Reconocer que no es la muerte la que tiene la última palabra,
sino el ágape y la justicia. Aquí reside en buena cuenta, la verdad del
cristianismo.
No se
trata, evidentemente, de una verdad puramente intelectual. No se concibe aquí
la verdad como la correspondencia entre la mente y las cosas. Para Jesús – como
para los judíos que se remitían a la tradición profética – la verdad se dice emeth,
que es más precisamente "lealtad" , confianza en la relación Yo / Tu como base
de toda relación interhumana, pero también piedra angular de la Alianza entre Dios y su
Pueblo. Este concepto de verdad alude al proceso de la comunicación, y por lo
tanto al horizonte del encuentro con el otro. Es más una categoría ética que
estrictamente metafísica. Ella supone su encarnación en una forma de vida.
Esta dimensión práctica de la verdad explica
probablemente el silencio de Jesús ante la pregunta de Pilatos “¿Qué es la
verdad?”. No se trata de evocar una solución epistémica, o de describir una
doctrina religiosa. La verdad alude a un modo de estar en la vida, confiar en
la acción del Amor en las personas, por eso no cabe responder a la pregunta con
una definición teórica. La verdad acontece en medio de los seres humanos,
orienta el cultivo del diálogo, así como las transacciones más sencillas de las
personas. En lugar de remitirnos al conocimiento definitivo de la estructura
del cosmos, plantea la conexión entre Yo y Tu, conexión que se pone en juego en
el gesto, en la palabra, en la mirada y la escucha.
La
verdad se comprende como la encarnación del ágape, con todos sus riesgos.
El cristianismo destaca la vulnerabilidad como un rasgo distintivo de esta
relación interpersonal. Nos habla de un Dios que quiere misericordia y no
sacrificios, que accede a vivir en medio de los seres humanos y entablar
amistad con ellos. Un Dios que abandona lo eterno para ingresar en el tiempo
finito, que nace en un pesebre y que muere en la cruz. Evoca en particular la
vulnerabilidad de aquellos en quienes concentra su atención el anuncio del
Reino; los pobres, los excluidos, las víctimas. Por eso examina la historia
desde su reverso, desde la perspectiva de los pequeños, los débiles, los
marginados, los “insignificantes”. Aquellas personas por las que los poderosos,
sabios e influyentes no darían un centavo. Ni entonces, ni ahora. No obstante,
los últimos serán los primeros. En Mateo 25 el compromiso con los más pequeños
adquiere una connotación ética bastante precisa: dar de comer al
hambriento, visitar al enfermo o al
preso. El ágape se manifiesta en las obras.
Con
frecuencia olvidamos que esta forma de vida constituye la matriz de significado del
cristianismo, el compromiso incondicional con los más débiles. Jesús asume su
propia fragilidad en la cruz, dando la vida por sus amigos. Su Resurrección, en
contraste, se propone mostrar que lo que quiere Dios de sus criaturas es que
ellas tengan vida en abundancia. La violencia, la discriminación y la
desigualdad contravienen aquel deseo y aquella promesa hecha a todos los
hombres. El amor y el sentido de justicia inspiran a las personas de buena
voluntad en la tarea cotidiana de combatir todo aquello que corrompe la
plenitud de vida que merecen los hijos de Dios, en conformidad con el anuncio
del Reino. Al actuar así apuestan porque la muerte no tenga jamás la última
palabra.
(Publicadoen la columna ‘La periferia es el centro’ de La República ).
Interesante post. Quería hacerte una consultita, ¿dónde puedo encontrar el libro "El cultivo del discernimiento"? Quisiera citarlo en mi tesis.
ResponderEliminarCordialmente
Uriel
ResponderEliminarLa he visto en librerías, y en la Universidad Ruiz de Montoya.
Un abrazo,
G.
Hermoso articulo
ResponderEliminarAquí en Latinoamerica hay un redescubrir de los significantes, desde una mirada centrada en lo comunitario,... y en la ternura, la ternura de unir cuerpo y alma, sentimientos y razón. Y esta mirada sobre la verdad como lealtad, supone lo mismo, da frescura a la pascua.
gracias
fandelrey