Gonzalo
Gamio Gehri
La
figura del intelectual público y la del científico – se dice – estarían desdibujándose en los foros mediáticos del Perú. Estos serían los tiempos de los meros 'promotores de opinión'. Por
lo menos es lo que parece suceder en la mayoría de los medios periodísticos locales,
salvo un par de importantes excepciones. Se ha instalado - en muchos medios - la
prepotencia como estilo periodístico, la atribución arbitraria del interés
creado, la sorna fácil y la bravuconada. La estigmatización ideológica, por supuesto
(no estoy aludiendo a la discusión acerca de los fundamentos de las diversas ideologías,
en tanto ese debate está prácticamente ausente en las organizaciones políticas
y en los medios del Perú, pues solamente
se plantea en escenarios estrictamente académicos). Y todo eso vende, o eso es ño que parece. Nuestros “líderes de
opinión” prefieren la mera confrontación personal al intercambio de argumentos.
Basta leer las columnas de un periodista libertario, en las que se dice en que
ser de izquierda equivale a padecer una deficiencia cerebral gravísima, o
revisar las malogradas notas de otro columnista, un abogado paleoconservador, que siempre
se las arregla para señalar alguna presunta componenda que involucre al
gobierno y a “la izquierda” (sea lo que signifique esté rótulo en sus
esquemas). Declaraciones tan categóricas requieren razones y evidencias, pero
no resulta difícil constatar la ausencia de argumentos, en ambos casos. Un
estilo agresivo, en un caso, y en el otro una solemnidad vacía, con guiños
extraños a Catón. Es preciso recuperar el cuidado del argumento, para
enriquecer el debate público.
Con
frecuencia, suele pensarse que puede sentarse una posición política válida
emitiéndose una “opinión” o señalando una mera preferencia personal sin contar
con buenos argumentos que la respalden. En realidad no es así. No resulta
sensato ni riguroso que algunos periodistas y columnistas simplemente compartan
con el público sus simpatías y sus fobias. Ello no aporta a la discusión cívica
ni propone pedagogía política alguna. Que uno exprese una mera preferencia
personal o que señale un tipo de lealtad – digamos “dogmática” e “ideológica” –
no significa que esa opción sea digna de
adhesión. Pasar del hecho de suscribir una postura política a sostener que
esa postura merece ser elegida y convertirse en objeto de compromiso ético
supone ofrecer razones que hagan manifiesto su valor. Ambos planos no deben ser
confundidos, y el lector no tendría que darse por satisfecho percibiendo los
prejuicios de los redactores, o sus reacciones inmediatas ante ciertos
acontecimientos o puntos de vista. En este asunto - así como en otros - las contribuciones del intelectual público y las del especialista son realmente significativas.
Concebir
la política sólo desde la mera pugna de ideologías e intereses personales o de
grupo – como hacen numerosos columnistas conservadores locales - sólo
contribuye a envilecer la acción política y a oscurecer sus posibilidades como
vehículo de edificación de un mundo común, cuyas instituciones, prácticas y
reglas podrían hacer algo más que reflejar las expectativas de lobbies y de políticos inescrupulosos. La
sola apelación a la cruda Realpolitik
no supone invocar un destino inexorable para nuestra considerablemente
vulnerable esfera pública. Con frecuencia, algunos medios de comunicación particularmente influyentes constituyen entusiastas grupos de interés en el juego político criollo, de modo que alientan el exclusivo juego de fuerzas. Se comportan como espacios de agitación y propaganda, y no como foros plurales de discusión en los que el intercambio de argumentos y la exhibición de evidencias tienen un lugar crucial.
No debemos resignarnos a la pobre situación de la discusión política nacional; en gran medida, cambiar esta situación implica promover espacios de intervención del ciudadano común en el debate público. Este era el punto de vista de Dewey, de Hook y de Arendt: todos ellos intelectuales públicos que promovieron el compromiso personal con la construcción de espacios públicos como una forma de renovar la política y de combatir las manifestaciones de autoritarismo en las sociedades contemporáneas. No tiene sentido dejar el tema político en las manos de nuestra “clase política” o en las de aquellos “columnistas de opinión” que reducen la política al mero conflicto de interés dogmático / ideológico. La política involucra a todos los ciudadanos, por principio.
No debemos resignarnos a la pobre situación de la discusión política nacional; en gran medida, cambiar esta situación implica promover espacios de intervención del ciudadano común en el debate público. Este era el punto de vista de Dewey, de Hook y de Arendt: todos ellos intelectuales públicos que promovieron el compromiso personal con la construcción de espacios públicos como una forma de renovar la política y de combatir las manifestaciones de autoritarismo en las sociedades contemporáneas. No tiene sentido dejar el tema político en las manos de nuestra “clase política” o en las de aquellos “columnistas de opinión” que reducen la política al mero conflicto de interés dogmático / ideológico. La política involucra a todos los ciudadanos, por principio.