Gonzalo Gamio Gehri
La Semana Santa es
una festividad de nos brinda la oportunidad de recordar la importancia de los
vínculos humanos, los vínculos que brindan un significado a la vida. Son los vínculos con las personas, y no con las cosas (incluidas el dinero y el poder) lo que constituye fuente de sentido. El cristianismo es una religión
de amor y de justicia, que encuentra el horizonte de sentido en las conexiones
más profundas entre los seres humanos.
Estuve viendo
nuevamente Meet Joe Black (1998) y la película me situó de manera
imprevista en esa tensión extraña entre finitud y trascendencia. William
Parrish es un hombre mayor y un empresario próspero que sabe que morirá esa
noche, la noche de su cumpleaños. La muerte está a su lado. Ella ha tomado
provisionalmente el cuerpo de un muchacho, porque ha decidido transitar
furtivamente por el mundo de los seres humanos, pero ha llegado la hora de
partir. Ha conocido el amor de una manera que no había podido prever, pero ha
llegado el último día de su estancia mundana. Los dos contemplan maravillados
los juegos pirotécnicos que iluminan el cielo, como el último instante de su
viaje por la tierra. Intentar retener el instante, coomo en el Fausto. Ambos coinciden en que soltar la vida es el acto más
difícil.
William ha tratado
de dejar sus cosas en orden, hablando con las personas que más quiere. Dos
cuestiones fundamentales animan sus acciones. Sabe que su existencia está
llegando a su fin – al menos tal y como él la conoce – y siente que debe
despedirse, y que acaso debe hacerlo cara a cara. La muerte está a la vuelta de la esquina. Decir lo que tiene que decir, dejar
muy en claro cuánto quiso a las personas que quiso, para darle un poco de paz a
su corazón y a sus seres queridos, aunque ellos no sepan que no lo volverán a
ver. Es un acto de amor, a su juicio. El otro asunto es el de la enorme
importancia de los vínculos sustanciales – amor y amistad – en la vida. Son lo
que le ha dado sentido a su existencia, y eso es finalmente se llevará allí
adonde vaya. No es su empresa, ni el dinero, ni el prestigio ni el bullicio de
la fiesta lo que se llevará consigo. Es el amor – en todas sus manifestaciones
auténticas – que se ha podido entregar y recibir. Nada más. El cariño de la gente que merece la pena y que habita sus pensamientos. Lo sabe
perfectamente. Por eso mirar por última vez a las personas que le importan y
dirigirles una palabra es a la vez un acto de afecto y de justicia. Constituye
un esfuerzo final por darle a cada persona y a cada cosa el lugar que le
corresponde en el complejo torrente de la vida. Por eso es importante cuidar
los vínculos. Porque sólo podemos identificar la trama del curso de la propia
existencia, como sugiere la Ética a
Nicómaco, cuando ésta está por
concluir.
Se trata de una
situación aleccionadora y profundamente conmovedora, en clave religiosa o en
clave existencial. La vida puede ser flor de un día, como esos fuegos
artificiales que contemplan – atónitos – ambos personajes. Bill Parrish lo sabe
bien, pues ha sido el tema central del discurso de agradecimiento que pronunció
antes de soplar sobre sus sesenta y cinco velas. Esos años han sido sólo un
suspiro para él. No sabemos si trascenderemos, pero al menos es posible
discernir qué tiene sentido y qué no. Los sentimientos realmente humanos parecen tener la respuesta, pues ellos te
humanizan. Donde está tu corazón, está tu verdadero tesoro.
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