Gonzalo Gamio Gehri
“La
tarea del paisajista no es la fiel representación del aire, el agua, los
peñascos y los árboles, si no que es su alma, su sentimiento, lo que ha de
reflejarse. Descubrir el espíritu de la naturaleza y penetrarlo, acogerlo y
transmitirlo con todo el corazón y el ánimo entregados, es tarea de la obra de
arte”[1].
Con estas palabras, Caspar David
Friedrich reflexiona sobre una de las piedras angulares del romanticismo, el
paso de la mimesis a la póiesis. No se trata ya de imitar las
fuerzas naturales que se agitan fuera de mí y a mi alrededor; se trata de
expresar el espíritu de las cosas que se arremolina dentro de mí y que se
manifiesta por doquier. Ese espíritu requiere de un lenguaje que lo haga
explícito ante uno mismo y ante otros. Ese es el lenguaje de la creación del
artista. Las viejas cosas resuenan con palabras nuevas que re-velan nuevos
sentidos.
Conectar el espíritu de las cosas
con la propia pasión, esa es la tarea del artista. Que toda la nostalgia, el amor, el resentimiento y la inteligencia presentes en el alma puedan palpitar desde la obra. Es
interesante que Friedrich se refiera a la labor del paisajista, el más mimético
de los pintores, si cabe. Uno piensa en las iglesias pintadas por el autor,
medio derruidas y cubiertas de vegetación, las columnas ruinosas, las sombras
de la noche posándose sobre las ramas sin hojas de los árboles. Conmueve su tematización de la nostalgia y de la ausencia. La percepción
de la retirada del espíritu y el antiguo sentido de las cosas. La soledad. La pérdida
y la añoranza de la plenitud. El anhelo del nóstos. Si en El viajero el espectador inflama su corazón
con la re-velación de la naturaleza y parte de su misterio, la mayoría de sus cuadros
nos remite a la fugacidad de las cosas – incluso las más amadas – y los denodados
esfuerzos por retenerlas. Otro curioso puente hermenéutico con el tema del instante en el Fausto.
[1] Friedrich, C. D. “La voz interior” en:
Novalis, Schiller y otros Fragmentos para una teoría
romántica del arte Madrid,
Tecnos 1987 p. 53 (las cursivas son mías)..
...precisamente porque el espíritu de las cosas se manifiesta por doquier, decae completamente la diferencia entre lo que se agita fuera de mí y lo que se arremolina dentro de mí. La metáfora espacial dentro y fuera pierde completamente sentido, decae necesariamente. La sorpresa escrita y el recto estupor, por ejemplo, o mejor aún el santo abandono, el rubor, son los síntomas puntuales de esta necesidad. O como diría Schelling con las mismas palabras (me permita):
ResponderEliminarSe trata de expresar las fuerzas naturales que se agitan fuera de sí y a mi alrededor, imitando el espíritu de la cosas que se arremolina en mí y fuera de mí, por doquier.
Un abrazo.
ResponderEliminarExactamente, estimado amigo. La conexión significativa se establece desde el alma, pero esta conexión debilita la distinción "dentro" / "fuera".
La alusión al rubor y a la sorpresa es iluminadora.
Un abrazo,
Gonzalo.