Gonzalo Gamio Gehri
Hago un breve alto en este necesario período de pausa en el blog para discutir una polémica columna periodística que ha llamado mi atención, de modo que no he podido abstenerme de escribir sobre ella. El último domingo, Ricardo Vásquez Kunze publicó en Perú 21 una nota titulada Por qué voto Sí las razones por las que
apoyará la revocatoria a Susana Villarán. Señala que sus motivos son estrictamente
políticos e ideológicos. Por ello, en este comentario dejaré de lado la
importante cuestión de las consecuencias de una eventual revocación de laalcaldesa y demás autoridades, cuántos alcaldes tendría Lima en un lapso
brevísimo de dos años, los costos de nuevas elecciones y un largo etcétera. Vásquez
Kunze sostiene que su voto expresa el rechazo de un lenguaje político que
quiere pasar como “correcto” (como “pensamiento único”, dice explícitamente),
un vocabulario que sólo manifiesta la posición de la “izquierda progresista” y
su aliado el “marxismo”. Quizás éste sea el párrafo más categórico en aquella
senda de interpretación:
“Pues de eso se trata todo el asunto para mí. “Construir ciudadanía” es el gato por liebre con el que la izquierda apunta a asfixiar la voluntad de cada ser humano a pensar libremente para embutirlo en una camisa de fuerza donde la “interculturalidad”, la “identidad de género”, la “tolerancia”, la “educación inclusiva” y el “medioambientalismo”, entre otros ucases ideológicos, determinen la ortodoxia ciudadana y distingan, por tanto, a los buenos de los malos muchachos. Se perfila así un despotismo ético y moral que pretende instalar una única postura válida para vivir la totalidad de los aspectos de la vida en sociedad, so pena de ser excluido y señalado como lacra”.
Voy a concentrar mi reflexión en el núcleo del argumento y dejar del lado el elemento coyuntural del problema. Sumerjámonos en aguas ideológicas y filosóficas. Me parece que Vásquez Kunze le concede demasiado a la
“izquierda progresista” en cuanto a la construcción de un léxico político
organizado desde los derechos humanos, el pluralismo y la tolerancia; el
marxismo nunca suscribió esas categorías, a las que tachó erróneamente de
formar parte de un tipo de “fantasmagoría burguesa”. En realidad, se trata de
un conjunto de principios que son fruto del proceso de formación de la cultura
política liberal, principios que se han arraigado en los textos
constitucionales de las democracias modernas. Constituye un marco
político-legal fundado en el sistema de derechos y libertades de los individuos
que es expresión de un “consenso superpuesto” de diversas doctrinas
comprensivas en materia moral y espiritual en un contexto de pluralismo
razonable (para decirlo en palabras de John Rawls). La postulación de estos
principios es, también, resultado de una dolorosa historia de exclusión y
guerras de religión que ha puesto de manifiesto el terrible legado de los
intentos – tanto religiosos como ideológicos – por imponer un único estilo de
vida o una única doctrina o credo sobre el sentido de la vida y de la historia.
El sistema de derechos defendido por el pluralismo liberal promueve la apertura
de espacios sociales para el cuidado de diversos modos de pensar y de vivir
elegidos por los ciudadanos.
Yerra, pues, Vásquez Kunze, al identificar el lenguaje de los
derechos con los “desechos ideológicos” (sic)
de la izquierda. La crítica suya es violenta, pero poco convincente. Este lenguaje
busca ser foco de consenso público, más allá de la cantera ideológico-política
de sus suscriptores. La cultura de los derechos humanos constituye un punto de
encuentro de una izquierda moderna, de una derecha liberal y de una
social-democracia estricta. Las cuestiones de identidad cultural y de género,
las políticas interculturales y ambientales constituyen áreas de reflexión que
son abordadas desde tantos enfoques conceptuales contrapuestos que no tiene
sentido caracterizarlas como parte de una agenda política única. Se trata de
cuestiones que no son ajenas al desarrollo de los problemas abiertos desde los
derroteros del liberalismo político, pero que reconocen diversas fuentes de
inspiración intelectual y política.
“Pensamiento único” es
una expresión que – rigurosamente – designa una “actitud” frente a las concepciones de la realidad
(generalmente las propias), una disposición que tiende a concebirlas como las
únicas verdaderas. Se opone en ese sentido al llamado falibilismo, una actitud –
común a pragmatistas y a liberales - que considera posible que las propias
interpretaciones estén equivocadas, particularmente en el caso de que aparezca una
perspectiva más razonable que muestre con claridad la confusión o el error. El falibilismo potencia las políticas pluralistas. Pero este no constituye el único uso de este concepto. Ramonet y sus epígonos locales, en contraste, identifican la expresión con una
corriente de pensamiento en particular, a saber, el liberalismo económico. Echan
a perder la riqueza y complejidad del conflicto intelectual y moral entre el
pluralismo y los integrismos de diverso origen. Simplifican el debate y lo reducen a una mera controversia ideológica entre derechas e izquierdas (progresistas o no).
Las instituciones y normas encarnadas en el sistema político
inspirado en el pluralismo liberal constituyen herramientas sociales para
garantizar la convivencia social, de modo que cada cual pueda elegir su modo de
vivir y someta a examen sus propias creencias en diversos espacios de diálogo,
si así lo desea. La única condición es respetar la ley y tratar a los
individuos como titulares de derechos, vale decir, sujetos intrínsecamente
dignos, potenciales autores de su destino y estilo de vida. En una sociedad liberal es posible que las personas puedan
optar – en determinadas situaciones – por tener o no creencias religiosas, o
preservar la cultura de sus ancestros o desafiar las antiguas tradiciones
locales, o entablar relaciones afectivas de diversas clases, pero no pueden
elegir legítimamente ejercer discriminación o violencia sobre otros individuos
por razones de condición económica o legal, raza, cultura, religión,
convicciones políticas, género o sexualidad. El límite es el reconocimiento de los
derechos y libertades de los demás. Dicho límite es hecho explícito desde la
razón de la esfera pública y no desde alguna concepción ideológica particular.
El liberalismo procura ampliar los espacios de libertad para
el desarrollo de las propias ideas y el diseño crítico del propio plan de vida. El
Estado constitucional de derecho tiene como objetivo fundamental la protección
de tales espacios. Las alternativas políticas al pluralismo liberal no han sido
particularmente exitosas en cuanto a la observancia de las libertades básicas,
las demandas de inclusión y el cuidado del derecho a pensar de modo autónomo
que tanto reclama Vásquez Kunze. El antiguo régimen europeo, los Estados
confesionales que cultivan el integrismo religioso, el nazismo, el estalinismo
y los intentos por imponer el despotismo ilustrado han generado formas de
represión intelectual y trato cruel que son conocidos por todos. Todos estos
regímenes ofrecían un cierto tipo de “pensamiento único” y la guía de un
“tutor” o “líder”. No entiendo por qué
Vásquez Kunze sospecha de una posible entraña totalitaria en el pluralismo. En
un mundo pensado en clave pluralista es posible imaginar individuos que piensen
que un estilo de vida confesional (o uno ateo) sea el mejor y vivan de esa
manera al interior de instituciones democráticas ¿Admitiría un mundo diseñado
según el esquema integrista la presencia de aquellos que valoran un estilo de
vida que no concuerda con la confesión oficial?
Felicitaciones, Gonzalo. Excelente texto. Lástima que las personas autoritarias sólo puedan describir el mundo de manera maniquea.
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