Gonzalo
Gamio Gehri
Me
propongo hablar ahora de la experiencia de la nada, pero tal y como se formula
en las vivencias ordinarias, que tan bien recoge la literatura. Me refiero en
este caso a la experiencia de la caducidad, de la desarticulación del plan de
vida, de la retirada de aquello que anhelamos y pretendemos. No se trata de la
angustia de los existencialistas contemporáneos, que pone en suspenso la existencia entera, si no de la nada de esto o de aquello, la que
aniquila un contenido espiritual preciso. La nada de la pérdida, de la ausencia y de la
melancolía. La que se pone de manifiesto en la tristeza más profunda y cotidiana. Ella no cunple un rol heroico en las cuestiones acaddémicas de la
metafísica, pero sin duda evoca las mal llamadas “pequeñas muertes del alma” (¿serán realmente pequeñas? Es claro que no) en las que a veces comprometemos la vida. Esa nada determinada habita la poesía y la narración, así como la vida
misma.
Es
la nada que convierte las vivencias presentes en pasadas, la que convierte el
instante en recuerdo, la plenitud en reflejo. Pensemos en la situación de Dante
ante la muerte de Beatrice, su disposición a seguir escribiendo para preservar
su imagen imborrable. Consideremos la meditación de Héctor – poniéndose la
armadura y ciñéndose la espada, preparándose para la batalla – antes de luchar con Aquiles: se trata de la anticipación del advenimiento de la nada. Pensemos en Admeto desgarrado ante la desoladora desaparición de Alcestis; él sin duda encontraba cada instante doloroso e inhóspito antes del
milagroso e inesperado retorno de su amada, Consideremos el desasosiego de K en El Castillo, al no lograr en modo alguno
presentarse ante el administrador del lugar para resolver los problemas que lo
agobian. Es la experiencia del goteo cada vez más lento de la esperanza, la
retirada del amor y de la convicción. Se hace presente en la vida cuando
creemos que las cosas comienzan a desdibujarse, como cuando abandonamos algunos
proyectos en los que hemos depositado la fe, o cuando la añoranza y la nostalgia únicamente encuentran el silencio en la otra orilla (recordemos los sentidos versos de Neruda ante la ausencia de la amada, “Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella. Y el verso cae al alma como al pasto el rocío”). Es el tipo de fatal desintegración que
tiene lugar cuando nuestras antiguas creencias pierden todo sus fundamentos, cuando el desánimo y la desesperanza por fin nos ganan. Se dice que Goethe escribió su Werther en medio de esa situación.
Hegel
quiso hacer de esta nada determinada el motor del movimiento del espíritu.
Recurrió a la idea trágica de la educación a través de la experiencia de lo
negativo. Incorporó a su sistema la negación como una categoría racional. La
experiencia literaria – existencial de la nada entraña un escepticismo más
sutil: no está segura de que esta vivencia conduzca a una perspectiva que
podamos fijar de antemano. Nos deja simplemente en la percepción de cómo las
cosas pierden consistencia. Qué desenlace encontremos constituye un misterio (y quizás un reto).
¡Saludos Gonzalo!
ResponderEliminarEscribí otro texto en defensa de Garatea:
http://sofiatudela.blogspot.com/2012/05/una-defensa-al-padre-gaston-garatea.html
No sería mala idea que tú escribieses sobre el tema también.
Me gusto mucho esta publicación.
ResponderEliminarEn mi blog he publicado un debate sobre lo acontecido con Garatea. Por si te interesa:
ResponderEliminarhttp://sofiatudela.blogspot.com/2012/05/un-debate-sobre-el-caso-del-padre.html
Qué bueno que haya tocado este tema, y que lo haya hecho con tal precisión.
ResponderEliminarSi quisiéramos mencionar a otros autores, creo que no podría faltar Juan Carlos Onetti.
Me gusta esta publicación.
ResponderEliminarhttp://unairedevida.blogspot.com.es/
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