viernes, 16 de septiembre de 2011

EL INSTANTE




Gonzalo Gamio Gehri


De todas las obras literarias que examinan el carácter del individuo instalado la cultura moderna, probablemente Fausto sea la más conmovedora e iluminadora. Goethe relata la historia de un venerable científico que, ya anciano, habiendo dedicado la vida entera a la búsqueda del conocimiento en la senda de la Ilustración – “Filosofía, Jurisprudencia, Medicina y también, por desgracia, Teología” -, descubre que el camino hacia la plenitud es otro, el de la experiencia. Fausto quiere tomar la vida con las dos manos, como sugiere Hegel en la Fenomenología del espíritu. Celebra un pacto con Mefistófeles, que le permite recuperar la juventud e iniciar un vertiginoso camino de experiencias en pos de la plenitud anhelada. El diablo pregunta cuándo podrá llevarse el alma de Fausto. El sabio no tarda en responder:



“FAUSTO



Choquemos esos cinco. Si alguna vez digo ante un instante: «¡Deténte, eres tan bello!», puedes atarme con cadenas y con gusto me hundiré. Entonces podrán sonar las campanas a difuntos, que seré libre para servirte. El reloj se habrá parado, las agujas habrán caído y el tiempo habrá terminado para mí.”


Fausto busca acumular inagotables experiencias que deleiten su mente y sus sentidos, de modo que su vida culmine cuando la fascinación del instante lo impulse a no desear nada más. Esta convicción lo lleva – por lo general en compañía de Mefistófeles – a vivir la Noche de Walpurgis, conocer el amor de Margarita, y luego, convertirse en uno de los consejeros del emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, visitar a las Madres del Ser, viajar al mundo griego (para celebrar la “Noche de Walpurgis clásica”). Incluso es testigo de la invención del papel moneda, creación de Mefistófeles. El diablo genera, por supuesto, situaciones trágicas y dolorosas que Fausto – a pesar de su inteligencia – no comprende del todo: ese es el lado siniestro del contrato que ha sido firmado con sangre. Su vocación por la destrucción del alma de Fausto no se disimula en la sutileza de sus juicios y maneras.
Pero la experiencia fundante que buscaba Fausto no será encontrada en los festines de poder y placer que se ha procurado por años, instigado por Mefistófeles. Con el tiempo, a Fausto se le entregan extensiones de tierra, y él logra arrebatarle tierra al mar para hacerla cultivable. La contemplación del trabajo humano en un clima de tranquilidad, así como la suave brisa marina le traen paz a su corazón. La experiencia del servicio le concede ese instante que buscaba.


“FAUSTO


Ahora se extiende hasta el pie de la montaña una ciénaga que apesta todo lo que ya se ha conseguido. Cuando desagüemos esa charca pestilente, habremos alcanzado el más alto logro. Abro espacios a millones de hombres, espacios en los que tal vez no estén seguros, pero sí podrán estar activos y libres.

La campiña es verde y fértil, los hombres y los rebaños se han aposentado en esta novísima tierra junto a la parte más sólida de esta colina levantada por un pueblo audaz y laborioso. Aquí en el interior hay un paraje paradisiaco, si allá afuera sube rauda la marea hasta el borde y con sus dentelladas violentas hace un boquete en el dique, se apresurarán a cerrarlo. Vivo entregado a esta idea, es la culminación de la sabiduría: sólo merece la vida y la libertad aquel que tiene que conquistarlas todos los días. Y así, rodeados de peligros, el niño, el adulto y el anciano viven provechosamente sus años. Quiero ver una multitud así, vivir en una tierra libre con un pueblo libre. Entonces podría decir a este instante: «Detente, eres tan bello». Así la huella de mis días no se perderá en los eones. En el presentimiento de esta gran alegría, disfruto, ahora, del instante supremo”.



El final propuesto por Goethe es tan interesante como conmovedor. La mano de Mefistófeles no alcanza al alma de Fausto: no la precipita a las profundidades como exigía el Pacto. Las oraciones de Margarita consiguen salvarlo. Más allá de lo sinuoso del camino emprendido, el mal es burlado.

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