Gonzalo Gamio Gehri
Ayer empecé una segunda versión de mi curso Ética, Antropología y Religión, en el Diplomado de Religión y Cultura de la UARM. Nuevamente, se inicia con un análisis de la magnífica obra de Iris Murdoch, La soberanía del Bien.
Como he señalado en un antiguo post, Murdoch pretende hacer explícita la plausibilidad de dar razón de nuestro vínculo con el Bien a partir de las metáforas platónicas de la visión y el Sol. Quiere mostrar – además – que nociones caras a la ética como virtud y disciplina pueden extraerse de cualquier exploración rigurosa de aquellas exigencias normativas que implican la adquisición y ejercicio serio de un arte, oficio o práctica social. En este punto es una digna discípula de los filósofos griegos.
El objetivo de la ética es la vida y la vida buena (zein kai euzein). En este sentido, la autora desestima los intentos de una facción dominante del pensamiento anglosajón por fundar la filosofía moral en el exclusivo análisis del lenguaje – o los modos de “conducta” – en uso:
“La ética no debería ser meramente un análisis de la mediocre conducta corriente, debería ser una hipótesis sobre la buena conducta y sobre cómo pudiera alcanzarse. ¿Cómo podemos hacernos mejores? Es una cuestión que los filósofos morales deberían intentar responder. Y si estoy en lo cierto, la respuesta llegará, al menos en parte, en forma de metáforas explicativas y persuasivas”.
A este proyecto subyace una peculiar concepción (“fenomenológica”) de la condición humana. Murdoch pide al lector considerar dos suposiciones que considera razonables. En primer lugar, que los seres humanos somos básicamente egoístas, y que no existe un télos externo y unitario que guíe la vida humana hacia una dirección definida. La primera afirmación – sostiene – echa raíces en la experiencia cotidiana, y en las evidencias que proceden del trabajo de la psicología y del psicoanálisis. Por lo general, estamos concentrados excesivamente en nosotros mismos, nuestros intereses y sensaciones, lo que no nos permite comprometer nuestra mente y carácter con una realidad trascendente que pueda brindarle pautas para el discernimiento y la acción. El alma tiende a soñar despierta, a buscar permanentemente autocongratulación o autoconsuelo. Se repliega constantemente frente a cualquier circunstancia que no le sea grata. La ética supone salir hacia fuera y ver lo que (realmente) hay.
La pensadora irlandesa confiesa que no es posible ofrecer un argumento definitivo que demuestre la inexistencia de un télos externo, aunque tampoco podemos contar con un argumento que demuestre su existencia. La única teleología posible es práctica, interna, dinámica. “Existen realmente muchas pautas y finalidades en la vida, pero no existe una pauta o finalidad general y, como si dijéramos, externamente garantizada, del tipo que los filósofos y teólogos solían buscar. Somos lo que parecemos ser, transitorias criaturas mortales sujetas a la necesidad y al azar”. No es difícil percibir la forma en que esta tesis de Murdoch le quita piso a la pretensión de diversos grupos religiosos conservadores (y de algunos ideólogos "neoteístas" y sus primos hermanos neotomistas) que se aferran a la remota idea de que toda la moral se derivaría sin más de una antropología metafísica portadora de esa densa y abstracta teleología externa. "Somos transitorias criaturas mortales sujetas a la necesidad y al azar”... esta aseveración debe ser tomada con la mayor seriedad y sobriedad, sin caer – juzga nuestra autora – en una especie de desmesura existencialista, que convierte la angustia y la desesperación en una suerte de pathos epocal. De hecho, Murdoch cree que esta postura abona el terreno para una suerte de subjetivismo autocomplaciente - menos dramático - que desestima cualquier apelación a una fuente objetiva del Bien. La severa antropología que ella bosqueja se traza un propósito distinto, a saber, romper el cerco del autoengaño individualista y abrirse a un horizonte moral mayor.
Esto sólo puede suceder a partir de una genuina metánoia, un cambio del objeto de atención que nos lleve más allá del circuito de intereses y necesidades del propio yo. La filosofía nos educa en aquel cambio de perspectiva.
No se encuentra el libro.
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