Gonzalo Gamio Gehri
He señalado en posts anteriores que la defensa de los derechos humanos constituye una de las áreas de consenso práctico respecto de la labor de diferentes asociaciones civiles y comunidades religiosas al interior de las democracias liberales. Cada una de esas comunidades promueve y examina diferentes concepciones acerca de aquello que hace que la vida sea plena. En tal sentido, no sólo difieren acerca de la familia de argumentos que las llevan a asumir la protección de la dignidad de las personas – por ejemplo, el desarrollo de imágenes heterogéneas de la condición humana o de las conexiones de nuestra vida finita con el sumo Bien o con las reglas propias de la moralidad o del derecho positivo -, sino que el modo de promover esta protección en la práctica puede ser enteramente distinto. Algunas asociaciones dirigen su interés a reivindicar los derechos de las minorías postergadas por problemas de discriminación, otras ponen énfasis en la situación de los niños, etc. Algunas se concentran en la formación de la conciencia crítica, otras prefieren asumir tareas vinculadas al activismo, etc. Incluso organizaciones sociales que se remiten a un mismo sistema de creencias como fuente de inspiración – por ejemplo, la remisión a una misma fe religiosa o civil – pueden asumir “carismas” y proyectos diversos.
Los organismos de inspiración católica que actúan en el espacio ciudadano constituyen una voz importante dentro de la sociedad civil. Se trata de una voz al lado de otras voces (seculares o religiosas de otras confesiones) que nutren la conversación cívica en una sociedad plural. John Rawls sostiene que las sociedades democráticas configuran y promueven una situación social de “pluralismo razonable” en la que las diferentes tradiciones morales y religiosas reconocen la existencia legítima de otros sistemas de creencias, y reconocen el derecho de sus propios miembros a examinar y discutir sus fuentes de reflexión y práctica. Nuestras instituciones se dirigen a menudo a ciudadanos que no siempre comparten nuestra visión de la vida. Más allá de nuestras convicciones originarias – que nutren nuestro trabajo ciudadano -, podemos encontrar con ellos algunas zonas de compromiso común, como la construcción de una cultura de derechos, o la búsqueda de un mundo social más justo y solidario.
A veces, tal compromiso puede exigir nadar contra la corriente, e incluso debe plantearse en medio de un territorio adverso. En el mundo de hoy, la promoción de la civilidad, la defensa de los derechos humanos y la opción por el pobre constituyen propósitos que distan mucho de ser expresión de algún corpus ideológico dominante. La cultura occidental contemporánea está lastrada de imágenes individualistas sobre la búsqueda del éxito y la consecución de la libertad a través del desarraigo (la célebre ‘libertad negativa’). El mercado es sindicado como el espacio social privilegiado, en el que se pone a prueba el talento y la eficacia de los agentes. Los ideales asociados a la cultura de derechos y la protección de los débiles requieren de una noción de bienes comunes que sólo puede ser articulada a contrapelo del imaginario individualista, para el que el contrato, y no el diálogo, constituye la forma emblemática de transacción humana.
Las instituciones de la sociedad civil comprometidas con el cristianismo han elegido formas inteligentes y creativas para afrontar esta tarea. En primer lugar, está la formación de las mentes y los corazones jóvenes, la formación interna de nuestras comunidades y la proyección hacia la sociedad civil constituyendo foros de diálogo y acción común. Se trata de cultivar el espíritu crítico, llamar las cosas por su nombre, señalar la injusticia allí donde esta se produce. El cristianismo plantea asumir libremente el seguimiento de Jesús como una forma de vida. Ello implica servicio y compromiso incondicional con los otros, particularmente con los más vulnerables (el pobre, la viuda, el forastero); implica no prestar oídos a los cantos de sirena del poder. Hemos visto que este compromiso puede asumir diferentes lenguajes de resonancia pública sin desmerecer su matriz originaria de sentido. Este seguimiento implica también el ejercicio de la profecía, la crítica del poder constituido cuando éste trasgrede los principios de la justicia o vulnera la dignidad de los seres humanos. Supone también el cultivo de la parresía – la disposición espiritual para hablar libremente y con verdad en situaciones adversas – cuando se trata de confrontar el poder en nombre del Reino y su justicia. Como Jesús frente a los fariseos (o frente a Pilato). Es esta una dimensión actitudinal fundamental en el mensaje cristiano que no siempre los cristianos tomamos suficientemente en cuenta.
* Pasajes de una primera versión de un texto mayor que aparecerá en Páginas.
Muy interesante su artículo señor Gamio, pero hay un par de precisiones. En ningún momento ha hablado de la caridad y su dimensión social. Le recuerdo que ese es el mandamiento más importante de los cristianos.
ResponderEliminarPor otro lado cuando habla sobre la necesidad del “ejercicio de la profecía” me parece que ya está fuera de foco. La época de los profetas ya pasó y el actual ejercicio de la profecía se presta al abuso de charlatanes y predicciones inverosímiles (algunos dicen que el fin del mundo ya es eminente, otros que tal acontecimiento va a pasar). Los cristianos debemos vivir con realismo y no preocupados por predecir un futuro que siempre puede traernos sorpresas y puede llevar a la superstición.
Hola Baker:
ResponderEliminarHay que distinguir el uso cotidiano y el uso bíblico de profecía, asociado a la predicción del futuro. La profecía en el AT alude al re-cuerdo de la Alianza con Dios, a la crítica ético-social de la conducta de Israel. Alude también a la "meránoia" a la que invita Juan. A eso me refiero. No confundir.
Saludos,
Gonzalo.
Disculpe señor Gamio, yo me puedo enorgullecer de haber leído el Nuevo Testamento varias veces y que yo sepa San Juan no habla de ninguna “meránoia” ¿A qué se refiere con eso? . Por otro lado ¿por qué usa el término “re-cuerdo” y no simplemente “recuerdo”? ¿No le parece un poco huachafo?
ResponderEliminarBaker:
ResponderEliminarEl texto dice que Juan gritaba en el desierto: "metanoieite" - viene de "metánoia" - es decir, "cambia tu modo de pensar y de sentir". Una traducción menos feliz es "conviértete". He allí la metánoia).
Lo de re-cuerdo, para enfatizar las raíces (literalnente "volver a pasar por el corazón".
Servido.
Gonzalo.
¿No le parece un poco heavy introducir palabras en latín que nadie entiende en un blog que no pretende ser académico sino de divulgación popular? Por otro lado acabo de revisar en la RAE lo que dice de “recuerdo” y no hay nada que ni remotamente se acerque a “volver a pasar por el corazón”. Por favor no cambie el significado de las palabras. Los significados que se da la Academia son:
ResponderEliminar1. m. Memoria que se hace o aviso que se da de algo pasado o de que ya se habló.
2. m. Cosa que se regala en testimonio de buen afecto.
3. m. Objeto que se conserva para recordar a una persona, una circunstancia, un suceso, etc. No he querido desprenderme de los recuerdos de familia.
4. m. pl. memorias (‖ saludo por escrito o por medio de tercera persona).
Sí, pues, la filosofía es un poco "heavy". En buena hora.
ResponderEliminarHasta dónde re-cuerdo, este blog pretende ser académico-cívico, por así decirlo. El que quiera algo "light", que vaya al Útero de Marita.
El Útero de Marita es un blog peruano, por si acaso, señor Baker. El cierre súbito de este blog periodístico fue todo "un evento". Usted entiende.
ResponderEliminarY efectivamente, "recordar" viene de re-cordis. Si la RAE no señala la etimología, búsquela.