domingo, 31 de enero de 2010

SEPARAR Y REUNIR: SINESIO LÓPEZ SOBRE LA DERECHA PERUANA




Gonzalo Gamio Gehri



Decía Platón en El Sofista que las actividades fundamentales de la dialéctica son la separación y la unión conceptual: saber hacer las distinciones adecuadas, y elaborar síntesis cuando la ‘naturaleza de la cosa’ así lo amerita. Se trata de una lección fundamental que trasciende el ámbito propio de la filosofía, pues echa luces sobre el quehacer intelectual en general.

Leo con sumo interés el artículo del notable maestro Sinesio López – La derecha en el Perú – en el que hace un retrato crítico de las actitudes y referentes del derechista criollo. Como es peculiar en sus escritos, procede con agudeza y destreza, manejando muy bien la ironía. También se expresa con dureza, con la contundencia de aquel que, además de estar acostumbrado al rigor de las polémicas académicas, conoce el combate ideológico-político. El autor combina el argumento con la sátira:

“En el Perú no existen investigaciones históricas y empíricas que ayuden a definirla mejor. La peruana es una derecha difusa, borrosa, sin perfiles claros. Ella alberga a conservadores y a reaccionarios, a los defensores de la tradición y del statu quo, a los promotores del autoritarismo (la mano dura) y a los arribistas de toda laya. Cuando son católicos pertenecen al Opus Dei o al Sodalitium y, por eso mismo, son fundamentalistas pues fusionan la religión con la política. Son endogámicos: estudian en los mismos colegios, pertenecen a los mismos clubs exclusivos, se divierten en las mismas playas de moda, leen los mismos best sellers y, desde luego, a Vargas Llosa, su novelista favorito”.

Es más que seguro que algunos de los miembros de estos grupos religiosos conservadores protestará por la mención, que sin duda les molestará. Es verdad que la mención puede resultar algo gruesa, dado que existe una “derecha católica” (y también existe una “derecha evangélica”, lo señalo al paso) activa en la política que no necesariamente pertenece a estos grupos; la expresión también se refiere a individuos que se han asimilado a otra clase de colectivos completamente diferente, de tipo más “ideológico-cultural”, para decirlo de algún modo. En realidad, existen numerosos grupos tradicionalistas de extrema derecha religiosa y / o política – particularmente en la Red –, que responden a los más diversos y extraños idearios y programas de acción (entre los más radicales están los que se describen, curiosamente, como “católicos”, pero rechazan el Concilio Vaticano II en clara sintonía con el lefrebvrismo, y en clara contradicción con su declaración inicial; fustigan - sin mayores argumentos, en la línea del integrismo que practican - el “modernismo teológico”, pero pretenden confundir torpemente al lector identificándolo sin más con la defensa de la cultura moderna, que ellos rechazan de plano en todos sus aspectos). Asimismo, la mención a Vargas Llosa podría ser objetada desde diversos puntos de vista. Difícilmente La Fiesta del Chivo podría ser complaciente con el ideario autoritario que cultiva la derecha radical.

Creo que es preciso introducir matices en la lectura de López, y a eso me dedicaré en este post, a hacer distinciones en torno a las diferentes posturas asociadas comúnmente con la "derecha", pues es preciso no confundirlas. No voy a comentar la última parte del texto, en donde se señala a Humala como la "alternativa" a la "derecha", porque me parece que es una 'salida', digamos "política", que es evidentemente más que discutible (ya conocen mi opinión sobre el nacionalismo: no es un movimiento izquierdista). Voy a ocuparme sólo del retrato de la "derecha" que bosqueja el columnista.

Retomemos nuestra exposición. El autor continúa su descripción de los “derechistas”:

“Son liberistas (adoran al liberalismo económico) más que liberales. Aman la molicie rentista y odian el esfuerzo industrial. Son hispanistas, anglófilos o pro yanquis y, por eso mismo, excluyentes y racistas. Buscan la unanimidad y rechazan el pluralismo. Los mueve el miedo a los otros que pueden desbordarlos (los indios, los cholos, los amazónicos). Prefieren el orden al cambio y a la libertad. Son elitistas y están contra toda participación de las masas. Sus sectores ilustrados se inspiran en el pensamiento reaccionario de Louis de Bonald, Joseph de Maistre, Edmund Burke, Lammenais, Donoso Cortés, Carl Schmitt, Bartolomé Herrera, Riva Agüero. La derecha peruana ilustrada de hoy, sin embargo, no ha alcanzado las cumbres de la generación del 900. Son sólo modestos libretistas de ese viejo pensamiento reaccionario, de la Escuela Austriaca de economía (von Wieser, von Misses, von Hayek) en su versión gringa (la llamada Escuela de Chicago) y de la Escuela de Viena (Mach, Bühler, Gomperz, Popper).

Son partidarios de la versión extrema del neoliberalismo (sólo mercado y nada de Estado, exportación primaria sin industrialización, apertura total al libre comercio sin protección de los intereses nacionales, autorregulación del mercado sin protección de la sociedad, libre movimiento de capitales sin regulación, explotación del trabajo sin derechos del trabajador, puro chorreo y nada de distribución equitativa). Son hermanos-enemigos del estatismo. Por eso aman y odian a Chávez. Creen ingenuamente (¿o maliciosamente?) que el estatismo es la única alternativa a su pensamiento único conservador. Son monótonos y monocromáticos. Están incapacitados para pensar otros modelos de desarrollo que se ubican entre el neoliberalismo extremo y el estatismo. No perciben los matices que dan tono y color a la compleja vida social.”

Aquí es donde la lección platónica puede sernos de suma utilidad. Separar y reunir son operaciones racionales que echamos un tanto de menos en el texto que estamos reseñando. Estoy de acuerdo con Sinesio López en que los suscriptores de todas y cada una de las ideas y preferencias que menciona suelen ser clasificados como “de derecha”, pero existen diferentes posiciones aquí, que muchas veces son rivales entre sí: no es fácil que de Maistre combine con von Hayek: no se puede identificar a antimodernos y neoliberales. A estas tendencias - en versión criolla - las hermana el rechazo de la democracia política, el pluralismo, los Derechos Humanos, y una cierta condescendencia con quienes detentan el poder (incluso cuando éstos son “masones” o “populistas”), pero las enfrenta la valoración de la modernidad en cuanto tal, de la secularización y del mercado como espacio de realización[1]. Es verdad que reaccionarios, mercantilistas y neoliberales suelen establecer alianzas estratégicas para defender posturas autoritarias o militaristas (p.e., el caso fujimorista), o políticas contrarias a las causas ecologistas (véase el ridículo 'coloquio espiritual' entre el director de Correo y su discípulo más reciente sobre la película Avatar y sus posibles secuelas). Pero es preciso distinguir entrre derechas y derechas. Aquí hay al menos dos posiciones (con frecuencia antagónicas, repito) que el columnista tiende a confundir. López describe el terreno de la derecha criolla como si fuera un valle, una meseta o un desierto. Existen cadenas montañosas y caudalosos ríos que separan diferentes localidades.

Voy a resumir, y a proceder esquemáticamente. Tenemos la derecha “reaccionaria”. Tradicionalista y clerical. La devota de los grandes apellidos, la que suspira por los años de la colonia, las misas tridentinas y las corridas de toros. La de trono y altar, que simpatiza con el franquismo y con los regímenes militares o cívico-militares de facto. Considera que la Fuerza Armada es una institución "totelar", como la Iglesia jerárquica, que merece privilegios legales (y reclama 'leyes de punto final para los uniformados cuando han cometido delitos en conflictos armados o golpes de Estado). Aboga por una sociedad de súbditos (la democracia para ellos es "el gobierno de los inútiles"(sic)). Parece una extravagante reliquia del pasado, pero existe. Cuestiona la “técnica”, pero conoce muy bien Internet y Wikipedia (en algunos casos, demasiado bien). En tiempos del fujimorismo, ocupó algunos puestos clave en el Estado y en los medios de prensa más conservadores. A veces, usurpa las categorías (o asume el disfraz) de la “postmodernidad” o del “socialcristianismo”.

Tenemos también la derecha “neoliberal”. Lo suyo es el catecismo del Mercado y el ¡individualismo utilitario', pues no comparte la fe ultramontana de la posición anterior, que encuentra desfasada. Suscribe los fundamentos económicos del liberalismo, pero no admite sus fundamentos políticos, por eso no le hace gestos a los proyectos autoritarios; de hecho, le ha brindado ‘apoyo técnico’ (y a veces mediático) a los regímenes funestos de Pinochet y Fujimori: "salvo los negocios, todo es ilusión" rezaría su slogan más originario, si hicieran transparente su motivo nuclear. Para esta postura, los "gobernados" son antes que ciudadanos, consumidores y contribuyentes (por eso la noción misma de "sociedad civil" les resulta indigesta). Resulta manifiesto que esta postura también es antiliberal.

Como vemos, hay diferencias, y, llegado el caso, innegables conflictos. Puede incluso ser problemático denominar a ambas posiciones de la misma forma: “derecha”. Para una, la salida peruana consiste en lograr una homogeneidad cultural, construir una “comunidad nacional orgánica” (p.e., bajo la vieja idea conservadora del "país esencialmente mestizo y católico") que recupere sus tradiciones (especialmente religiosas), tarea que involucraría al propio Estado (descrito como confesional y culturalmente monolítico, promotor paternalista de "formas de vida fuertes"). Para la otra, se trata de potenciar el mercado libre y la vida productiva empresarial. La posición integrista reaccionaria y la neoliberal no pueden asimilarse recíprocamente sin más. Aquí existen notorias discrepancias y mutuos cuestionamientos. La primera acusa a la segunda de querer convertir el Perú en un gigantesco McDonalds. La segunda se burla de la disforzada y cortesana opereta rococcó que la primera intenta componer como "proyecto político", pues la encuentra bufonesca y retorcida.

Estas "derechas" contrapondrían un "comunitarismo tutelar", tradicionalista y potencialmente totalitario, a un individualismo economicista. Ambos proyectos, según el autor de la nota, aguardarían a su peculiar líder (a la manera de un "caudillo", o de un "gerente", respectivamente). Dice López:

“La derecha está integrada por los poderes fácticos (los organismos financieros internacionales, la Confiep, los medios de comunicación, las FF.AA., la iglesia católica conservadora), algunos caudillos y sus entornos (Fujimori, García), algunos partidos (PPC, ¿el Apra?) y corrientes de opinión alimentadas por los medios nacionales e internacionales. Carece, sin embargo, de un liderazgo preciso. Tampoco tiene una representación política definida. Sólo cuenta con representaciones sociales. Está desarticulada y sometida a ambiciones incontenidas y a una competencia exacerbada. Los operadores políticos y algunos publicistas y periodistas de los medios pretenden superar ese déficit.”

Es cierto que, en numerosas ocasiones, ambas posiciones “derechistas” constituyen su identidad de manera contradistintiva, en oposición a la “izquierda”, los “rojos”, los “caviares”, los “liberales”, los “cívicos”; a partir de este contraste van haciendo explícito su ideario. Y claro, han colaborado con entusiasmo en su lucha contra el proyecto transicional, y en la campaña alcantarillesca contra la CVR. Es verdad que las “derechas” carecen hoy de un liderazgo claro, y lo esperan con desesperación, pues no son demasiado afectas a las maneras democráticas (similar situación afronta la extrema izquierda, dicho sea de paso). Es verdad que el protagonismo de ciertos personajes de los medios ha llenado parcialmente ese vacío. Craso error. La presencia de García en Palacio, por su parte, intenta a su manera compensar esa ausencia. Su proximidad a las posiciones más conservadoras en lo político y en lo religioso cuenta con su aprobación. Ambas versiones "derechistas" están felices con las acciones del gobierno actual, que se ha esforzado por enterrar la agenda de la transición.


[1] He de decir que la descripción de la “izquierda” requiere un análisis análogo a este, en el que la valoración de la democracia, la no-violencia y el aprendizaje de los sucesos de 1989 constituirán criterios a considerar.


Actualización. Ricardo Vásquez Kunze publica una réplica a Sinesio López en Perú 21.

viernes, 29 de enero de 2010

CARTA SOBRE LA SITUACIÓN DEL ARCHIVO GENERAL DE LA NACION




Publico a continuación una carta de Daniel Salas, en la que reflexiona sobre la preocupante situación del Archivo General de la República.





CARTA SOBRE EL ARCHIVO GENERAL DE LA NACION




Daniel Salas Díaz






Estimado Gonzalo:




Muchas veces has escrito sobre la memoria, un tema que para mí como filólogo es también importante. La memoria es un asunto que comprende muchos ámbitos. Es un problema filosófico, histórico y legal. Tiene que ver con la persona pero también con la familia y aspectos más extensos de la vida social. No se puede planificar, no se puede pensar, no se puede juzgar con tino si se ha perdido la memoria. Es tan importante para el individuo como para el grupo.


Pero la memoria no es un mecanismo abstracto y ni siquiera puramente mental. La memoria humana recurre a objetos que testimonian el recuerdo, que sirven de evidencia o de cifra de lo ocurrido. Un libro, una foto, un pedazo de papel escrito, un testamento, un libro, un cuaderno de anotaciones son objetos materiales que median en nuestra relación con el sentido. No en vano a los totalitarismos no les basta reformar la educación, aniquilar por decreto el pasado y reformular la historia; han tenido también que destruir los monumentos, así como censurar los libros y los documentos que hacen posible la comunicación con el pasado.


Hasta hace algunos años, yo entendía que un conservador era una persona que tenía cierta relación con el pasado, que buscaba rescatar la tradición y mostrarla como valiosa en el presente. Eso entendía porque lo aprendí de buenos maestros como José A. de la Puente, Armando Nieto o el recordaro José A. del Busto. Pero luego descubrí que un cardenal “conservador” quiso colocar el Archivo Arzobispal al lado de una estación de gasolina y que solamente después de varias gestiones empredidas por archiveros e historiadores los documentos pasaron a la antigua casa del cardenal Landázuri. Conozco el trabajo de aquellos archiveros y hay que reconocer que es admirable tanto por su devoción y su vigilancia como por el silencio y el poco reconocimiento que reciben de la sociedad. Los que no entienden del valor de los archivos pueden confundirlo con cierto fetichismo por los documento viejos. Pero ciertamente no se trata de eso. Cada documento, por modesto que sea, encierra miles de secretos que esperan ser develados. No es posible calcular el valor que posee, por ejemplo, un testamento, una visita, una demanda legal, la resolución de un juez o una partida de bautizo porque no sabemos qué preguntas ayudarán a resolver en el futuro.


Para los que no entienden, un archivo es solamente una colección de papeles amarillos e inútiles. Para otros, el olor del papel antiguo y de la tinta es el ambiente diario de la exploración en el pasado. No hay recurso electrónico que reemplace la experiencia directa que ofrece el manuscrito.


Desafortunadamente, estimado Gonzalo, algunos funcionarios de este gobierno no parecen comprender el valor de estos objetos. En efecto, por resolución suprema, el Archivo General de la Nación ha sido subordinado al INC. Eso significa que el AGN ha dejado de ser una entidad autónoma y que su presupuesto y el cuidado de los documentos van a pasar a manos de funcionarios que no tienen ni experiencia ni conocimiento del tema. Parece una banalidad pero va a tener graves consecuencias para la memoria histórica del Perú como bien lo explica Antonio Zapata en este artículo. Esta decisión pasa desapercibida en un país donde suceden los abusos y las desgracias a diario. Pero quienes cumplen un papel en la academia deben entender que tal reformar administrativa constituye un grave atentado a la autonomía de una entidad que ha venido cumpliendo una excelente labor a pesar, claro, de las cotidianas incomprensiones de la burocracia y la ciudadanía.


Yo veo esta resolución como una consecuencia más de lo que se puede llamar una cultura anti-cultural y anti-humanista, que reduce el horizonte de la vida a ciertas categorías que se han convertido en suma y cifra del “desarrollo” y del “éxito”. Pero la experiencia de la modernidad, deberían comprenderse, es mucho más que eso. Tiene que ver también con la construcción de un sentido y la ampliación de la visión humana y, como parte de ello, de la memoria. En este vínculo se puede llegar a un blog de una asociación de archiveros que está muy activo en la protesta contra esta medida. Hay que decir que los archiveros peruanos que he conocido son profesionales excelentes y altamente comprometidos con su trabajo. La falta de reconocimiento al trabajo que hace ha permitido que medidas como esta no hayan tenido repercusión en la opinión pública.


Te agradezco mucho la hospitalidad que me brindas en este blog. Las personas interesadas en difundir la justa lucha de los archiveros peruanos pueden reproducir libremente esta carta y sus vínculos. Recibe un cordial saludo.


jueves, 28 de enero de 2010

SOBRE LA 'OBJETIVIDAD' Y LA CIENCIA SOCIAL




REFLEXIONES SOBRE UN ARTÍCULO DE NELSON MANRIQUE





Gonzalo Gamio Gehri



Hace Unos días, Nelson Manrique publicó un agudo artículo en La República, titulado La objetividad. Encontré su reflexión oportuna y notable, por dos razones. 1) Porque me parece que – en nuestro medio, particularmente en las generaciones jóvenes – la discusión específicamente epistemológica en las ciencias sociales no es del todo frecuente, a pesar de su innegable importancia. Como diría el politólogo Carlos Pérez, impera el "fetichismo del dato"(y del cálculo). Lo único con lo que se topa uno de cuando en cuando - sobre todo en la blogósfera, pero no exclusivamente allí - es algún comentario raudo y al margen - en realidad, la "puya" ocasional -, que asume por lo general la forma de la suposición, como aquel que asume que la investigación cuantitativa es realmente rigurosa, y que el “ensayo” es un tipo de reflexión simplona y gaseosa (no se plantea - ni se concibe - alguna forma de pluralismo metodológico). O cuando se desliza la idea de que el esquema conceptual proveniente de Lacan o de Foucault es intrínsecamente nocivo para la investigación social, o constituye una herramienta extravagante y artificial cuando se trata de explorar fenómenos nacionales (en contraste, Marx, Althusser y Weber son académicos que parecen tener un DNI peruano adquirido décadas atrás, de modo que su 'pertinencia' no está en discusión). Por lo general, los jóvenes “críticos” antilacanianos y antigenealogistas manifiestan tener un conocimiento discreto de estos autores, así que revelan un evidente dogmatismo, y su ironía resulta vana y demagógica (advierto que no soy partidario de estos pensadores contemporáneos, así que no estoy haciendo agitación y propaganda en su favor).

Esta es un área de investigación teórica y discusión, sumamente rica, y gracias a autores de la talla de Guillermo Rochabrún, Gonzalo Portocarrero, Catalina Romero, Guillermo Nugent y el propio Manrique es que contamos con posiciones interesantes en la discusión epistemológica en el ámbito interno de las ciencias sociales (en torno, p.e., a los límites del modelo positivista, el estructuralista y el marxista); más allá del trabajo de estos notables profesores, el tema como tal permanece casi inexplorado. Pero existe una segunda razón por la cual considero que el artículo es muy sugerente. 2) porque entiendo que estas consideraciones teóricas nacen del debate en torno al último libro de Manrique sobre el APRA, de modo que no se trata de una polémica artificial; ella ha brotado del análisis de una investigación puntual. Algunos interlocutores de Manrique lo han acusado de “falta de objetividad” y han puesto de manifiesto sus compromisos ideológicos para intentar debilitar sus tesis. En la nota que citamos, el historiador describe la objetividad (o el ideal de la objetividad) de la siguiente manera:


“Esta consiste en declararse “neutral” frente a aquello que se estudia; así –según este razonamiento– los juicios que uno suscribe no serán distorsionados por sus simpatías o antipatías, por sus amores y odios.”


Manrique afirma que muchos de sus colegas consideran que es preciso hacer abstracción del propio punto de vista sociopolítico - y asumir una suerte de equívoco "término medio" - a la hora de emprender un proyecto de investigación. Esa actitud constituye un 'primer problema' para el científico social, pues echa a perder una serie de posibilidades de pensamiento y crítica que serían de utilidad para el trabajo académico. Luego pasa al tema de la "neutralidad científica". Quisiera decir sólo un par de cosas muy sencillas sobre este interesante tema de discusión. Uno podría hacer notar que la aspiración a la objetividad no pretende solamente (como señala Manrique en un inicio) poner fuera de la ecuación las afinidades o antipatías del investigador, sino también todo elemento que revele la inscripción del sujeto en el mundo de la percepción finita y del tejido histórico-lingüístico del pensamiento y el juicio humanos. No obstante, el propio autor pone de relieve estas condiciones de la reflexión cuando cuestiona infra el ‘objetivismo’.


El segundo problema, con mucho el más importante, es que la “neutralidad” en la investigación social es una ilusión. Como escribí en un artículo anterior, los seres humanos–incluidos por supuesto los investigadores sociales– somos producto de, y estamos contenidos en, la sociedad que pretendemos comprender. No somos pues un sujeto cognoscente situado fuera e independientemente del objeto que estudiamos sino somos su hechura. El idioma que hablamos, la identidad social que nos define (nacional, étnica, religiosa, de clase, etc.), las categorías con las que intentamos conocer el mundo, las ideologías, imaginarios, representaciones que adscribimos, etc., son hechos sociales que existen desde antes de nuestro nacimiento. Por otra parte, nacer en un hogar acomodado o en uno pobre, en la ciudad o el campo, dónde se estudia, tener por lengua materna el castellano, el quechua o el asháninka, etc., va a influir en la forma cómo vemos el mundo. A ello añadiremos nuestras propias experiencias y opciones.


Nuestra inscripción en el mundo de vida (Lebenswelt) configura nuestras categorías y formas de aproximarnos a nuestros objetos de investigación. La red de nuestros pre-juicios permite la elaboración de los juicios. Esta es una tesis que aproxima las reflexiones de Manrique con la tradición fenomenológica-hermenéutica en filosofía (tradición intelectual a la que soy afín). No podemos ‘erradicar’ nuestros pre-juicios – ello vulneraría la posibilidad misma de la comprensión humana -, si acaso “ponerlos sobre la mesa” hacerlos explícitos; purificarlos, por así decirlo, a través del examen crítico.


¿Es imposible entonces la objetividad? En las CCSS podemos hablar más bien de grados de objetividad, que pueden ser mayores en la medida en que seamos capaces de poner bajo control nuestros sesgos conscientes e inconscientes. La paradoja es que suele ser más objetivo quien es capaz de poner sus sesgos sobre la mesa en comparación con aquel que ingenuamente cree que no los tiene y que, al no reconocerlos, no puede controlarlos”.


Dejemos a un lado – de momento – la cuestión de si la palabra “objetividad” sigue siendo pertinente o no en este contexto teórico, y si todavía resulta motivador imaginarnos observando el mundo desde sus almenas. El asunto fundamental es que la desvinculación absoluta del mundo vital constituye una ficción epistemológica. Los investigadores que suscriben con devoción la doctrina de la rational choice, por ejemplo, también ponen en juego una serie de pre-juicios sobre lo que constituye la “racionalidad científica”: asumen como “evidente” un universo neutral en el que todos los individuos sin excepción son sopesadores de potenciales costos y beneficios y persiguen la maximización eficaz de su satisfacción. Presuponen una ética basada en el cálculo, así como la cuestionable tesis de que nuestros móviles de elección y de acción son homogéneos y conmensurables. Consideran que la 'virtud suprema' es la eficacia. Es ya un lugar común en la crítica de este enfoque reduccionista (p.e., en Amartya Sen, Bernard Williams y Martha Nussbaum) señalar que esas presuposiciones no han sido explicitadas y examinadas en el nivel de los fundamentos. Lo que no es susceptible de cálculo, lo dejan de lado, aunque se trate de elementos relevantes para el discernimiento político. He allí su principal error, la fuente de su ingenuidad y su talante simplificador.

En fin. Este post busca propiciar el diálogo antes que concluirlo. Queda mucho pan por rebanar sobre el que dedicaré futuras entradas (particularmente en torno la idea de 'neutralidad valorativa' en la ciencia política). El texto de Manrique socava positivamente, en todo caso, la vana ilusión de que el investigador de lo social puede elevarse sobre su trasfondo de conceptos, categorías, preocupaciones e intereses para situarse en una especie de Aleph teórico que lo convierta en un espectador privilegiado y neutral que registra ‘hechos desnudos’ y predice conductas. El sueño de hacer de la ciencia social una "ciencia natural". Los esfuerzos por desmontar esa imagen defectuosa de la investigación constituyen ya un avance en esta clase de camino de reflexión. La filosofía lleva ya casi dos siglos desmontando esa noción estrecha de objetividad, aunque ésta reaparece bajo diversas formas, tanto en corrientes puntuales - próximas al positivismo - en el seno de algunas ciencias como en ciertas figuras de la conciencia cotidiana. Artículos como el que comentamos constituyen un aporte valioso en esta fecunda tarea.





Imagen tomada de aquí.


sábado, 23 de enero de 2010

UNA BREVE NOTA SOBRE LA VOCACIÓN FILOSÓFICA. ALGUNOS RECUERDOS PERSONALES



Gonzalo Gamio Gehri



Permítanme una reflexión más personal, y hacer un breve intermedio autobiográfico. Hace unos días dicté una breve conferencia sobre la elección de la especialidad de filosofía en el contexto del ingreso a la Universidad y el inicio de estudios universitarios. En tiempos en que el sistema capitalista avanzado y las ideologías del "éxito" y el consumo describen como real y valioso sólo aquello que se puede medir y contabilizar en dinero, invitar a jóvenes de diecisiete años a estudiar filosofía equivale a sugerirles que naden contra la corriente. Y así es. Así ha sido desde Sócrates, el sabio que fue condenado por su pólis por promover el examen crítico de los estándares públicos de lo bueno y sagrado. Desde los griegos, la filosofía ha sido una actividad racional radical y contracultural. Esa es su marca de origen. En buena hora.

Mientras me dirigía a este joven auditorio, recordaba mi propio proceso de discernimiento vocacional. Cuando salí del colegio (mi quinto de secundaria lo hice en 1987), mis intereses intelectuales eran básicamente literarios y políticos. Era un entusiasta de la lectura. Devoraba libros. Me planteé estudiar Derecho en la PUCP – mi padre es abogado de la PUCP -, pues no tenía ninguna duda respecto a la universidad en la que quería estudiar. Efectivamente, ingresé a la PUCP en 1988, con diecisiete años, la única universidad peruana en la que he estudiado. No obstante, nunca llegué a estudiar dicha especialidad; de hecho, no llegué a pisar nunca una facultad de derecho, porque los dos años de Estudios Generales me llevaron a cambiar mi área de interés hacia la filosofía. Me di cuenta que lo que yo buscaba - elaborar una reflexión ‘desde los fundamentos’ en torno a la justicia y lo bueno - lo encontraría en las aulas de filosofía, y no entre los juristas (apenas llevé Introducción al Derecho en mi segundo ciclo de Letras). Hice mi cambio cuando apenas estaba en el segundo semestre de los Estudios Generales Letras. Una oportuna decisión.

¿Qué me motivó tomarla? En 1989 – un año de profundos cambios en el mundo, dicho sea de paso – llevé el curso de Ética con el Luis Bacigalupo. Me impresionó la profunda reflexión de G.E. Moore sobre el sentido del concepto de “bien” en Principia Ética, y luego las discusiones en clase en torno al juicio a Eichmann sobre la base de los planteamientos de Aristóteles y Kant. Ese curso marcó de manera irreversible mi viraje hacia la filosofía. Allí descubrí mi interés permanente por la filosofía práctica. De hecho, dicto esa misma asignatura en la PUCP. Los cursos de Filosofía I y II con Kathia Hanza y Cecilia Monteagudo fortalecieron mi decisión. Allí tomé un primer contacto universitario con los presocráticos, Platón, Hegel y Marx, entre otros pensadores.

Confirmó definitivamente mi vocación el curso de Filosofía 3, con Rosemary Rizo-Patrón. Era la primera vez que se dictaba. Recuerdo gratamente el gran talento especulativo y la energía crítica desplegados en la presentación y el riguroso análisis de la obra de Dilthey, Husserl, las Escuelas neokantianas. Fue un magnífico curso. De hecho, esas clases me llevaron a descubrir en la fenomenología de Husserl, una fuente de inspiración fundamental. Asumí la convicción de que constituye una locura pretender aproximarse a las filosofías de Heidegger, Gadamer o Sartre sin tener una sólida base husserliana. Sin aquella base, los lectores del existencialismo o la hermenéutica (1) caen casi inexorablemente en una situación de completa indefensión conceptual, comparable a la que padecen los marxistas que no han pasado realmente por Hegel. Husserl se convirtió para mí en un interlocutor fundamental. Leí varias obras suyas. Antes de ingresar a la especialidad – tenía diecinueve años entonces, era el año del temible fujishock -, La filosofía como ciencia estricta era mi libro de cabecera. Hoy sigue siendo uno de mis libros favoritos. Luego, en los años de la Facultad de Filosofía, llevé el extraordinario Seminario de Hegel: Fenomenología del Espíritu con Miguel Giusti- que fue decisivo para mi formación - y otros cursos que también me marcaron especialmente (en los que pude discutir El Sofista de Platón, los Manuscritos de Marx, etc.). Tanto en la PUCP como en la U. de Comillas - en los cursos de Doctorado - he tenido profesores de primera, a quienes debo mucho. Pero eso es materia de otra historia que contaré otro día, pues hoy me estoy concentrando en los dos primeros años de vida universitaria, en E.E.G.G. Letras, años de descubrimiento de la filosofía.

Gracias a Dios, mi cambio de interés profesional no supuso ninguna convulsión en mis relaciones familiares. Mis padres me apoyaron en todo momento. Sé que muchos jóvenes no tienen esa suerte, y lo tengo en cuenta cuando me dirijo a ellos para hablarles sobre la vocación filosófica. Cuando algunos alumnos me cuentan acerca de sus dudas vocacionales, la incertidumbre frente al futuro, etc., suelo decirles lo siguiente, en versión resumida. El sentido de incertidumbre frente al futuro constituye una disposición que no podemos anular bajo ninguna situación; es una disposición básica de la condición humana. Ninguna potencial elección profesional está libre de una inseguridad natural frente a un mundo laboral complejo y precario. Ninguna, ni la que se orienta a la ingeniería informática. Lo que uno tiene que elegir es una gran pasión. Discernir para reconocer que actividad uno disfruta más, al punto que podría aspirar a dedicarse a ella de un modo permanente. Les digo que honestamente no si existe un “lugar” como el Infierno, pero que pienso que, probablemente, lo más cercano al 'Infierno' - al menos en una de sus descripciones tradicionales - sea tener que levantarse cada día para trabajar de 8 a.m. a 5 p.m. (por lo menos) en algo que a uno le desagrada. Lo mejor es tomarse un tiempo para discernir, y elegir una gran pasión. Y dar el salto. Punto.

En fin. Creo que mi decisión fue acertada; que, al menos en mi caso, elegir una gran pasión fue una buena idea. Pero tomar esta clase de decisiones toma tiempo, sin duda. A veces pienso que los jóvenes toman esta clase de decisiones demasiado pronto. Por eso los Estudios Generales que brindan universidades como mi Alma Mater - y en otras pocas, como la propia UARM - son tan importantes: nos permiten descubrir nuevas ciencias y nuevas formas de expresión, y nos ayudan a deliberar y elegir un camino personal en mejores condiciones. Espero, en todo caso, que a los muchachos de mi auditorio les haya sido útil esta pequeña reflexión sobre el asunto.



(1) Por supuesto, no estoy considerando a Heidegger un "existencialista" - etiqueta que el rechazó en Carta sobre el Humanismo -. Heidegger en un autor que se resiste sabiamente a cualquier clasificación. Lo que no puede ponerse en duda es la notable influencia que ejerció sobre la 'fenomenología hermenéutica' desde los treintas en adelante.

miércoles, 20 de enero de 2010

EN UN ESPACIO PÚBLICO PLURAL: PRAXIS, CRISTIANISMO Y SOCIEDAD CIVIL.*



Gonzalo Gamio Gehri

He señalado en posts anteriores que la defensa de los derechos humanos constituye una de las áreas de consenso práctico respecto de la labor de diferentes asociaciones civiles y comunidades religiosas al interior de las democracias liberales. Cada una de esas comunidades promueve y examina diferentes concepciones acerca de aquello que hace que la vida sea plena. En tal sentido, no sólo difieren acerca de la familia de argumentos que las llevan a asumir la protección de la dignidad de las personas – por ejemplo, el desarrollo de imágenes heterogéneas de la condición humana o de las conexiones de nuestra vida finita con el sumo Bien o con las reglas propias de la moralidad o del derecho positivo -, sino que el modo de promover esta protección en la práctica puede ser enteramente distinto. Algunas asociaciones dirigen su interés a reivindicar los derechos de las minorías postergadas por problemas de discriminación, otras ponen énfasis en la situación de los niños, etc. Algunas se concentran en la formación de la conciencia crítica, otras prefieren asumir tareas vinculadas al activismo, etc. Incluso organizaciones sociales que se remiten a un mismo sistema de creencias como fuente de inspiración – por ejemplo, la remisión a una misma fe religiosa o civil – pueden asumir “carismas” y proyectos diversos.

Los organismos de inspiración católica que actúan en el espacio ciudadano constituyen una voz importante dentro de la sociedad civil. Se trata de una voz al lado de otras voces (seculares o religiosas de otras confesiones) que nutren la conversación cívica en una sociedad plural. John Rawls sostiene que las sociedades democráticas configuran y promueven una situación social de “pluralismo razonable” en la que las diferentes tradiciones morales y religiosas reconocen la existencia legítima de otros sistemas de creencias, y reconocen el derecho de sus propios miembros a examinar y discutir sus fuentes de reflexión y práctica. Nuestras instituciones se dirigen a menudo a ciudadanos que no siempre comparten nuestra visión de la vida. Más allá de nuestras convicciones originarias – que nutren nuestro trabajo ciudadano -, podemos encontrar con ellos algunas zonas de compromiso común, como la construcción de una cultura de derechos, o la búsqueda de un mundo social más justo y solidario.

A veces, tal compromiso puede exigir nadar contra la corriente, e incluso debe plantearse en medio de un territorio adverso. En el mundo de hoy, la promoción de la civilidad, la defensa de los derechos humanos y la opción por el pobre constituyen propósitos que distan mucho de ser expresión de algún corpus ideológico dominante. La cultura occidental contemporánea está lastrada de imágenes individualistas sobre la búsqueda del éxito y la consecución de la libertad a través del desarraigo (la célebre ‘libertad negativa’). El mercado es sindicado como el espacio social privilegiado, en el que se pone a prueba el talento y la eficacia de los agentes. Los ideales asociados a la cultura de derechos y la protección de los débiles requieren de una noción de bienes comunes que sólo puede ser articulada a contrapelo del imaginario individualista, para el que el contrato, y no el diálogo, constituye la forma emblemática de transacción humana.

Las instituciones de la sociedad civil comprometidas con el cristianismo han elegido formas inteligentes y creativas para afrontar esta tarea. En primer lugar, está la formación de las mentes y los corazones jóvenes, la formación interna de nuestras comunidades y la proyección hacia la sociedad civil constituyendo foros de diálogo y acción común. Se trata de cultivar el espíritu crítico, llamar las cosas por su nombre, señalar la injusticia allí donde esta se produce. El cristianismo plantea asumir libremente el seguimiento de Jesús como una forma de vida. Ello implica servicio y compromiso incondicional con los otros, particularmente con los más vulnerables (el pobre, la viuda, el forastero); implica no prestar oídos a los cantos de sirena del poder. Hemos visto que este compromiso puede asumir diferentes lenguajes de resonancia pública sin desmerecer su matriz originaria de sentido. Este seguimiento implica también el ejercicio de la profecía, la crítica del poder constituido cuando éste trasgrede los principios de la justicia o vulnera la dignidad de los seres humanos. Supone también el cultivo de la parresía – la disposición espiritual para hablar libremente y con verdad en situaciones adversas – cuando se trata de confrontar el poder en nombre del Reino y su justicia. Como Jesús frente a los fariseos (o frente a Pilato). Es esta una dimensión actitudinal fundamental en el mensaje cristiano que no siempre los cristianos tomamos suficientemente en cuenta.


* Pasajes de una primera versión de un texto mayor que aparecerá en Páginas.