Gonzalo Gamio Gehri
Hace unos días, la filósofa Pepi Patrón publicó en el suplemento Domingo del diario La República, el agudo artículo Identidades culturales y violencia, en el que vincula las discusiones filosóficas sobre el sentido de la interculturalidad con una reflexión sobre el conflicto en Bagua. Recomiendo leer el texto (agradezco a la autora la mención de este blog), pues incorpora una serie de conceptos realmente útiles para entender los continuos desencuentros entre el gobierno actual – que ha optado por la “globalización de la economía” sin atender a otras voces -, y múltiples comunidades del interior del país, que perciben en la tierra, el ecosistema y el trabajo de sus miembros algo más que factores de costo y beneficio a considerar como elementos de un cálculo utilitario.
“No se trata, como hemos visto en días recientes, de un problema que afecte solo a los musulmanes en Francia o a los católicos en Irlanda. Nos afecta aquí, en nuestra propia casa y es imperativo reflexionar sobre ello”, dice acertadamente Patrón. A los peruanos nos cuesta muchísimo reconocer la diversidad (cultural, lingüística, confesional, etc.) en nosotros, y aceptarla como un factor potencialmente valioso. Nuestros intelectuales han insistido una y otra vez en postular un modelo de “peruanidad” que pretendía describir la heterogeneidad como un obstáculo para el desarrollo. Las tesis conservadoras en torno al “mestizaje” y a la “síntesis viviente” intentaron soslayar – cuando no “superar” o “anular” – la pluralidad constitutiva de la sociedad peruana. En nuestro medio, los estudios de Carlos Iván Degregori, Gonzalo Portocarrero, Hugo Neira y la propia Pepi Patrón nos han aproximado a pensar el Perú considerando la importancia de la otredad. El Informe Final de la Comisión de la Verdad y de la Reconciliación señala como una de las condiciones del proceso de reconciliación el reconocimiento positivo del carácter multiétnico, pluricultural y multilingüe de nuestro país. “Tal reconocimiento es la base para la superación de las prácticas de discriminación que subyacen a las múltiples discordias de nuestra historia republicana” (Conclusión 171). A menudo, la ilusión de la unidad suponía la invisibilización del otro, o el ejercicio de la violencia sobre él.
Amartya Sen nos ha hablado de dos formas de ‘multiculturalismo’. Una, aquella en la que el reconocimiento de la diversidad supone la interacción, el cultivo del diálogo y la crítica, así como el ejercicio de la libertad cultural (que implica, en el contexto de dinámicas complejas, la posibilidad de permanecer reflexivamente en el seno de la cultura local, así como elegir – a menudo dolorosamente – el camino del exilio). La segunda, la coexistencia de culturas sin contacto significativo ni posibilidad de cuestionamiento interno, lo que Sen llama “monoculturalismo plural” y que identifica con el encapsulamiento y la “espiritualidad de gueto”. El primer modelo es suscriptor de lo que Patrón - siguiendo Sen y a Taylor - concibe como una ética intercultural, que promueve el aprendizaje recíproco de las culturas, y permite el florecimiento de identidades plurales.
En su (altamente cuestionable) tratamiento del reciente conflicto en Bagua, el gobierno peruano ha desatendido completamente el plano intercultural. Ha privilegiado el tema de seguridad, y el ámbito político en su sentido más pedestrre. La derogatoria final de los Decretos polémicos no ha obedecido a una reflexión rigurosa del Ejecutivo y el Legislativo, sino a una “salida política” en su registro más coyuntural. Nada tiene que ver con una revisión del ideario de El Perro del Hortelano. Tampoco está conectada con alguna indagación detenida en torno a la comprensión de la tierra en el imaginario aguaruna. Ha sido pura y dura Realpolitik, por así decirlo. La tesis del “complot internacional” nos devuelve a la cotidianeidad de nuestra “baja política”.
La ética intercultural mencionada no trata a las culturas como especies naturales en peligro, pero tampoco permite el uso de la fuerza para promover el cambio (salvo el caso de que con ello pueda evitarse el daño a la vida y la integridad de las personas, y no exista probadamente otra salida). “Se ha hablado de culturas que son ancestralmente luchadoras y guerreras”, afirma Patrón, “pero también hemos dicho que ninguna tradición particular justifica el asesinato de seres humanos desarmados”; la libertad cultural supone el ejercicio de la crítica sobre el horizonte de las tradiciones – propias y ajenas -, así como el rechazo de la violencia. Como sostiene Kwame A. Appiah, "las culturas importan si les importan a las personas", esto es, si constituyen un horizonte para el desarrollo de sus vidas, para el ejercicio de su libertad, para el cultivo de vínculos sustanciales: todas estas opciones excluyen la violencia como posibilidad de sentido. La apelación a las tradiciones no justifica la práctica de la crueldad. Esta clase de violencia es absolutamente recusable, como lo es aquella que se ejerce a través de la represión y la intolerancia gubernamental frente a quienes no conciben la relación con su entorno como meramente utilitaria. Es preciso que se conforme sin demora una comisión que investigue los sucesos de la Curva del diablo, se asigne responsabilidades y se precise el número de muertos y desaparecidos.
La inaceptable estigmatización de los ciudadanos aguarunas como “bárbaros” o “nativos manipulados por intereses foráneos” simplemente debilita la posibilidad de construir una conciencia y una sensibilidad intercultural en el Perú. Convertir al otro en “enemigo” sin aproximarse a sus razones termina propiciando un clima de enfrentamiento, rencor e injusticia. Ningún genuino proyecto moderno de país y de institucionalidad democrática puede prosperar sobre la base de la exclusión del otro.
Hace unos días, la filósofa Pepi Patrón publicó en el suplemento Domingo del diario La República, el agudo artículo Identidades culturales y violencia, en el que vincula las discusiones filosóficas sobre el sentido de la interculturalidad con una reflexión sobre el conflicto en Bagua. Recomiendo leer el texto (agradezco a la autora la mención de este blog), pues incorpora una serie de conceptos realmente útiles para entender los continuos desencuentros entre el gobierno actual – que ha optado por la “globalización de la economía” sin atender a otras voces -, y múltiples comunidades del interior del país, que perciben en la tierra, el ecosistema y el trabajo de sus miembros algo más que factores de costo y beneficio a considerar como elementos de un cálculo utilitario.
“No se trata, como hemos visto en días recientes, de un problema que afecte solo a los musulmanes en Francia o a los católicos en Irlanda. Nos afecta aquí, en nuestra propia casa y es imperativo reflexionar sobre ello”, dice acertadamente Patrón. A los peruanos nos cuesta muchísimo reconocer la diversidad (cultural, lingüística, confesional, etc.) en nosotros, y aceptarla como un factor potencialmente valioso. Nuestros intelectuales han insistido una y otra vez en postular un modelo de “peruanidad” que pretendía describir la heterogeneidad como un obstáculo para el desarrollo. Las tesis conservadoras en torno al “mestizaje” y a la “síntesis viviente” intentaron soslayar – cuando no “superar” o “anular” – la pluralidad constitutiva de la sociedad peruana. En nuestro medio, los estudios de Carlos Iván Degregori, Gonzalo Portocarrero, Hugo Neira y la propia Pepi Patrón nos han aproximado a pensar el Perú considerando la importancia de la otredad. El Informe Final de la Comisión de la Verdad y de la Reconciliación señala como una de las condiciones del proceso de reconciliación el reconocimiento positivo del carácter multiétnico, pluricultural y multilingüe de nuestro país. “Tal reconocimiento es la base para la superación de las prácticas de discriminación que subyacen a las múltiples discordias de nuestra historia republicana” (Conclusión 171). A menudo, la ilusión de la unidad suponía la invisibilización del otro, o el ejercicio de la violencia sobre él.
Amartya Sen nos ha hablado de dos formas de ‘multiculturalismo’. Una, aquella en la que el reconocimiento de la diversidad supone la interacción, el cultivo del diálogo y la crítica, así como el ejercicio de la libertad cultural (que implica, en el contexto de dinámicas complejas, la posibilidad de permanecer reflexivamente en el seno de la cultura local, así como elegir – a menudo dolorosamente – el camino del exilio). La segunda, la coexistencia de culturas sin contacto significativo ni posibilidad de cuestionamiento interno, lo que Sen llama “monoculturalismo plural” y que identifica con el encapsulamiento y la “espiritualidad de gueto”. El primer modelo es suscriptor de lo que Patrón - siguiendo Sen y a Taylor - concibe como una ética intercultural, que promueve el aprendizaje recíproco de las culturas, y permite el florecimiento de identidades plurales.
En su (altamente cuestionable) tratamiento del reciente conflicto en Bagua, el gobierno peruano ha desatendido completamente el plano intercultural. Ha privilegiado el tema de seguridad, y el ámbito político en su sentido más pedestrre. La derogatoria final de los Decretos polémicos no ha obedecido a una reflexión rigurosa del Ejecutivo y el Legislativo, sino a una “salida política” en su registro más coyuntural. Nada tiene que ver con una revisión del ideario de El Perro del Hortelano. Tampoco está conectada con alguna indagación detenida en torno a la comprensión de la tierra en el imaginario aguaruna. Ha sido pura y dura Realpolitik, por así decirlo. La tesis del “complot internacional” nos devuelve a la cotidianeidad de nuestra “baja política”.
La ética intercultural mencionada no trata a las culturas como especies naturales en peligro, pero tampoco permite el uso de la fuerza para promover el cambio (salvo el caso de que con ello pueda evitarse el daño a la vida y la integridad de las personas, y no exista probadamente otra salida). “Se ha hablado de culturas que son ancestralmente luchadoras y guerreras”, afirma Patrón, “pero también hemos dicho que ninguna tradición particular justifica el asesinato de seres humanos desarmados”; la libertad cultural supone el ejercicio de la crítica sobre el horizonte de las tradiciones – propias y ajenas -, así como el rechazo de la violencia. Como sostiene Kwame A. Appiah, "las culturas importan si les importan a las personas", esto es, si constituyen un horizonte para el desarrollo de sus vidas, para el ejercicio de su libertad, para el cultivo de vínculos sustanciales: todas estas opciones excluyen la violencia como posibilidad de sentido. La apelación a las tradiciones no justifica la práctica de la crueldad. Esta clase de violencia es absolutamente recusable, como lo es aquella que se ejerce a través de la represión y la intolerancia gubernamental frente a quienes no conciben la relación con su entorno como meramente utilitaria. Es preciso que se conforme sin demora una comisión que investigue los sucesos de la Curva del diablo, se asigne responsabilidades y se precise el número de muertos y desaparecidos.
La inaceptable estigmatización de los ciudadanos aguarunas como “bárbaros” o “nativos manipulados por intereses foráneos” simplemente debilita la posibilidad de construir una conciencia y una sensibilidad intercultural en el Perú. Convertir al otro en “enemigo” sin aproximarse a sus razones termina propiciando un clima de enfrentamiento, rencor e injusticia. Ningún genuino proyecto moderno de país y de institucionalidad democrática puede prosperar sobre la base de la exclusión del otro.
¿No cree que el multiculturalismo complota contra la globalización y contra los DDHH?
ResponderEliminarAnónimo:
ResponderEliminarEn absoluto. Es al contrario. El ideal universal de los DDHH tiene que aspirar a reflejar un consenso dialógico intercultural. De lo contrario incurriríamos en lo que Hegel llama un "universal abstracto". Ver los textos de Sen y Appiah sobre interculturalidad, universalismo cosmopolita y DDHH.
Saludos,
Gonzalo.
Estimado Gonzalo:
ResponderEliminarConsidero pertinente añadir que el 'multiculturalismo' que valora el diálogo debe reconocer que hay una dimensión del "otro" que se mantiene oculta; por tanto, no se puede llegar a un absoluto conocimiento. Hago la acotación porque hay personas que estudian a otras culturas como si fuesen entidades discretas y transparentes, lo cual es peligroso porque algunos llegan a "hablar por los otros". Creo que lo óptimo es que todas las culturas sean reconocidas por su contenido positivo --que sean culturas "con rostro"-- y no simples imágenes que emulan la realidad como una mueca absurda.
Además, hay quienes no consideran el diálogo intercultural como algo necesariamente valioso y necesario, lo cual no es condenable. Y creo que no es condenable porque el problema, más allá de ser una cuestión de tolerancia, es un tema de justicia. Por ello, considero que los humanos debemos valorarnos en tanto seres humanos a pesar de no "conocer" las prácticas culturales y costumbres ajenas.
Finalmente, estuve leyendo a Slajov Zizek y él propone que el multiculturalismo es un racismo invertido, con distancia y autorreferencial. La propuesta me pareció interesante y podría dar más luces a la discusión.
Saludos,
María Paula Acha
Hola María Paula:
ResponderEliminarMuchas gracias por tu mensaje. Lo que dices sobre la imposibilidad de conocer completamente a las culturas es completamente cierto. El otro no pierde su alteridad (Levinás). Intentar asimilar a los otros puede implicar violencia y mutilación.
Yo creo, con Nancy Fraser, que el binomio Justicia / reconocimiento es fundamental. Estoy más cerca de ella que de Zizek. Creo que el diálogo intercultural es muy importante, y que en un mundo plural no puede desatenderse..
Saludos,
Gonzalo.
Estoy muy interesada en el tema , la próxima semana tengo un debate en la universidad acerca de : si estoy de acuerdo con que un curso de lengua y cultura nativas fueran requisito para graduarse de la universidad. Mi postura es a favor , pero no tengo los argumentos muy claros. Si me respondes cual es tu opinion por medio de este blog seria genial . gracias.
ResponderEliminarTe pido especifiques un poco la iniciativa para opinar de manera más concreta.
ResponderEliminarCreo que sería bueno que los peruanos conociéramos al menos una lengua autóctona.
Saludos,
Gonzalo.
No tiene que ver en sí, pero podrias decirme cual es el texto en el que Fidel Tubino critica la posicion de FDT.
ResponderEliminargracias
Anónimo:
ResponderEliminarEs en "Usos y abusos del relativismo cultural", aparecido en la revista IDEELE en el 99.
Saludos,
Gonzalo.
Como considera que se deberia promover la interculturalidad en la universidad?
ResponderEliminarUd personalmente como vive la interculturalidad en un pais tan diverso? o es solo la adcripcion a un concepto vacio de practica.
Estimada Amazilia:
ResponderEliminarEn realidad me extraña un poco el carácter de la pregunta ¿Por Qué tendría que ser un "concepto vacio de practica"?
Desde mi crianza el multiculturalismo ha estado presente. Mis abuelos maternos inmigraron desde Suiza y Cataluña, y sus tradiciones tuvieron siempre un lugar en mi casa. He viajado por el Perú y realizado investigaciones sobre DDHH, etnicidad e interculturalidad. En fin.
La PUCP cuenta con cursos de lenguas nativas, y dirige numerosos proyectos en la Amazonía y las zonas altoandinas. El director del IED de la UARM es un antropólogo especialista en temas amazónicos.
Saludos,
Gonzalo.