Gonzalo Gamio Gehri
Estas Fiestas Patrias están marcadas por dos hechos. El primero, la pintoresca persecución que el ministro de Defensa ha emprendido contra una bailarina que tuvo el mal gusto de fotografiarse desnuda con la bandera nacional. Al ministro y a buena parte del gabinete le parece que se ha cometido un sacrilegio que debe ser castigado judicialmente. Esta actitud suya contrasta con su escasa o nula disposición a que su ministerio colabore con el esclarecimiento de la masacre de Putis. En su iconografía, la bandera parece ser más sagrada que la vida de los doscientos catorce comuneros asesinados. Una paradoja lamentable (e incluso macabra). Nuestro ministro de Defensa no parece haber planteado seriamente el orden de las proridades de su cartera. Atender esta patética anécdota farandulesca y no tomar cartas sobre el tema de Putis resulta simplemente inaceptable en la perspectiva de un Estado democrático decente.
El segundo hecho es la reciente elección de Velásquez Quesquén como presidente del Congreso. El partido de gobierno ha revelado aquí sin pudor su verdadera faz, al negociar – una vez más – con el fujimorismo ventajas y votos, sabe Dios a cambio de qué (presumiblemente, beneficios para el reo Fujimori). Que el APRA se alíe con las fuerzas antidemocráticas constituye una afrenta para el pensamiento del joven Haya de la Torre (el caso del Haya maduro el asunto se torna controversial). El “maquiavelismo chicha” del partido de gobierno se ha puesto en juego una vez más. Uno se pregunta razonablemente si los apristas podrán o no influir en el proceso al ex dictador, o si los titulares de la sala mantendrán intacta su independencia. Que el oficialismo tiende a ejercer presión en el fuero legal es algo que se discute mucho; no pocos interpretan la renuncia de César Landa a la presidencia del Tribunal Constitucional como reacción a los intentos del APRA por ganarse su apoyo en el tema de El Frontón.
Estos hechos han puesto de relieve – una vez más, y oportunamente, dada las fechas de celebración nacional – la entraña de la política nacional. El profundo abismo existente entre la ética y la política (entendida en su sentido más degradado, en términos de una vulgar competencia por el poder), y la poderosa vigencia de una cultura autoritaria. Muchos especialistas y no pocos ciudadanos concuerdan en que estos elementos acompañan nuestra historia “republicana” (la expresión es excesiva). Nuestra autodenominada “clase política” nunca estuvo convencida de querer la independencia respecto de España, y tampoco vibró de entusiasmo frente a la idea de que el Perú asumiera el sistema político republicano. Desangrado por múltiples golpes de Estado y luchas intestinas, el país contó con un sector dirigente que se la ha pasado buscando un líder carismático, que implante el orden con “mano dura”. No buscaban vivir en una sociedad de ciudadanos, sino en una comunidad de súbditos.
La cultura autoritaria está instalada en nosotros. Se optó por la independencia, pero no por la Ilustración. El principio de autonomía – privada y pública – ha sido visto como una trasgresión “insolente” a la autoridad que expresa el “orden de las cosas”. Mucha gente considera erróneamente que discrepar argumentativamente con una autoridad – política, religiosa, empresarial – sobre algún punto importante equivale a “ofenderla” o a desconocer su investidura; se pide silencio y sumisión, ni disensos ni crítica, ni libertad individual o criterio propio. Esa ideología absurda y falaz – una especie de feudalismo mental, realmente mutilador – impide el fortalecimiento de un ethos democrático. En una sociedad libre el disentimiento es posible, y es considerado valioso, cuando observa los principios básicos de la convivencia (y respeta la diversidad). El “atrévete a pensar” de Kant es considerado una osadía frente a ese sentido común jerárquico y populista. Mucha gente cree que las Fuerzas Armadas y determinadas comunidades religiosas son “instituciones tutelares de la Nación”, cuando en una democracia genuina a los ciudadanos no los tutela nadie; ser protegido por la fuerza pública es un derecho, asumir creencias religiosas es un acto individual y voluntario (el principio de separación entre el Estado y las Iglesias es de origen liberal e ilustrado, y posee claras raíces bíblicas). Ritos como las marchas 'militares' para escolares - por citar sólo un ejemplo - interpretan la realidad de modo tutelar. ‘El que obedece no se equivoca’, piensan muchos peruanos que detentan el poder en diferentes espacios de la sociedad (y no solamente en el ámbito del Estado). Y cuentan con la complicidad de no pocos compatriotas “de a pie”, atrapados en esa concepción autoritaria y antidemocrática.
Siempre he pensado que los problemas tienen que ser examinados y afrontados desde el enfoque del agente, y no desde la perspectiva del espectador. Dicho de manera muy sencilla, se trata de preguntarnos simplemente qué hacer para que este espíritu de sumisión y tutelaje no prospere. Preguntarnos qué podemos hacer para convertirnos en ciudadanos y dejar de ser funcionalmente súbditos. Para producir prácticas e instituciones democráticas entre nosotros (por ejemplo, fortaleciendo la sociedad civil organizada, promoviendo partidos realmente democráticos, fomentando el debate ciudadano en las universidades, examinando críticamente los símbolos y metáforas coloniales o autoritarias que todavían florecen en nuestro vocabulario político). Son preguntas que nos interpelan como agentes (en el caso que decidamos serlo), que nos exigen optar por asumirnos como ciudadanos o permanecer como súbditos de un poder tutelar que nos releva del ejercicio de la deliberación, de la autorreflexión, de la construcción de un proyecto vital (público o privado). Lo que suceda con el país y con las instituciones no será ajeno a nuestra decisión.
Estas Fiestas Patrias están marcadas por dos hechos. El primero, la pintoresca persecución que el ministro de Defensa ha emprendido contra una bailarina que tuvo el mal gusto de fotografiarse desnuda con la bandera nacional. Al ministro y a buena parte del gabinete le parece que se ha cometido un sacrilegio que debe ser castigado judicialmente. Esta actitud suya contrasta con su escasa o nula disposición a que su ministerio colabore con el esclarecimiento de la masacre de Putis. En su iconografía, la bandera parece ser más sagrada que la vida de los doscientos catorce comuneros asesinados. Una paradoja lamentable (e incluso macabra). Nuestro ministro de Defensa no parece haber planteado seriamente el orden de las proridades de su cartera. Atender esta patética anécdota farandulesca y no tomar cartas sobre el tema de Putis resulta simplemente inaceptable en la perspectiva de un Estado democrático decente.
El segundo hecho es la reciente elección de Velásquez Quesquén como presidente del Congreso. El partido de gobierno ha revelado aquí sin pudor su verdadera faz, al negociar – una vez más – con el fujimorismo ventajas y votos, sabe Dios a cambio de qué (presumiblemente, beneficios para el reo Fujimori). Que el APRA se alíe con las fuerzas antidemocráticas constituye una afrenta para el pensamiento del joven Haya de la Torre (el caso del Haya maduro el asunto se torna controversial). El “maquiavelismo chicha” del partido de gobierno se ha puesto en juego una vez más. Uno se pregunta razonablemente si los apristas podrán o no influir en el proceso al ex dictador, o si los titulares de la sala mantendrán intacta su independencia. Que el oficialismo tiende a ejercer presión en el fuero legal es algo que se discute mucho; no pocos interpretan la renuncia de César Landa a la presidencia del Tribunal Constitucional como reacción a los intentos del APRA por ganarse su apoyo en el tema de El Frontón.
Estos hechos han puesto de relieve – una vez más, y oportunamente, dada las fechas de celebración nacional – la entraña de la política nacional. El profundo abismo existente entre la ética y la política (entendida en su sentido más degradado, en términos de una vulgar competencia por el poder), y la poderosa vigencia de una cultura autoritaria. Muchos especialistas y no pocos ciudadanos concuerdan en que estos elementos acompañan nuestra historia “republicana” (la expresión es excesiva). Nuestra autodenominada “clase política” nunca estuvo convencida de querer la independencia respecto de España, y tampoco vibró de entusiasmo frente a la idea de que el Perú asumiera el sistema político republicano. Desangrado por múltiples golpes de Estado y luchas intestinas, el país contó con un sector dirigente que se la ha pasado buscando un líder carismático, que implante el orden con “mano dura”. No buscaban vivir en una sociedad de ciudadanos, sino en una comunidad de súbditos.
La cultura autoritaria está instalada en nosotros. Se optó por la independencia, pero no por la Ilustración. El principio de autonomía – privada y pública – ha sido visto como una trasgresión “insolente” a la autoridad que expresa el “orden de las cosas”. Mucha gente considera erróneamente que discrepar argumentativamente con una autoridad – política, religiosa, empresarial – sobre algún punto importante equivale a “ofenderla” o a desconocer su investidura; se pide silencio y sumisión, ni disensos ni crítica, ni libertad individual o criterio propio. Esa ideología absurda y falaz – una especie de feudalismo mental, realmente mutilador – impide el fortalecimiento de un ethos democrático. En una sociedad libre el disentimiento es posible, y es considerado valioso, cuando observa los principios básicos de la convivencia (y respeta la diversidad). El “atrévete a pensar” de Kant es considerado una osadía frente a ese sentido común jerárquico y populista. Mucha gente cree que las Fuerzas Armadas y determinadas comunidades religiosas son “instituciones tutelares de la Nación”, cuando en una democracia genuina a los ciudadanos no los tutela nadie; ser protegido por la fuerza pública es un derecho, asumir creencias religiosas es un acto individual y voluntario (el principio de separación entre el Estado y las Iglesias es de origen liberal e ilustrado, y posee claras raíces bíblicas). Ritos como las marchas 'militares' para escolares - por citar sólo un ejemplo - interpretan la realidad de modo tutelar. ‘El que obedece no se equivoca’, piensan muchos peruanos que detentan el poder en diferentes espacios de la sociedad (y no solamente en el ámbito del Estado). Y cuentan con la complicidad de no pocos compatriotas “de a pie”, atrapados en esa concepción autoritaria y antidemocrática.
Siempre he pensado que los problemas tienen que ser examinados y afrontados desde el enfoque del agente, y no desde la perspectiva del espectador. Dicho de manera muy sencilla, se trata de preguntarnos simplemente qué hacer para que este espíritu de sumisión y tutelaje no prospere. Preguntarnos qué podemos hacer para convertirnos en ciudadanos y dejar de ser funcionalmente súbditos. Para producir prácticas e instituciones democráticas entre nosotros (por ejemplo, fortaleciendo la sociedad civil organizada, promoviendo partidos realmente democráticos, fomentando el debate ciudadano en las universidades, examinando críticamente los símbolos y metáforas coloniales o autoritarias que todavían florecen en nuestro vocabulario político). Son preguntas que nos interpelan como agentes (en el caso que decidamos serlo), que nos exigen optar por asumirnos como ciudadanos o permanecer como súbditos de un poder tutelar que nos releva del ejercicio de la deliberación, de la autorreflexión, de la construcción de un proyecto vital (público o privado). Lo que suceda con el país y con las instituciones no será ajeno a nuestra decisión.
Gonzalo: te recomendaría que leas, o releas en caso ya lo hayas hecho, "Buscando un rey" de Eduardo Torres Arancivia. Después de su lectura o relectura, me gustaría que publicaras un artículo en tu blog comentando el tema de la "independencia" peruana o, como me gusta llamarlo, la separación política de España y que ese artículo comente las apreciaciones de Torres. Cuidate, saludos
ResponderEliminarAlonso Campos
Estimado Alonso:
ResponderEliminarTengo el libro de Torres, y he de leerlo pronto. Ya tenía pensado escribir sobre el tema una vez lo tenga leído. El problema de la cultura autoritaria en Perú me parece particularmente grave.
Saludos,
Gonzalo.