CONSIDERACIONES ÉTICAS
Gonzalo Gamio Gehri
En esta oportunidad quisiera decir algo acerca del potencial moral de las ficciones. Para ello, contaré una anécdota que motiva esta reflexión. Tengo el honor de participar en un Seminario de Cultura Política organizado por la Red de Ciencias Sociales – un espacio interdisciplinario que convoca a sociólogos, estudiosos de la cultura, críticos literarios, psicoanalistas, e historiadores de Lima y del interior del país. Soy el único filósofo que asiste al seminario este año. Se trata de un foro en el que un grupo de profesores dialogan sobre textos de especialistas en materia de cultura política, con el objeto de construir juntos una aproximación multidimensional y rigurosa a esta importante cuestión. Tengo el privilegio de participar en este seminario junto a académicos como Gonzalo Portocarrero, Romeo Grompone, Rocío Silva Santisteban, María Luisa Remy, entre otros. El debate allí siempre es iluminador y provechoso para la investigación.
Hace unas cuantas semanas examinamos un texto del extraordinario antropólogo indio, Partha Chaterjee titulado “La política de los gobernados”, una sección de su libro. La nación en tiempo hetegoréneo . Allí, el autor establece una distinción importante entre el comportamiento de los “pobladores” – personas que actúan en conjunto buscando la supervivencia o la satisfacción de ciertas necesidades básicas, a menudo a través de medios extraños a la legalidad – y el comportamiento de los “ciudadanos”, individuos cuya acción supone la observancia de los principios del Estado de Derecho, el ejercicio de la libertad y el acceso al bienestar. Los primeros enmarcan sus prácticas en los escenarios de la “sociedad política” – considero el uso de la expresión poco feliz, dado que por deformación profesional la asocio con la antigua pólis -, los segundos forman parte de la “sociedad civil”. Los “ciudadanos” gozan, al menos parcialmente, los bienes de la modernidad; los “pobladores” conforman redes familiares y tribales típicamente premodernas, pero aspiran a ingresar al mundo social específicamente moderno: sus estrategias paralegales los llevan a “ampliar libertades y capacidades”, para luego incluso formalizar su condición de consumidores, contribuyentes y ciudadanos (en ese orden, de acuerdo con el autor). Chaterjee describe la historia de una colonia ferroviaria, un grupo de personas que “invade” el perímetro de las vías del tren para habitarlo (lo cual estaba explícitamente prohibido por las leyes locales). Cuenta cómo los habitantes del lugar roban luz eléctrica, para - luego de unos años - convertirse finalmente en los usuarios formales de este servicio. Narra cómo en un inicio los habitantes de esta colonia aceptaron el liderazgo de representantes corruptos a causa de la “eficacia” en el logro de la preservación de la colonia. Se trata, en efecto, de un texto muy interesante, que examina una realidad no completamente diferente a la del Perú actual.
En fin. Se abre la discusión. Pide la palabra un joven sociólogo, bastante impetuoso en sus intervenciones, según pude constatar en otras sesiones del seminario (de hecho, me lo imagino en un futuro cercano en la arena política, defendiendo con firmeza y vehemencia causas nobles y justas). Sostuvo que la gente de la colonia ferroviara y - más allá de ésta - los usuarios de la "sociedad política" se había hastiado ya de la “ficción de la igualdad”, y había decidido luchar por resolver sus propios problemas.
El silencio que siguió a su intervención me permitió examinar con algún cuidado los efectos de estas frases tan contundentes y aceleradas. Percibí la incomodidad de todos los críticos literarios presentes en la reunión, pero también – para mi desconcierto - los sutiles gestos de aprobación de la mayoría de los científicos sociales (con notables excepciones, como es el caso de Gonzalo Portocarrero, un célebre sociólogo y catedrático de la PUCP - y formidable escritor de importantes libros sobre el Perú -, un intelectual interesado en el análisis cultural, el arte y la literatura).
Entonces fui yo el que pidió intervenir. Dije que, en principio, había que tener mucho cuidado con las ficciones, particularmente con las que son valiosas y provechosas para la vida de las personas y para la existencia de instituciones justas. En efecto, la igualdad no “existe” en el sentido en que “existen” los electrones, los pingüinos y los arrecifes (desde luego, soy partidario de un concepto de realidad mucho más amplio que el de mi interlocutor, que parecía referirse únicamente a los "hechos" que podemos 'verificar' a tarvés de los sentidos) . Si nos referimos a la igualdad en un sentido monolítico y empírico, entonces lo que salta a la vista son las diferencias más elementales. Sin embargo, de lo que se trata en los asuntos políticos, por un lado, es vindicar la igualdad civil, y luchar contra las formas de desigualdad socioeconómica y las formas de discriminación que destruyen la ciudadanía y la propia comunidad. La igualdad civil puede ser una "ficción", pero es una "ficción" útil en tanto posee fuerza normativa, esto es, nos ofrece una imagen ético-política acerca de cómo podríamos vivir en sociedad. Nos plantea la posibilidad de que las cosas sean de otra manera, bosqueja un retrato alternativo - y posible - del mundo y de nuestras propias vidas. Esta imagen no sólo inspira nuestro pensamiento, sino nos mueve a cuestionar y denunciar la precaria realidad en la que imperan la desigualdad y la discriminación. Es en esa línea de reflexión que el arte y la literatura han cumplido un rol fundamental en la crítica de las realidades injustas.
Hace un par de siglos – incluso menos – la abolición de la esclavitud como institución constituía una mera utopía; hoy es una realidad, ningún Estado moderno tolera la esclavitud, ninguna comunidad civilizada la admite como parte de sus prácticas. Esta clase de "ficciones" tiene una dimensión radicalmente orientadora de la acción, incluso transformadora en el nivel de las estructuras sociales y las mentalidades. Culminé mi intervención señalando que el primero en sostener el valor normativo de la igualdad era el propio Partha Chaterjee , quien – en el texto que precisamente estábamos discutiendo – sostiene que los pobladores aspiran lograr la inclusión en la esfera de la ciudadanía igualitaria y la propiedad, y no han desechado la opción de lograr participar de la sociedad civil. Lo que buscan es la “ampliación de libertades y capacidades”. Justamente se asocian y actúan – a veces sin seguir las reglas oficiales – porque son conscientes de que sus derechos no están siendo satisfechos, y aspiran a que se les respete y reconozca como ciudadanos. Gonzalo Portocarrero intervino apoyando mi posición, señalando que la lógica de la sociedad civil – su dimensión participativa y deliberativa – constituía un elemento fundamental para la política, tan importante como la movilización. A su juicio –y estoy completamente de acuerdo con él en este punto – no debíamos dejar de lado tan rápido ese elemento cívico y discursivo.
Este peculiar intercambio de argumentos con el joven sociólogo me dejó pensando largo rato sobre el tema, más allá del final de la sesión del seminario. No puedo negar que me dejó preocupado. Aparentemente, cierta facción de los especialistas en ciencias sociales – aquella facción que no acusa mayor influencia del psicoanálisis, la hermenéutica, los estudios culturales o las filosofías postmodernas – aun es presa de cierto “sentido común positivista” que considera que es posible tener los “hechos” ante los ojos, “realidades” desnudas”, aisladas de cualquier conexión hermenéutica con horizontes de valor o categorías y conceptos que puedan otorgarle sentido. Esta suerte de ingenuidad epistemológica a veces converge bastante bien con un pathos político de (remoto) origen marxista, a la luz del cual la igualdad, la ciudadanía, la sociedad civil son expresiones de la “superestructura”, emeras manaciones etéreas de la “verdadera realidad” la de los modos de producción y sus conflictos. Este “positivismo Light con condimentos de vanguardia política” – a pesar de sus clamorosas deficiencias conceptuales – todavía tiene sus suscriptores.
Lo curioso del caso es que mi interlocutor no parecía reparar en el siguiente problema conceptual, nada sencillo de resolver: se seguía de su discurso "realista" y "sólidamente aterrizado" que debíamos prescindir de las “ficciones” – eso es lo que parecía sugerir -; sin embargo, de hacerse efectiva esta prescindencia (anuladas las “ficciones morales” como la igualdad, la libertad o el bien) ¿Cómo sería posible rescatar la prédica ‘progresista’ o 'emancipatoria' - su energía crítica, su razonabilidad, su fuerza movilizadora -, que sin duda él mismo valora? ¿Desde dónde podríamos erigirla como discurso de transformación social?
En esta oportunidad quisiera decir algo acerca del potencial moral de las ficciones. Para ello, contaré una anécdota que motiva esta reflexión. Tengo el honor de participar en un Seminario de Cultura Política organizado por la Red de Ciencias Sociales – un espacio interdisciplinario que convoca a sociólogos, estudiosos de la cultura, críticos literarios, psicoanalistas, e historiadores de Lima y del interior del país. Soy el único filósofo que asiste al seminario este año. Se trata de un foro en el que un grupo de profesores dialogan sobre textos de especialistas en materia de cultura política, con el objeto de construir juntos una aproximación multidimensional y rigurosa a esta importante cuestión. Tengo el privilegio de participar en este seminario junto a académicos como Gonzalo Portocarrero, Romeo Grompone, Rocío Silva Santisteban, María Luisa Remy, entre otros. El debate allí siempre es iluminador y provechoso para la investigación.
Hace unas cuantas semanas examinamos un texto del extraordinario antropólogo indio, Partha Chaterjee titulado “La política de los gobernados”, una sección de su libro. La nación en tiempo hetegoréneo . Allí, el autor establece una distinción importante entre el comportamiento de los “pobladores” – personas que actúan en conjunto buscando la supervivencia o la satisfacción de ciertas necesidades básicas, a menudo a través de medios extraños a la legalidad – y el comportamiento de los “ciudadanos”, individuos cuya acción supone la observancia de los principios del Estado de Derecho, el ejercicio de la libertad y el acceso al bienestar. Los primeros enmarcan sus prácticas en los escenarios de la “sociedad política” – considero el uso de la expresión poco feliz, dado que por deformación profesional la asocio con la antigua pólis -, los segundos forman parte de la “sociedad civil”. Los “ciudadanos” gozan, al menos parcialmente, los bienes de la modernidad; los “pobladores” conforman redes familiares y tribales típicamente premodernas, pero aspiran a ingresar al mundo social específicamente moderno: sus estrategias paralegales los llevan a “ampliar libertades y capacidades”, para luego incluso formalizar su condición de consumidores, contribuyentes y ciudadanos (en ese orden, de acuerdo con el autor). Chaterjee describe la historia de una colonia ferroviaria, un grupo de personas que “invade” el perímetro de las vías del tren para habitarlo (lo cual estaba explícitamente prohibido por las leyes locales). Cuenta cómo los habitantes del lugar roban luz eléctrica, para - luego de unos años - convertirse finalmente en los usuarios formales de este servicio. Narra cómo en un inicio los habitantes de esta colonia aceptaron el liderazgo de representantes corruptos a causa de la “eficacia” en el logro de la preservación de la colonia. Se trata, en efecto, de un texto muy interesante, que examina una realidad no completamente diferente a la del Perú actual.
En fin. Se abre la discusión. Pide la palabra un joven sociólogo, bastante impetuoso en sus intervenciones, según pude constatar en otras sesiones del seminario (de hecho, me lo imagino en un futuro cercano en la arena política, defendiendo con firmeza y vehemencia causas nobles y justas). Sostuvo que la gente de la colonia ferroviara y - más allá de ésta - los usuarios de la "sociedad política" se había hastiado ya de la “ficción de la igualdad”, y había decidido luchar por resolver sus propios problemas.
El silencio que siguió a su intervención me permitió examinar con algún cuidado los efectos de estas frases tan contundentes y aceleradas. Percibí la incomodidad de todos los críticos literarios presentes en la reunión, pero también – para mi desconcierto - los sutiles gestos de aprobación de la mayoría de los científicos sociales (con notables excepciones, como es el caso de Gonzalo Portocarrero, un célebre sociólogo y catedrático de la PUCP - y formidable escritor de importantes libros sobre el Perú -, un intelectual interesado en el análisis cultural, el arte y la literatura).
Entonces fui yo el que pidió intervenir. Dije que, en principio, había que tener mucho cuidado con las ficciones, particularmente con las que son valiosas y provechosas para la vida de las personas y para la existencia de instituciones justas. En efecto, la igualdad no “existe” en el sentido en que “existen” los electrones, los pingüinos y los arrecifes (desde luego, soy partidario de un concepto de realidad mucho más amplio que el de mi interlocutor, que parecía referirse únicamente a los "hechos" que podemos 'verificar' a tarvés de los sentidos) . Si nos referimos a la igualdad en un sentido monolítico y empírico, entonces lo que salta a la vista son las diferencias más elementales. Sin embargo, de lo que se trata en los asuntos políticos, por un lado, es vindicar la igualdad civil, y luchar contra las formas de desigualdad socioeconómica y las formas de discriminación que destruyen la ciudadanía y la propia comunidad. La igualdad civil puede ser una "ficción", pero es una "ficción" útil en tanto posee fuerza normativa, esto es, nos ofrece una imagen ético-política acerca de cómo podríamos vivir en sociedad. Nos plantea la posibilidad de que las cosas sean de otra manera, bosqueja un retrato alternativo - y posible - del mundo y de nuestras propias vidas. Esta imagen no sólo inspira nuestro pensamiento, sino nos mueve a cuestionar y denunciar la precaria realidad en la que imperan la desigualdad y la discriminación. Es en esa línea de reflexión que el arte y la literatura han cumplido un rol fundamental en la crítica de las realidades injustas.
Hace un par de siglos – incluso menos – la abolición de la esclavitud como institución constituía una mera utopía; hoy es una realidad, ningún Estado moderno tolera la esclavitud, ninguna comunidad civilizada la admite como parte de sus prácticas. Esta clase de "ficciones" tiene una dimensión radicalmente orientadora de la acción, incluso transformadora en el nivel de las estructuras sociales y las mentalidades. Culminé mi intervención señalando que el primero en sostener el valor normativo de la igualdad era el propio Partha Chaterjee , quien – en el texto que precisamente estábamos discutiendo – sostiene que los pobladores aspiran lograr la inclusión en la esfera de la ciudadanía igualitaria y la propiedad, y no han desechado la opción de lograr participar de la sociedad civil. Lo que buscan es la “ampliación de libertades y capacidades”. Justamente se asocian y actúan – a veces sin seguir las reglas oficiales – porque son conscientes de que sus derechos no están siendo satisfechos, y aspiran a que se les respete y reconozca como ciudadanos. Gonzalo Portocarrero intervino apoyando mi posición, señalando que la lógica de la sociedad civil – su dimensión participativa y deliberativa – constituía un elemento fundamental para la política, tan importante como la movilización. A su juicio –y estoy completamente de acuerdo con él en este punto – no debíamos dejar de lado tan rápido ese elemento cívico y discursivo.
Este peculiar intercambio de argumentos con el joven sociólogo me dejó pensando largo rato sobre el tema, más allá del final de la sesión del seminario. No puedo negar que me dejó preocupado. Aparentemente, cierta facción de los especialistas en ciencias sociales – aquella facción que no acusa mayor influencia del psicoanálisis, la hermenéutica, los estudios culturales o las filosofías postmodernas – aun es presa de cierto “sentido común positivista” que considera que es posible tener los “hechos” ante los ojos, “realidades” desnudas”, aisladas de cualquier conexión hermenéutica con horizontes de valor o categorías y conceptos que puedan otorgarle sentido. Esta suerte de ingenuidad epistemológica a veces converge bastante bien con un pathos político de (remoto) origen marxista, a la luz del cual la igualdad, la ciudadanía, la sociedad civil son expresiones de la “superestructura”, emeras manaciones etéreas de la “verdadera realidad” la de los modos de producción y sus conflictos. Este “positivismo Light con condimentos de vanguardia política” – a pesar de sus clamorosas deficiencias conceptuales – todavía tiene sus suscriptores.
Lo curioso del caso es que mi interlocutor no parecía reparar en el siguiente problema conceptual, nada sencillo de resolver: se seguía de su discurso "realista" y "sólidamente aterrizado" que debíamos prescindir de las “ficciones” – eso es lo que parecía sugerir -; sin embargo, de hacerse efectiva esta prescindencia (anuladas las “ficciones morales” como la igualdad, la libertad o el bien) ¿Cómo sería posible rescatar la prédica ‘progresista’ o 'emancipatoria' - su energía crítica, su razonabilidad, su fuerza movilizadora -, que sin duda él mismo valora? ¿Desde dónde podríamos erigirla como discurso de transformación social?
Borges solía decir que la filosofía era una rama sofisticada de la literatura de ficción. No sé si estaba en lo cierto, pero - aunque así fuera - ella constituye una disciplina que resulta útil para procurar purificar el pensamiento de malos entendidos e inconsistencias como las que afloraron en esa breve discusión sobre la relevancia práctica de las ficciones.
Las ficciones contienen un sentido orientador que hasta un niño, que quizás no observe su sentido de la manera más amplia, las contempla como faro en la oscuridad. Sin embargo, el problema no lo veo solo en la distorción de estas ficciones, sino en el olvido de las mismas que nos hace tender a distorsionarlas.
ResponderEliminarAsí, es que se observa una falta de reflexión crítica sobre la realidad en la cual actuamos. Es decir, caemos en un pragmatismo en el cual no se contempla el porqué de las cosas, sino que, únicamente, uno se interesa por lo productivo en nuestro actuar.
Estimado Dapounti:
ResponderEliminarDe acuerdo contigo. No sólo ese "positivismo intuitivo" bloquea y desestima las ficciones éticas; también una suerte de fascinación por la inmediatez y el materialismo - permíteme no llamarlo "pragmatismo" - torna invisible la ficción, o la convierte en irrelevante.
Saludos,
Gonzalo.
Hola Gonzalo
ResponderEliminarMuy interesante, como siempre.
Estoy en desacuerdo contigo, aunque por razones muy diferentes a las de tu interlocutor.
La igualdad no es una ficción. La que es una ficción es la desigualdad. Es decir, es la desigualdad la que requiere (y siempre obtiene) justificación discursiva, una narrativa en la que sostenerse. La igualdad es la opción por defecto. Cuando todas las narrativas son demolidas (si acaso eso es posible) la igualdad es lo único que sobrevive; sin narrativa, en cambio, la desigualdad es imposible.
Ahora bien, cuidado con lo que entendemos por "ficción". A veces la gente entiende por "ficticio" lo que no existe en el mundo actual. En ese sentido es trivial decir que la igualdad "no existe", dado que vivimos en un mundo desigual. No creo que sea esa trivialidad la que tu interlocutor esté defendiendo. Por tu respuesta, imagino que hablar de "la ficción de la igualdad" implica que la igualdad no tiene justificación alguna, que no es un componente necesario de la realidad. En eso estoy de acuerdo. Pero de allí no se deduce que la igualdad requiera esa justificación. ¿Por qué tendríamos que justificar la creencia de que todos somos iguales? Es al revés, la desigualdad es la que requiere justificación discursiva, un mito para ser exacto. Es decir, es la desigualdad la que es una ficción.
Los que buscan que se pague igual a hombres y mujeres, los que buscan que las personas de todos los colores tengan las mismas oportunidades, los que defienden los derechos de los animales, etc, son ellos los que se han cansado del mito de la desigualdad. En un mundo sin mitos (si acaso es posible), la igualdad es la única alternativa. Los pobladores que mencionas están cansados de la desigualdad, no de la igualdad.
Ahora bien, la igualdad no es una ficción, pero tampoco es parte de la realidad. Si dividimos los objetos en reales y ficticios la igualdad no encaja en ninguno de ellos, como no encaja el cero si todos los números enteros fueran solo negativos y positivos. Así como no es posible asignarle un signo al cero, no es posible asignarle a la igualdad un estatuto ontológico.
Insisto en mi advertencia previa. Espero que sea claro que no estoy diciendo que la desigualdad no está presente en el mundo. No creo que nadie esté en desacuerdo con eso. Lo que digo es que carece por completo de justificación racional (moral o científica). Que es una imposición, sostenida en la práctica por la fuerza y en el discurso por el mito.
Me atreveré a concluir, a riesgo de sonar demasiado borgiano (pero tú lo has mencionado), que la razón por la que no es posible otorgarle a la igualdad un estatuto ontológico es que el mundo no es un conglomerado de objetos, sino una entidad única e indivisible, monótona e incolora, sin matices. Las diferencias las ponemos nosotros, las inventamos nosotros.
Por supuesto, algunas de esas diferencias son indispensables para nuestra supervivencia. El bacilo de Koch tiene tanto derecho a sobrevivir como el oso polar, pero eso no quiere implica que la gente debería abstenerse de tomar medicina contra la tuberculosis. Es decir, es verdad que algunas ficciones valen la pena. Pero la igualdad no es una de ellas, no porque no valga la pena sino porque no es una ficción. Viene gratis con el mundo. Somos nosotros los que pagamos para que se vaya.
Miguel:
ResponderEliminarNo me parece claro que la igualdad sea una opción por defecto. La igualdad tiene sentido en tanto que existe la desigualdad. "0" es concebible porque existen 1, 2, 3, etc.
Por otro lado, "O" no me parece modelo de igualdad. La igualdad es representable como "a = a" o "a = 1". El primer enunciado es tautológico; en el segundo se establece una equivalencia. Desde el punto de vista político, cuando decimos que Juan y Pedro son iguales estamos diciendo que les corresponden los mismos derechos. Es decir, que a Juan le corresponde "a" y a Pedro le corresponde "a", sea cual sea el contenido de la variable "a". No estamos diciendo que "Juan = Pedro". Esta igualdad política se refiere, además, a derechos fundamentales, no a todos los derechos. Por ejemplo, Juan puede tener derecho a conducir y Pedro no.
Desde un punto de vista moral, la desigualdad es tan importante como la igualdad. Esto porque la desigualdad establece que los seres humanos no somo fungibles. Juan tiene los mismos derechos que Pedro pero Juan no es reemplazable por Pedro. El racista, por ejemplo, tiene muy clara la idea de igualdad: si todos los indígenas son iguales, lo que le importa es mantener el número de indígenas que necesite explotar para enriquecerse. Los que sobren constituyen un excedente. Por otro lado, si todos los indígenas son iguales, da lo mismo ajusticiar a los culpables junto con los inocentes. Al racista poco le importa distinguir uno de otro.
Aquí Gonzalo ha estado hablando de igualdad social, lo que es distinto de identidad entre Juan y Pedro. Por cierto, me parece muy interesante el tema de la ficción pero eso lo abordaré luego de pensar un rato. Saludos.
Estimados Miguel y Daniel:
ResponderEliminarGracias por sus mensajes. En efecto, este es un tema para meditar. Lo primero que quisiera decir es que en este texto he procedido "dialécticamente", esto es, no he partido de mi concepto de "realidad" / ficción, sino que he asumido HIPOTÉTICAMENTE el concepto de "realidad" y ficción de mi interlocutor (positivista, marcado por la dicotomía hecho / valor, etc.) para mostrar las inconsistencias, el reduccionismo y las limitaciones de su postura.
Está claro que mi concepto de realidad es más amplio, en tanto abarca todo aquello que concierne a mi / nuestra experiencia vital (incluyendo los elementos culturales que definen mi mundo circundante, por ejemplo). En un sentido, el valor, la igualdad, etc., son expresiones que son útiles para describir de manera fidedigna y sutil situaciones que debo afrontar. Si constituyen mis opciones vitales, "existen" en un sentido más sutil (no en el de los los pingüinos y los arrecifes: un mundo habitado solamente por pingüinos y arrecifes y objetos de ese estilo sería sumamente limitado).
Utilizo "ficción" en su sentido más o menos literal ('fictus' inventado, y ojo, siempre en referencia y contrate "dialécticos" con el estrecho concepto de "realidad" del joven sociólogo. A diferencia de los pingüinos y los arrecifes, la igualdad, el valor y el bien son (de manera explícita) construcciones humanas sumamente valiosas, que revelan sentidos posibles para la vida humana.
Concuerdo con la distinción entre identidad e igualdad civil planteado por Daniel.
Un abrazo para ambos,
Gonzalo.
Yo también estoy de acuerdo con la distinción entre identidad e igualdad. Y es claro que es posible distinguir diversas formas de igualdad.
ResponderEliminarLo que está en discusión (hasta donde entiendo el post) es que la igualdad sea una ficción. Esa conclusión, creo yo, es incorrecta.
La idea de que cualquier "construcción humana" es una ficción, aunque en extremo interesante, está lejos del sentido literal de "ficción" (la etimología no refleja casi nunca el verdadero significado de las palabras, como es bien sabido)---sin ir muy lejos, es un poco difícil argumentar que un revólver sea una ficción, pero es bastante fácil decir que es una construcción humana. Para evitar disquisiciones lexicográficas, abandonemos por un momento "ficción" y concentrémonos en "construcción humana". La igualdad no es una construcción humana. La desigualdad sí lo es.
En efecto, el cero no es un modelo de la igualdad, pero yo no he dicho que lo sea. El ejemplo solo pretendía poner de manifiesto la debilidad de un modelo del mundo que distingue simplonamente entre "ficticio" y "real" (sería como decir que los números reales son positivos y negativos). Al parecer estamos de acuerdo en que tal dicotomía es empobrecedora. Sin embargo, la igualdad no es ficción ni siquiera en ese modelo.
Usemos los ejemplo de Daniel.
En efecto, a=1 establece una equivalencia. Pero si b=1, entonces también es verdad que a=b (otra equivalencia). Si a Juan le corresponde "a" y a Pedro le corresponde "a", entonces, con respecto al sistema que provee "a", Juan y Pedro son iguales. No creo que nadie pueda poner en duda eso.
El problema está en justificar si a Pedro le corresponde "a" y si a Juan le corresponde también "a". En otras palabras, la igualdad de la que estamos hablando no es la misma que cuando decimos a=1. No estamos hablando del signo "=". Estamos hablando de la idea de que exista alguna justificación unificada para tratar a los objetos del mundo de manera diferente. Esa justificación general no existe. La falta de esa justificación es la igualdad, en el sentido relevante---que podemos expresar así: si a X le corresponde A, entonces a Y le corresponde también A, en el sistema que provee A (nota que eso no dice que X=Y, así que no estamos confundiendo ni identidad ni equivalencia con igualdad).
No existe una justificación general, pero sí es posible elaborar (o "construir humanamente" o "inventar") justificaciones parciales de la desigualdad. A menudo es indispensable hacer eso, como Daniel mismo señala. En otras palabras, si vamos a tolerar cualquier forma de desigualdad, esta debe estar enteramente justificada. Tenemos que justificar por qué Juan puede manejar, pero Pedro no. Si todos pudieran manejar, no tendríamos que justificar nada. La igualdad no requiere justificación, es la opción por defecto.
Esa es precisamente la razón por la que la igualdad es ubicua. El ejemplo del racista proporciona una buena evidencia. El racista no tiene que justificar su creencia en que todos los indígenas son iguales. Lo que tiene que justificar es su creencia de que son diferentes a él. Una vez que se establece que a todo X le corresponde A, pero que a todo Y le corresponde B, no es necesario justificar por qué a cadaX le corresponde A y no B. Eso viene gratis. Pero lo que sí tenemos que justificar es por qué a Y le corresponde B si a X le corresponde A.
Sería interesante poder conversar alguna vez con el joven sociólogo para que él mismo pueda explicar -y nosotros quizá leer entre líneas- a que se refería realmente cuando habló de la "ficción de la igualdad".
ResponderEliminarDesviándome de la discusión de los comentarios y volviendo un poco sobre la frase aludida, pero desde otro enfoque; ¿no se habrá querido referir a un hastío de los pobladores por la "incapacidad" (en el sentido de A. Sen) de ejercer una "igualdad ficticia" de derechos que se suponen dados en iguales condiciones a "ciudadanos" y "pobladores" por una constitución?
En otras palabras, lo catalogado como ficción sería la "igualdad de jure", en tanto es inventada, fingida, y distanciada de la realidad o la práctica para ese grupo de pobladores.
Estimado Carlos:
ResponderEliminarSospecho que lo que motiva al sociólogo en mención es una estrecha ontología positivista.
En efecto, se trata de la ‘igualdad de derechos’. Su incumplimiento hastía e indigna, justamente porque se trata de una exigencia IRRENUNCIABLE en una sociedad que pretende ser democrática. Si se trata de ficciones, tienen carácter normativo, y en ese sentido tienen una importancia VITAL.
Saludos,
Gonzalo.
Gonzalo
ResponderEliminarenvié un comentario pero no se si habrá llegado. El caso es que quería agradecer tu presencia y contribución al seminario y, también, expresar mi deseo de que sigas asistiendo. Ojalá entonces nos veamos el jueves.
saludos
Gonzalo
Estimado Gonzalo:
ResponderEliminarMil gracias por tu mensaje. El comentario no llegó ¿Podrías reenviarlo, por favor? Me encantaría conocer tu perspectiva en torno a mi versión del tema de las “ficciones”.
Como digo en el post, el seminario es sumamente provechoso para el diálogo académico.
Saludos,
Gonzalo.