(UNA DEFENSA DEL ROMANTICISMO)
Gonzalo Gamio Gehri
En las últimas décadas, no pocos filósofos noratlánticos han apostado por un retorno anti-ilustrado a los modos "clásicos" de civilización (particularmente el medioevo o los "griegos" como paradigma ético-cultural). Algunos se esfuerzan por poner de moda el ser "reaccionario", al punto que una posición tan extravagante deja de sonar "políticamente incorrecta" a algunos oídos contemporáneos. Algunos se valen incluso de las inquietudes postmodernas por defender la 'diferencia', precisamente para combatir el pluralismo democrático. Más adelante examinaré esa retorcida actitud ideológica. Ahora me ocuparé de la obra del más interesante y serio pensador contramoderno, Alasdair MacIntyre. Es una pena que algunos conservadores políticos y religiosos recurran a este autor para validar su agenda ideológica, distorsionando su perspectiva (o traduciendo mal sus textos), porque la obra de este filósofo escocés merece un tratamiento riguroso y detenido, estrictamente filosófico. Lástima que por estos lares sus textos hayan tenido ese destino, completamente inmerecido.
Me propongo revisar algunas de las tesis centrales del programa filosófico desarrollado en Tras la Virtud. Aquí encontramos explícitamente la tesis de la 'necesidad' de un retorno a lo 'clásico'. No es un planteamiento del todo novedoso. Se trata de una perspectiva que encuentro cuestionable y extremadamente simplificadora (siguiendo a un célebre neoaristotélico, Hegel). El mensaje, tanto en Bloom como en MacIntyre, parece indicar que la modernidad como proyecto cultural y como programa político ha fracasado y que – dado que vivimos en la etapa final de esta agonía – lo mejor que podemos hacer es retornar a las formas pretéritas de civilización. El retorno a la cultura clásica es lo que Tras la virtud aconseja como salida a esta crisis, y la formación de comunidades pequeñas, a la manera de San Benito, es la estrategia de resistencia que habría que seguir para pasar el tiempo de barbarie que aún queda por afrontar. Más allá del dramatismo de la imagen ¿Estaríamos realmente dispuestos a decretar (si fuese posible) la abolición de la modernidad?
No resulta difícil adoptar una posición escéptica frente a esa alternativa. He estado sosteniendo en diversos escritos que el modelo ético aristotélico ofrece una concepción sustancialista y teleológica de la racionalidad práctica a partir de la cual podemos dar razón – de manera más coherente - de nuestras formas cotidianas de deliberación y acción, que este paradigma afronta conceptualmente el tema crucial de los conflictos morales, etc; en fin, que la perspectiva sustantiva resuelve con mayor solvencia problemas que considero que las éticas procedimentales o no vislumbran con claridad o que no han podido resolver. A pesar de que he dirigido mi argumentación en esta dirección (y que lo seguiré haciendo ) creo que todas estas reflexiones – en contra de estos formidables críticos de la modernidad – no tienen porque llevarnos a rechazar como un todo la cultura moderna y sus valoraciones internas[1]. Esta es una de las actitudes y posiciones que hacen de Charles Taylor un autor particularmente interesante (lo mismo podría decirse de otros aristotélicos 'liberales' - defensores de la modernidad -, como Bernard Williams o Martha Nussbaum).
Asumir por una serie de razones la estructura conceptual de la filosofía práctica de Aristóteles no implica necesariamente abrazar las virtudes clásicas desconociendo el importante legado ético – espiritual que nos remite a la experiencia histórica – filosófica moderna (uno podría preguntarse cuán aristotélico puede ser en realidad alguien que no le otorga algun valor al contexto cultural en el que actua y piensa, y a las diferentes doxai que se esgrimen sobre el tema de la buena vida). De hecho, muchas de las imágenes morales que son propias del mundo moderno (la idea de ser sujeto de derechos, o la intensa valoración de la dignidad de la persona, la igualdad de oportunidades, la libertad individual, la afirmación de la vida cotidiana, entre otros bienes) se han arraigado profundamente en nuestra comprensión de la vida moral, al punto que son inseparables de nuestra propia interpretación de lo que significa ser un agente humano, incluso están implícitamente presentes en la mente de estos críticos cuando cuestionan la cultura moderna.
Es el caso, por ejemplo, del esquema conceptual desde el cual MacIntyre critica severamente la ética moderna y postula un retorno a la tradición clásica. En mi opinión, este esquema le debe mucho más a la modernidad que lo que el mismo MacIntyre está dispuesto a aceptar. Al inicio de Tras la virtud (en su famosa “sugerencia inquietante”) el autor escocés señala que la única manera de tomar conciencia de la profunda crisis de la ética en la que vivimos, es diseñando una filosofía de la historia que nos permita comparar los lenguajes valorativos del presente y de la tradición pasada, para reconocer cómo aquel no representa otra cosa que los fragmentos inconexos de esta; justamente la carencia de este tipo de filosofía de la historia hace que la filosofía analítica[2] o aún la historia académica sean incapaces de reconocer esta crisis: ninguna de estas disciplinas es totalmente consciente de la íntima relación entre mundo social y pensamiento estético y conceptual, así como de la inseparabilidad conceptual entre explicación y valoración. Pues bien, esa preocupación integradora no es exclusivamente aristotélica o tomista: es, en un sentido fundamental, romántica.
Es con el romanticismo que el problema de la historicidad de la racionalidad emerge como tema de reflexión, aunque ciertamente en el pensamiento de Vico podemos encontrar un importante precedente de esta preocupación filosófica. El problema de MacIntyre radica en que identifica acríticamente modernidad con ilustración, olvidando la crítica romántica que autores como Hölderllin, Schiller – y a su manera, Hegel – desarrollaron contra el ideal de una razón desvinculada y calculadora. Fueron los románticos los primeros en oponer a la racionalidad dualista tipicamente iluminista, la armonía cultural del mundo griego, una civilización en la cual el hombre se entendía vinculado ontológicamente con la physis y con el ethos y que entendía su propia competencia moral en términos de la articulación entre razón y sensibilidad. Este recurso a lo clásico como fuente de crítica hacia la ilustración es un viejo tópico de la modernidad autocrítica[3]. Tambien en lo que respecta al recurso al tema la historicidad este autor es (de hecho, a su pesar) un romántico y un hegeliano: el mismo MacIntyre confirma esta aseveración cuando dice en la obra citada que “la forma del relato, la división en etapas, presuponen criterios de realización y fracaso, de orden y desorden. A eso lo llamó Hegel filosofía de la historia, y Collingwood [un neohegeliano] consideró que así debe ser toda escritura filosófica acertada. De manera que, si buscáramos recursos para investigar la hipótesis que he sugerido acerca de la moral, por extraña e improbable que ahora pueda parecer, deberíamos preguntarnos si podemos encontrar en el tipo de historia y filosofía propuestos por Hegel y Collingwood (...) recursos que no podemos encontrar en la filosofía analítica.”[4].
Esta notoria ausencia de cualquier referencia relevante al romanticismo constituye un grave problema para el proyecto filosófico – crítico de MacIntyre que no solo afecta al esquema teórico implícito a una obra como Tras la virtud, sino tambien al contenido de la historia narrativa que esta ofrece. Su juicio sobre la ética moderna es negativo porque argumenta con razón que el proyecto ilustrado no puede construir una teoría moral coherente renunciando a una concepción teleológica de la razón práctica, que introduce en la moral un concepto abstracto de hombre y una escisión ficticia entrre lo que es y lo que debe ser . No obstante, su relato sobre la moral moderna concluye allí (en el fracaso de la ilustración) dando el salto hacia el emotivismo; si su crónica espiritual se hubiese extendido, por ejemplo, hacia Hegel – quien no suscribe las tesis ilustradas que MacIntyre recusa – entonces su evaluación de la modernidad tendría que haber sido modificada (o al menos, matizada)[5]; en la introducción a Justicia y racionalidad el propio MacIntyre concede que ha desatendido lo que llama – con algo de desdén - la “tradición prusiana”[6]. Aunque no cabe duda de que el procedimentalismo ilustrado constituye una línea dominante en la modernidad, no es conveniente desoir las exigencias neorrománticas que reaparecen no sólo en la resurrección contemporánea de los estudios hegelianos, sino fundamentalmente en las críticas de la razón instrumental por parte de las feministas, los ecologistas y los teóricos del “multiculturalismo”[7].
No resulta difícil adoptar una posición escéptica frente a esa alternativa. He estado sosteniendo en diversos escritos que el modelo ético aristotélico ofrece una concepción sustancialista y teleológica de la racionalidad práctica a partir de la cual podemos dar razón – de manera más coherente - de nuestras formas cotidianas de deliberación y acción, que este paradigma afronta conceptualmente el tema crucial de los conflictos morales, etc; en fin, que la perspectiva sustantiva resuelve con mayor solvencia problemas que considero que las éticas procedimentales o no vislumbran con claridad o que no han podido resolver. A pesar de que he dirigido mi argumentación en esta dirección (y que lo seguiré haciendo ) creo que todas estas reflexiones – en contra de estos formidables críticos de la modernidad – no tienen porque llevarnos a rechazar como un todo la cultura moderna y sus valoraciones internas[1]. Esta es una de las actitudes y posiciones que hacen de Charles Taylor un autor particularmente interesante (lo mismo podría decirse de otros aristotélicos 'liberales' - defensores de la modernidad -, como Bernard Williams o Martha Nussbaum).
Asumir por una serie de razones la estructura conceptual de la filosofía práctica de Aristóteles no implica necesariamente abrazar las virtudes clásicas desconociendo el importante legado ético – espiritual que nos remite a la experiencia histórica – filosófica moderna (uno podría preguntarse cuán aristotélico puede ser en realidad alguien que no le otorga algun valor al contexto cultural en el que actua y piensa, y a las diferentes doxai que se esgrimen sobre el tema de la buena vida). De hecho, muchas de las imágenes morales que son propias del mundo moderno (la idea de ser sujeto de derechos, o la intensa valoración de la dignidad de la persona, la igualdad de oportunidades, la libertad individual, la afirmación de la vida cotidiana, entre otros bienes) se han arraigado profundamente en nuestra comprensión de la vida moral, al punto que son inseparables de nuestra propia interpretación de lo que significa ser un agente humano, incluso están implícitamente presentes en la mente de estos críticos cuando cuestionan la cultura moderna.
Es el caso, por ejemplo, del esquema conceptual desde el cual MacIntyre critica severamente la ética moderna y postula un retorno a la tradición clásica. En mi opinión, este esquema le debe mucho más a la modernidad que lo que el mismo MacIntyre está dispuesto a aceptar. Al inicio de Tras la virtud (en su famosa “sugerencia inquietante”) el autor escocés señala que la única manera de tomar conciencia de la profunda crisis de la ética en la que vivimos, es diseñando una filosofía de la historia que nos permita comparar los lenguajes valorativos del presente y de la tradición pasada, para reconocer cómo aquel no representa otra cosa que los fragmentos inconexos de esta; justamente la carencia de este tipo de filosofía de la historia hace que la filosofía analítica[2] o aún la historia académica sean incapaces de reconocer esta crisis: ninguna de estas disciplinas es totalmente consciente de la íntima relación entre mundo social y pensamiento estético y conceptual, así como de la inseparabilidad conceptual entre explicación y valoración. Pues bien, esa preocupación integradora no es exclusivamente aristotélica o tomista: es, en un sentido fundamental, romántica.
Es con el romanticismo que el problema de la historicidad de la racionalidad emerge como tema de reflexión, aunque ciertamente en el pensamiento de Vico podemos encontrar un importante precedente de esta preocupación filosófica. El problema de MacIntyre radica en que identifica acríticamente modernidad con ilustración, olvidando la crítica romántica que autores como Hölderllin, Schiller – y a su manera, Hegel – desarrollaron contra el ideal de una razón desvinculada y calculadora. Fueron los románticos los primeros en oponer a la racionalidad dualista tipicamente iluminista, la armonía cultural del mundo griego, una civilización en la cual el hombre se entendía vinculado ontológicamente con la physis y con el ethos y que entendía su propia competencia moral en términos de la articulación entre razón y sensibilidad. Este recurso a lo clásico como fuente de crítica hacia la ilustración es un viejo tópico de la modernidad autocrítica[3]. Tambien en lo que respecta al recurso al tema la historicidad este autor es (de hecho, a su pesar) un romántico y un hegeliano: el mismo MacIntyre confirma esta aseveración cuando dice en la obra citada que “la forma del relato, la división en etapas, presuponen criterios de realización y fracaso, de orden y desorden. A eso lo llamó Hegel filosofía de la historia, y Collingwood [un neohegeliano] consideró que así debe ser toda escritura filosófica acertada. De manera que, si buscáramos recursos para investigar la hipótesis que he sugerido acerca de la moral, por extraña e improbable que ahora pueda parecer, deberíamos preguntarnos si podemos encontrar en el tipo de historia y filosofía propuestos por Hegel y Collingwood (...) recursos que no podemos encontrar en la filosofía analítica.”[4].
Esta notoria ausencia de cualquier referencia relevante al romanticismo constituye un grave problema para el proyecto filosófico – crítico de MacIntyre que no solo afecta al esquema teórico implícito a una obra como Tras la virtud, sino tambien al contenido de la historia narrativa que esta ofrece. Su juicio sobre la ética moderna es negativo porque argumenta con razón que el proyecto ilustrado no puede construir una teoría moral coherente renunciando a una concepción teleológica de la razón práctica, que introduce en la moral un concepto abstracto de hombre y una escisión ficticia entrre lo que es y lo que debe ser . No obstante, su relato sobre la moral moderna concluye allí (en el fracaso de la ilustración) dando el salto hacia el emotivismo; si su crónica espiritual se hubiese extendido, por ejemplo, hacia Hegel – quien no suscribe las tesis ilustradas que MacIntyre recusa – entonces su evaluación de la modernidad tendría que haber sido modificada (o al menos, matizada)[5]; en la introducción a Justicia y racionalidad el propio MacIntyre concede que ha desatendido lo que llama – con algo de desdén - la “tradición prusiana”[6]. Aunque no cabe duda de que el procedimentalismo ilustrado constituye una línea dominante en la modernidad, no es conveniente desoir las exigencias neorrománticas que reaparecen no sólo en la resurrección contemporánea de los estudios hegelianos, sino fundamentalmente en las críticas de la razón instrumental por parte de las feministas, los ecologistas y los teóricos del “multiculturalismo”[7].
[1] Cfr. Por ejemplo Taylor, Charles Fuentes del yo op.cit p. 333.
[2] MacIntyre también afirma que la fenomenología constituye una corriente de pensamiento para la cual el recurso a una historia filosófica le es totalmente ajeno, lo cual la inhabilita como interlocutora competente en la comprensión de nuestra crisis de la moral. Es obvio que este juicio es falso y solo revela que MacIntyre desconoce la obra del último Hussserl, en especial – pero no exclusivamente – la Crisis. Es igualmente extraño que MacIntyre no tome en cuenta los trabajos de historia filosófica de autores como Heidegger, Merlau – Ponty o Arendt.
[3] Cfr. Schiller Cartas sobre la educación estética del hombre Barcelona, Antropos 1989 ver la Carta VI; encontramos en la Fenomenología del espíritu de Hegel numerosos pasajes en donde se alude a la marcada oposición entre el mundo clásico y el credo ilustrado, véase por ejemplo, en el capítulo sobre “La virtud y el curso del mundo” la crítica de la vacuidad del concepto iluminista de virtud frente a la areté griega. Cfr.Hegel, G.W.F.. Fenomenología del espíritu op.cit pp. 229-230. Sobre el espíritu neoaristotélico de Hegel, consúltese Giusti, Miguel “Moralidad o eticidad. Una vieja disputa filosófica” en: Alas y raíces op.cit pp. 175-200 y Siep, Ludwig “¿Qué significa “superación de la moralidad en eticidad en la Filosofía del derecho de Hegel?” en: Amengual, Gabriel (Ed.) Estudios sobre la Filosofía del derecho de Hegel op.cit pp. 171-194.
[4] MacIntyre, Alasdair Tras la virtud op.cit. pp. 15-16.
[5] A través de una nota en el texto de Bellah (p. 384) tengo entendido que Richard Berstein es de semejante opinión, aunque no he podido consultar el artículo al que alude la nota (Bernstein, Richard “Nietzsche or Aristotle? Reflections on MacIntyre´s After Vrtue” en: Soundings 67 (1984) pp.6-29). No obstante, se trata de un argumento que se puede desarrollar a partir de Hegel sin problemas.
[6] MacIntyre, Alasdair Justicia y racionalidad. op.cit. p. 27.
[7] Véase por ejemplo, Taylor, Charles Fuentes del yo op.cit. Cfr. El punto 25.2 del capítulo final; Idem La ética de la autenticidad op.cit. capítulo 9 ; véase también Véase Giusti, Miguel “La globalización y el multiculturalismo” en: Alas y raíces op.cit pp. 219-25 . “La cultura de la autenticidad: Entre el narcisismo y el fundamentalismo” op.cit.
Estimado Gonzalo:
ResponderEliminarAnte todo: a los años! jajaja! hace mucho que no comentaba en tu blog, y vengo para dos cuestiones; la primera para decir que tu artículo tiene mucho de cuestionable y de interesante, de hecho para alguien como yo es bueno saber de críticas ante un pensador a fin a uno mismo, y si lo dijese todo me extendería demasiado (jeje), veré si lo hago luego, porque, y aqui va lo segundo, vine para pedirte un gran favor, a saber, tengo que hacer un trabajo sobre la ética en Rorty en su libro "Contingencia, ironía y solidaridad", hacer un resumen del libro en escrito y para exponer, etc; no sé como podrías ayudarme, pero si puedes te estaría muy agradecido, porque veo que manejas biena este filósofo.
Saludos,
Ricardo Milla.
Estimado Ricardo:
ResponderEliminarQué gusto saber de tí. Escríbeme a gonzalogamio@gmail.com y acordamos conversar sobre el tema (pero a partir del 13, hasta esa fecha tengo algunas tareas pendientes). Encantado de ayudarte con Rorty.
Envíame tus apreciaciones sobre MacIntyre. Sabía que no ibas a coincidir con mi alegato hegeliano.
Saludos,
Gonzalo.
Hola, Gonzalo:
ResponderEliminarGracias por la rápida respuesta.
Te escribiré, por ahi nos comunicamos.
Jajaja... bueno, no soy tomista, tampoco hegeliano, pero con ambos pensamientos coincido mucho; bueno, aunque me parece un toque, en algunos casos, exagerada tu crítica a MacIntyre. Es más, creo que el problema de fondo es de cómo es que se entiende que entiende Alasdair el concepto de modernidad, que ciertamente, es en parte lo que has expuesto, pero bueno, prefiero conversarlo luego, tengo sueño.
Entonces, estamos en contacto.
Saludos,
Ricardo.