Gonzalo Gamio Gehri
Las recientes declaraciones de Rafael Rey y Martha Chávez acerca de la controversia en torno a la administración de los bienes y la autonomía de la Pontificia Universidad Católica del Perú han revelado nuevas aristas del problema, que trascienden el ámbito judicial. Aunque ambos personajes han formulado sus cuestionamientos a la PUCP a título personal, parece razonable considerar sus puntos de vista como expresiones de un proyecto ideológico ultraconservador que promueve la conversión de la PUCP que todos conocemos – una universidad plural y humanista comprometida con la investigación científica y con la promoción de la ciudadanía democrática en el país – en una institución paródica con pretensiones académicas mucho más modestas, defensora en adelante de una versión integrista del catolicismo como núcleo doctrinal de la formación profesional.
Fue Rey quien abrió fuego señalando categóricamente que “lamentablemente, la Universidad Católica ha permitido que en sus claustros (…), se originen personas que comienzan a actuar como marxistas y comunistas”. Frases sumamente duras, además de mal construidas. El ministro dejó entrever que es responsabilidad de una universidad promover una monolítica “línea maestra” que guíe las mentes y los corazones de los estudiantes. Se equivoca. Una universidad es una comunidad académica que promueve la investigación y el debate, el cultivo de las diferentes formas de saber y el intercambio reflexivo de las diferentes visiones de la realidad. La condición de este intercambio es el respeto a las reglas de juego de la argumentación y la escucha tolerante de las ideas rivales. Una universidad católica introduce además el ejercicio del diálogo transparente entre el conocimiento y la fe. En ningún caso, la tarea universitaria implica la difusión de un “pensamiento único”, como pretende Rey.
En los siete años vividos como estudiante de la PUCP (contando el pre y el postgrado), he tenido maestros de izquierda, centro y derecha, todos ellos investigadores muy bien dispuestos a contrastar sus enfoques con argumentos provenientes de otras tradiciones intelectuales. Ninguno de ellos era afecto a la prédica o al proselitismo. Puedo decir lo mismo de mis actuales colegas. La PUCP cuenta con docentes de todas las tendencias conceptuales y canteras ideológicas: devotos del barroco español, fenomenólogos, estudiosos del multiculturalismo, teólogos sociales y conservadores religiosos. Todos gozan del respeto y el aprecio de la comunidad universitaria. Las virtudes que reconocemos en ellos son la honestidad intelectual y la apertura al diálogo.
No es difícil detectar el sentido oculto de las frases de Rey. Para él y quienes celebran su posición desde la prensa fujimorista no es difícil identificar erróneamente como “marxistas” o “comunistas” a todo aquel que propugne una educación pluralista o defienda la democracia constitucional y los derechos humanos frente a propuestas autoritarias (curiosamente, todos estos conceptos señalados son de origen liberal). Para ellos, ni siquiera quienes cultivan la teología latinoamericana son católicos. La PUCP condenó públicamente en décadas pasadas las acciones de los grupos subversivos, asumiendo la defensa del Estado de Derecho en contra del terror. Asimismo, ella denunció las arbitrariedades y los actos de corrupción cometidos durante el régimen de Fujimori (gobierno que Rey apoyó entusiasta desde el Congreso). La Universidad intervino en la discusión pública cuando los principios básicos de la paz y la libertad estaban siendo vulnerados, cuando la sociedad peruana precisó de una reflexión moral y cívica que le permitiera plantearse cuestiones que contribuyeran al esclarecimiento de su cauce democrático. Hoy se pretende controlar una institución académica que sirve al país con excelencia bajo el pretexto bizarro de que no es “suficientemente piadosa”.
Martha Chávez ha completado el bosquejo general de Rey con algunas pintorescas precisiones de corte metodológico: ha señalado que una “universidad decente” tendría que emular la práctica de la Universidad de Piura, cuya biblioteca advierte por escrito – afirma - qué libros estarían contraindicados a sus estudiantes por razones doctrinales (la obra de Maquiavelo y de Marx entre ellos). Personas allegadas a la UDEP han confirmado este dato: tales “libros peligrosos” están guardados en una zona de la biblioteca denominada “El Infiernillo”. Interesante forma de educar a los alumnos, tratándolos como seres incapaces de discernimiento y reflexión crítica; diríase que la Ilustración jamás llegó por esos lares. Frente a esta actitud autoritaria, el “Atrévete a pensar” kantiano constituye prácticamente un lema subversivo. No sorprende que sus suscriptores sean confundidos con izquierdistas.
Para resumir, la imagen que tienen en mente Rey y Chávez de lo que tendría que ser una “recta universidad” no cumple con los estándares de excelencia académica y libertad que requiere un centro de educación superior; ni siquiera cumple con las condiciones de pluralidad que requiere un seminario religioso que merezca tal nombre. Lo que pretenden es convertir a la PUCP en un recinto de adoctrinamiento en el “pensamiento único” proclamado por cierta ala conservadora católica. No lo lograrán: no cuentan con el amparo de la ley, tampoco con razones que justifiquen sólidamente su posición. Esta aventura suya no pasará de ser un capítulo más – el último – de los vanos intentos oscurantistas por capturar la universidad más prestigiosa del país.
Muchos podríamos pensar que ante esta problemática relacionada con el futuro de nuestra universidad, todos los estudiantes nos encontramos más unidos que nunca. No obstante, este parecer no es más que un espejismo al momento de abrir realmente los ojos y notar que no todos los estudiantes apoyan la pluralidad de pensamiento en nuestra universidad. En mi opinión, concuerdo con todo lo mencionado en este artículo. No obstante, existen opiniones a favor del pensamiento único dentro de nuestra misma universidad, es decir, estudiantes que consideran que "ya era hora de que la universidad tomara orden".
ResponderEliminarSi reflexionamos exactamente la naturaleza de nuestra universidad, a partir del nombre que la identifica, es decir, respecto a su condición de "pontificia" y "universidad católica", podemos decir que sí, en efecto deberíamos ser una universidad que se caracterice por lo que su mismo nombre afirma ser. SIn embargo, ¿qué es lo que exactamente deberíamos ser y hacer para hacer meritorio nuestro nombre? ¿Ser todos católicos en sentido estricto? ¿ser difusores y actores de lo comandado por el santo pontífice?
Ya a lo que cabe más hacia una reflexion personal, considero que más allá de intentar hacer meritorio nuestro nombre (como los estudiantes de la universidad que favorecen a cipriani consideran), cabe recordar que todo lo relacionado a la religión es una libertad de elección. Uno va la a universidad para cultivarse y educarse, independientemente de la inclinación religiosa que la universidad tenga como institución. Si no me equivoco, aquel que decide estudiar en una universidad de una religión determinada siendo éste de una religión distinta, tiene la libertad de indagar (o paritcipar si desea) sobre la religión impartida de la institución, si así lo prefiere. La inclinación religiosa de una universidad es un complemento que ayuda a formar a la persona en cultura. No debe ser, en ningún caso una obligación y mucho menos el "orden" que se necesita para impartir la educación adecuada. Además, educación sin libertad de pensamiento, no es educación.
Separemos la religión de la educación. Creo que ya ha sido suficiente la diversidad de conflictos generados a causa de confundir intereses religiosos con otros factores como la política, desde siglos pasados y a lo largo de nuestra historia.
Completamente de acuerdo en lo relativo a separar educación y militancia religiosa.
ResponderEliminarMe preocupa el que un grupo de jóvenes - minoritario, afortunadamente - se crea que "ya era hora de que la universidad tomara orden" ¿De qué "orden" se habla? ¿El de la imposición de una única línea de reflexión? Eso no sería una universidad, sino un colegio o un centro de adoctrinamiento. Pero no hay que temer, la PUCP nunca caerá en manos de los fundamentalistas.