viernes, 20 de abril de 2007

Prólogo al libro "Los lenguajes de la ética" de Miguel Polo
































Gonzalo Gamio Gehri

Desde muy antiguo, la ética traduce al lenguaje del concepto nuestras más profundas aspiraciones de realización individual e interacción social y política. Las presuposiciones compartidas socialmente o no – acerca de lo que es bueno o correcto constituyen el objeto de análisis de la filosofía moral, en tanto ella evalúa críticamente su racionalidad y consistencia. Pretende esclarecer a través de la reflexión aquello que constituye inicialmente el “sentido común” de una época o de una cultura en materia práctica. Contrariamente a lo que suele pensarse, la ética filosófica no constituye una actividad teórica que no repercute realmente en el mundo de las prácticas sociales. El trabajo crítico sobre el ethos inmediato (la constelación de imágenes sociales, convicciones, valoraciones que las comunidades configuran en el tiempo) puede generar transformaciones en la esfera del derecho, la legislación y el diseño de instituciones, así como en el horizonte de la vida ordinaria. En los últimos cincuenta años, el cuestionamiento de las pretensiones fundacionales de la filosofía teórica de erigir un sistema general de las ciencias o re construir el viejo edificio metafísico – perspectiva antifundacionalista que es común a la hermenéutica, el pragmatismo y la filosofía analítica – le ha otorgado a la ética un lugar de particular importancia en el ámbito del pensamiento crítico, expresado incluso en términos de “filosofía primera” (Levinas).

Asumir la tarea de ofrecer a los lectores un panorama crítico de la ética contemporánea constituye un reto nada fácil de acometer. Con el presente libro, Miguel Polo Santillán ha logrado cumplir con éxito esta empresa: en este volumen encontrará el lector una reconstrucción de las tesis principales de los protagonistas de los debates actuales en el campo de la filosofía práctica. Hay que reconocer el gran esfuerza analítico que implica escudriñar pacientemente el pensamiento de autores tan complejos y disímiles como Moore y Habermas, Sandel y Sartre. Polo incluso se sumerge en las caudalosas aguas del pensamiento heideggeriano del ser, para intentar extraer una postura ética presuntamente implícita en las páginas de Ser y tiempo. No resulta difícil avizorar los interesantes debates que producirá la lectura de los grandes forjadores de de la filosofía práctica actual que el autor desarrolla en este libro.

El objetivo primordial de este libro es ofrecer al lector – particularmente al estudiante universitario, pero también al académico iniciado en las lides filosóficas – una especie de ‘mapa’ detallado de las posiciones existentes en la ética y la filosofía del derecho desde los inicios del pensamiento moral analítico – Principia ética (1903) - hasta el día de hoy. El autor prefiere realizar en la medida de lo posible una epoché de su propia visión sistemática de la ética - que encontraremos en otro de sus libros, La morada del hombre (2004) – para entregarse al importante trabajo del hermeneuta e historiador crítico de los sistemas morales. Polo asume la tarea cartográfica con genuino rigor intelectual y buen manejo de las fuentes. Prefiere concentrarse puntualmente en el análisis de las obras y sus argumentos centrales, descendiendo al plano de los “ismos” sólo cuando ello resulta estrictamente necesario; a menudo acompaña la interpretación filosófica con no pocas reflexiones literarias o sociológicas que permiten situar el pensamiento analizado en un contexto teórico más amplio. El autor consigna además, al final de cada capítulo, una bibliografía básica con los datos las obras principales de los autores examinados en su versión española, invitando quizá al lector a continuar con el trabajo del concepto.

Pero Miguel Polo no dirige su atención únicamente en la reflexión metaética – el análisis de los conceptos morales implícitos en el lenguaje ordinario, o en el vocabulario técnico de los textos filosóficos – y en la epistemología de la praxis. Nuestro autor es perfectamente consciente de que los modos de concebir la rectitud de las acciones y el sentido de la vida implican por lo general compromisos con ciertas imágenes de la vida social, y juicios y valoraciones sobre el influjo de la cultura moderna sobre nuestras vidas. Polo no rehuye la discusión en torno a las consecuencias políticas de las obras examinadas; antes bien, el agudo tratamiento de estas consecuencias constituye uno de las mayores virtudes. Aunque se rehúsa a elaborar un “balance general” de las posiciones en conflicto (acaso para evitar orientar burdamente la lectura de las mismas, y dejar que el lector saque sus propias conclusiones), resulta evidente que Polo está particularmente interesado en explorar las repercusiones del pensamiento moral en el diagnóstico académico sobre el particular predicamento de nuestra civilización (frente los procesos de secularización de la cultura, la democracia, la economía de mercado, etc.).

Con frecuencia, las diferentes versiones de la crítica moral de la modernidad – al menos en las tres últimas décadas - se remiten por igual a la descripción weberiana de la cultura moderna en términos del proceso de desencantamiento del mundo. Weber insiste en que lo que caracteriza al individuo en la modernidad es su disposición a romper con los órdenes tradicionales del pasado para afirmar su autonomía como usuario de un mundo racionalizado[1]. Para determinar los principios rectores del conocimiento y la moral recurre a las capacidades racionales de la subjetividad, prescindiendo de cualquier referencia a un discurso acerca del orden natural de las cosas, a su posición respecto del Plan de Dios o a su inscripción en el seno de la pólis. Sólo sobre la base de esta ruptura con las tradiciones el hombre se percibe libre (en términos de la célebre libertad negativa). No obstante, el proceso de modernización no tiene lugar sin reportar alguna clase de pérdida; si bien permite la afirmación de la autonomía del individuo y la vindicación de su dignidad al interior de un sistema de derechos inalienables, resulta evidente que los hombres encontraban en los lenguajes del ethos – o de los ethe – que la modernización social y cultural ha desacreditado. Las importantes cuestiones acerca de quién o qué es el hombre, cuales son sus propósitos vitales, en donde radique el secreto de su felicidad se convierten en sensiblemente problemáticas. Esto lleva a Weber a considerar que el hombre moderno es finalmente libre, pero no sabe para qué.

Si suscribimos esta descripción general del problema, terminamos asumiendo las consecuencias del dilema de Weber, que nos exigen optar por la libertad subjetiva o por la vida buena, prácticamente en términos de una disyunción exclusiva[2]. Desde canteras hegelianas, Charles Taylor ha denunciado – primero en Fuentes del yo, y más recientemente en Imaginarios sociales modernos – el carácter abstracto y excesivamente simplificador de este esquema de análisis, y se ha esforzado en dar cuenta de la mediación reflexiva implícita en las concepciones complejas de la identidad ética moderna. No obstante, la tesis del “universo moral desencantado” ha dado lugar a dos posiciones éticas paradigmáticas, que Polo asimismo recoge en su libro, deteniéndose en sus diferentes versiones, claramente identificables en las posiciones de los neokantianos, contractualistas, aristotélicos y postmodernos.

El factum que ambas asumen es el de la diversidad de tradiciones morales que compiten por nuestra adhesión y compromiso. La primera posición – la ética procedimental, de corte liberal e iluminista – propone configurar un escenario neutral de reglas universalmente vinculantes, fundado en principios que los individuos racionales eligen en condiciones de imparcialidad, que hagan posible la coexistencia y cooperación de agentes que suscriben concepciones rivales de aquello que encarna el bien humano. Los individuos se conciben a sí mismos como sujetos de derecho que desarrollan en la esfera privada sus planes de vida sin la intervención no consentida de los demás. El más importante defensor de esta perspectiva es, qué duda cabe, John Rawls, y sus influyentes Teoría de la justicia y Liberalismo político han dejado una larga estela de reflexión en el pensamiento ético y político de los últimos años.

La segunda perspectiva se concentra en el concepto de tradición moral. Considera que la apelación a principios neutrales de justicia constituye en realidad un intento ilegítimo de universalización de un ethos determinado – el liberalismo occidental e ilustrado –para convertirlo en un espacio político y jurídico para la interacción y el debate entre tradiciones rivales. No existe un único criterio de racionalidad ni de justicia al margen de tales tradiciones. No nos queda otra cosa que militar en alguna de ellas, y suscribir alguna de sus narrativas de vida buena. En esta situación agónica, El liberalismo procedimental constituye además una visión moral claramente defectuosa, en tanto no repara en su condición epistémico de tradición, creación intelectual a la vez que construcción histórico – social, y en cuanto el credo liberal parece nutrir ideológicamente la degradación de los lazos comunitarios y la atomización de las sociedades post-industriales. Los defensores de esta concepción encuentran en la matriz dialógica y teleológica de la ética clásica los cimientos de una tradición sólida y plausible. Algunos de los estudios de hermenéutica filosófica de H.G. Gadamer parecen apuntar en esta dirección, pero es Alasdair MacIntyre – particularmente en Tras la virtud – el representante máximo de esta posición. El filósofo escocés considera que el gran error de occidente ha sido abandonar el aristotelismo, filosofía que habría que recuperar para devolverle consistencia al lenguaje de la ética (más adelante Tomás de Aquino se convertirá en su referente fundamental). Lo único que quedaría hacer es formar o consolidar comunidades pequeñas, a la manera de San Benito, para resistir la disolución de sentido que afrontan las sociedades modernas.

Aunque no siempre se hace explícita su presencia, la sombra del dilema de Weber se deja sentir en el libro de Miguel Polo, particularmente en las secciones IV y V. Como hemos señalado, es en La morada del hombre donde encontraremos el agudo asedio del autor a los fundamentos de la ética moderna, y su propia lectura del sentido de lo bueno y lo justo; dejaremos para otra ocasión, por eso mismo, el planteamiento de nuestras múltiples coincidencias y nuestras múltiples diferencias sobre las cuestiones sistemáticas de la ética. Dejo constancia aquí del cuidado y el rigor que Polo despliega en la interpretación del panorama de la filosofía práctica que compone este libro. Dejo constancia, asimismo, de la necesidad de hacer lo propio con el tratamiento de la ética en el contexto de la filosofía elaborada en el Perú de las últimas décadas.

La Universidad Nacional Mayor de San Marcos, la Pontificia Universidad Católica del Perú, y la Universidad Antonio Ruiz de Montoya, así como otros espacios de reflexión e investigación, vienen publicando importantes textos sobre el tema que conviene examinar y discutir. Entre los más relevantes encontramos no pocas interpretaciones críticas de la modernidad, desde los análisis hegelianos de Miguel Giusti en Alas y raíces y Tras el consenso, la perspectiva del humanismo socialista desarrollada por Juan Abugattás en Indagaciones filosóficas sobre el futuro, y el más reciente trabajo de Vicente Santuc, El topo en su laberinto, escrito en abierto diálogo con el pensamiento francés contemporáneo. Se trata, en los casos mencionados, de importantes estudios que pretenden elaborar un diagnóstico de los dilemas y conflictos que plantea la racionalidad moderna, y sus consecuencias para pensar la filosofía práctica en el Perú. Los trabajos de Miguel Polo por derecho propio continúan la línea de investigación filosófica trazada por los textos mencionados; una de las virtudes del libro que estamos comentando radica en que precisamente permite inscribir el pensamiento de estos exponentes de la filosofía peruana actual en el contexto más amplio de la discusión ética internacional. Constituye un material de singular valor para quienes quieren aproximarse a las discusiones actuales de la filosofía práctica, así como para los especialistas que pretenden tomar contacto con los supuestos histórico – teóricos que nutren una de las fuentes fundamentales del trabajo crítico de nuestra tradición filosófica local.

[1] Véase Weber, Max “La ética económica de las religiones universales” en: Ensayos sobre sociología de la religión Madrid, Taurus 1987 tomo I, pp.263 y ss. Me he ocupado brevemente del llamado “dilema de Weber” en Gamio, Gonzalo “Reseña de Ética de la autenticidad de Charles Taylor” en: Areté vol 8 no 2 1996 pp. 404 –9; cfr. Asimismo Gamio, Gonzalo “Identidad y racionalidad práctica. Reflexiones sobre el pensamiento ético de Charles Taylor” Tesis de Licenciatura en filosofía Lima, PUCP 2001, Introducción.
[2] Cfr. Gamio, Gonzalo “Identidad y racionalidad práctica. Reflexiones sobre el pensamiento ético de Charles Taylor” op.cit. Allí desarrollo lo que he llamado el “dilema de Weber” y el cuestionamemiento de Taylor respecto de sus presuntas aporías.

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