Gonzalo Gamio Gehri
Los primeros resultados de la
investigación sobre el caso Odebrecht que involucran al ex presidente Toledo
resultan particularmente inquietantes. Un colaborador eficaz del caso habría
revelado la recepción de una coima de varios millones de dólares. Se especula
acerca de si se propondrá una orden de captura contra él en los próximos
días. Si se demuestra su culpabilidad,
Alejandro Toledo tendrá que recibir un justo castigo por sus acciones. Se trata
de un final triste para quien una vez capitaneó una importante movilización contra el régimen corrupto de Fujimori.
Se sabe cuál será el tono del
discurso político de las próximas semanas: algunos columnistas aseverarán que quienes otrora dividieron el país
entre “corruptos” y “guardianes de la corrección política” se ha revelado
artificial porque los supuestos “pontífices de la ética de lo público” se habrísn
revelado corruptos. Esta distinción es obviamente espuria, y ha sido diseñada
para ser caricaturizada por sus críticos conservadores. La idea que pretenden imponer es que “todos
son corruptos”, y que no tendría sentido buscar en la “clase política” a
quienes no lo sean [1].
Los olmos no producen peras. Entre nuestros políticos, hemos de buscar a los
más “eficaces” y a aquellos que tengan más “autoridad” y “firmeza”. Aquel que
robe pero que produzca “obras”. Esa es la mirada cínica, que se pretende
falsamente “realista”.
Otros simplemente identificarán
el quehacer político con la comisión de delitos de corrupción y con la búsqueda de provecho
privado. Habrá que alejarse de la vida pública, y aspirar a otros bienes (el
trabajo, las relaciones afectivas, etc.), para preservar una vida proba y
tranquila, sostienen. Esta es la mirada escéptica, que desalienta a los
ciudadanos a intervenir en la política, e incluso a fiscalizar a los funcionarios
públicos.
Es probable que los fujimoristas
(y también algunos apristas que desconocen los primeros escritos de su
fundador), opten por la primera perspectiva. Todos están cubiertos por el mismo
lodo, podrían argüir. Como la corrupción no es patrimonio de ningún partido, entonces la
acusación de corrupción se convierte en un lastre llevadero; entre gitanos no
se van a leer las palmas de las manos. Habrá que considerar otros talentos,
como la “eficacia” y la “severidad”. La invocación a la prepotencia no es
impopular en una sociedad habitada por una seductora tradición autoritaria de
sólidas raíces. Ese es el discurso desencarnado. No tenemos que aceptarlo. Es
hora de refundar la política en el país. No se trata solamente de renovar los liderazgos
en el sistema político – en el Estado y en las agrupaciones políticas -, lo
fundamental es que la ciudadanía de la voz y rechace cualquier forma de
condescendencia con la corrupción, actitud por la que apuestan los políticos en
actividad que han conducido el país desde la década de Fujimori hasta hoy.
Este es el desafío ético y
político que se plantea a la ciudadanía. La caída de los políticos no puede
socavar nuestra fe en nuestras instituciones y en la acción política. Refundar
lo público no equivale a 'regenerar' el país apelando a un mero “cambio de actitud” de
la “clase dirigente”. Se trata de que
actuemos nosotros, dado que somosla fuente de todo genuino poder público. Seamos agentes de
cambio, ciudadanos en cuanto tales. Discutamos, propongamos proyectos
razonables para el país. Demos razón de nuestra condición de actores libres,
capaces de transformar nuestro entorno actuando en concierto. Somos nosotros –
no ellos – quienes decidimos nuestro destino como miembros de una República.
[1]
Cfr. El último artículo de Salomón Lerner Febres en La República - del día 3 de febrero - en el que critica dicha idea.
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