jueves, 26 de mayo de 2016

ÉTICA, CIUDADANÍA Y DEMOCRACIA










Gonzalo Gamio Gehri[1]

Dentro de poco tiempo elegiremos en segunda vuelta a quien ocupará el cargo de Presidente de la República. Esa persona designará a los especialistas que conformarán un gabinete de ministros, y delegará  entre sus colaboradores otros puestos en el Estado. En otras palabras,  esa persona formará un gobierno por un período de cinco años. Todo ello por encargo nuestro, no debemos olvidarlo. El poder que ese gobierno administrará proviene de nosotros, de nuestra decisión y de nuestro consentimiento. Elegir, por ello, es un acto que entraña una gran responsabilidad en clave ética y política.

Ser ciudadano no sólo consiste en ser titular de derechos universales, implica asimismo ser un agente político, un sujeto capaz de intervenir en la vida pública para incorporar temas de interés común en la agenda política, para generar corrientes de opinión, para vigilar la buena marcha del ejercicio de la función pública de parte de las autoridades elegidas. Como se ha dicho recientemente, “la democracia no llega sola”; el  poder sólo se limita con lucidez si los ciudadanos actuamos en conjunto.

Es necesario que los ciudadanos nos informemos antes de votar, y que se contrasten las propuestas y los argumentos de los candidatos en los foros de debate disponibles en el sistema político y en las instituciones de la sociedad civil. Debemos examinar rigurosamente los programas de gobierno, así como evaluar detenidamente las trayectorias de los postulantes al sillón de Pizarro. Aquí la eficacia y la probidad en el ejercicio de la función pública, así como el compromiso con la consolidación de una democracia liberal en nuestro país, constituyen criterios fundamentales para decidir con sensatez y sentido de justicia a quién apoyar en las urnas, y a quién no. En esta línea de reflexión, no debemos avalar el clientelismo como estrategia política, tampoco la tolerancia frente a la corrupción o la condescendencia con el narcotráfico. De nosotros depende que el despotismo (no necesariamente ilustrado) y la deshonestidad no constituyan opciones para la administración del poder.

La capacidad de emitir un voto consciente constituye una condición necesaria para el cultivo de la ciudadanía democrática, pero no es una condición suficiente. Podemos reunirnos y actuar juntos para expresar ideas comunes que nos movilicen, así como para  ejercitar el control político en términos de vigilancia cívica. Esta dimensión de la ciudadanía requiere una disposición permanente, una práctica presente tanto en períodos electorales como después de las elecciones. En realidad, la participación ciudadana constituye el único remedio contra cualquier forma de autoritarismo que se proponga  amenazar las bases de la vida pública. Sólo podemos contener las pretensiones autocráticas de cualquier autoridad política en la medida en que estemos dispuestos a actuar juntos, y a resistir a toda forma de concentración del poder. Es preciso recuperar el valor de la política, concebida como una actividad que nos convoca a todos, y que expresa una forma crucial de libertad.


(Publicado en La Periferia es el centro, LR)



[1]Doctor en Filosofía por la Universidad Pontificia de Comillas. Profesor en la Pontificia Universidad Católica del Perú y  en la Universidad Antonio Ruiz de Montoya.

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