Gonzalo Gamio Gehri
Admiro profundamente los textos
de Iris Murdoch. De hecho, La soberanía
del Bien es uno de mis libros filosóficos predilectos. Su lectura de la
atención al Bien – que reformula algunas ideas de S. Weil -, su interpretación
de la adquisición de la virtud a partir de la disciplina cotidiana que impone
aprender una actividad sencilla, me resultan poderosamente inspiradoras. No
obstante, no la conocía como creadora literaria, hasta ahora. Acabo de leer El unicornio (1963), una novela extraña
y muy bien escrita. Es la historia de Marian Taylor, una joven profesora de
francés que llega al castillo de Gaze, en las costas de Irlanda, con el
propósito de convertirse en tutora de literatura francesa de la dueña de la
casa, una mujer que – misteriosamente – parece recluida en su propia casa.
Marian se da pronto cuenta que
todos los sirvientes que trabajan para la casa esconden el hecho de ser, más
allá de sus gentiles modales y sentido del trabajo, los carceleros de su
patrona. Hannah Crean-Smith vive confinada en el castillo a causa de sombríos
sucesos que la comprometen en el polémico intento de asesinato de Peter Crean-Smith, con quien se
casó en su juventud. Ella vive sola en el castillo, no se atreve a salir al mundo exterior, y parece aceptar tales restricciones a su libertad con
serenidad y cierta convicción extraña. Es visitada con frecuencia por amigos – Max
Lejour, un antiguo profesor de filosofía griega, así como su antiguo discípulo,
Effingham Cooper, que ha abandonado la academia para convertirse en funcionario
público, y su hija Alice, quien vive en la rica mansión contigua a Gaze -, que
están fascinados con su historia, y que apenas pueden reprimir el anhelo de
ayudarla a salir. El lugar tiene una atmósfera medieval, y las sombrías
circunstancias del encierro de Hannah tienen el efecto de un antiguo hechizo de
la Irlanda
druídica. Las penurias de ella parecen irradiar sobre la vida de los otros – a
la manera de los poderes de un unicornio -, ella parece ser el chivo expiatorio
que purifica los pecados de quienes la acompañan o trabajan para ella.
Las discusiones sobre el predicamento de Hannah Crean -Smith son tan recurrentes como sutiles. Effingham en una ocasión pregunta a Max Lejour si en el destino de la hermosa y sombría Hannah existe un lugar para el perdón. Si existe un lugar incluso para encarar lo divino.
“Dios – dijo Effingham - ¡Dios! – Y formuló la
pregunta que le parecía haber tenido en la punta
de la lengua toda la vida - ¿Tu
crees en Dios, Max?
-
No lo sé, Effingham
– la lámpara de aceite siseaba en la estancia silenciosa y sombría, y hacía que
el humo del cigarro se elevara en espiral. Añadió -: Por supuesto, en el
sentido habitual de creer en Dios, sin duda no. No creo en ese viejo tirano, en
ese monstruo. Sin embargo…
-
Me temo que eres
un cripto-platónico.
-
Ni siquiera “cripto”,
Effingham. Creo en el bien. Igual que
tu.
-
Eso es diferente –
dijo Effingham – el bien es una cuestión de elección, de actuación…
-
Esa es la
doctrina vulgar, mi querido Effingham. Lo que podemos ver determina lo que
elegimos. El bien es una distante fuente de luz, nuestro inimaginable objeto
del deseo. Nuestra naturaleza corrompida no conoce del bien más que su nombre y
su perfección”[1].
Estas consideraciones filosóficas sobre el
bien y el mal, sobre la culpa y el amor acompañan toda la obra, ya sea en la
perspectiva de los personajes – que se enfrascan en esos debates sin echar a
perder la naturalidad de las circunstancias – o a través del narrador. En todo
caso, un lector de la obra intelectual de Murdoch reconocerá sus ideas - así como las de
sus críticos y adversarios - en sus personajes.
La cuestión principal es si el
destino de Hannah Crean-Smith es fruto de su propia responsabilidad o si ella es una víctima
de las circunstancias o del encono de sus carceleros. El texto mantiene la
tensión entre ambas suposiciones y cultiva una cierta ambigüedad hasta el
final. La autora maneja la sensación de incertidumbre con singular habilidad. El
lector tiende a preguntarse si acaso no ha logrado “ver” algún factor
importante que le permita descubrir la respuesta. En todo caso, en el desenlace
se encontrará alguna pista para resolver este misterio.
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