jueves, 12 de marzo de 2015

UNA FUENTE DISTANTE. UNA NOTA SOBRE “EL UNICORNIO” DE IRIS MURDOCH






Gonzalo Gamio Gehri


Admiro profundamente los textos de Iris Murdoch. De hecho, La soberanía del Bien es uno de mis libros filosóficos predilectos. Su lectura de la atención al Bien – que reformula algunas ideas de S. Weil -, su interpretación de la adquisición de la virtud a partir de la disciplina cotidiana que impone aprender una actividad sencilla, me resultan poderosamente inspiradoras. No obstante, no la conocía como creadora literaria, hasta ahora. Acabo de leer El unicornio (1963), una novela extraña y muy bien escrita. Es la historia de Marian Taylor, una joven profesora de francés que llega al castillo de Gaze, en las costas de Irlanda, con el propósito de convertirse en tutora de literatura francesa de la dueña de la casa, una mujer que – misteriosamente – parece recluida en su propia casa.

Marian se da pronto cuenta que todos los sirvientes que trabajan para la casa esconden el hecho de ser, más allá de sus gentiles modales y sentido del trabajo, los carceleros de su patrona. Hannah Crean-Smith vive confinada en el castillo a causa de sombríos sucesos que la comprometen en el polémico intento de asesinato de Peter Crean-Smith, con quien se casó en su juventud. Ella vive sola en el castillo, no se atreve a salir al mundo exterior, y parece aceptar tales restricciones a su libertad con serenidad y cierta convicción extraña. Es visitada con frecuencia por amigos – Max Lejour, un antiguo profesor de filosofía griega, así como su antiguo discípulo, Effingham Cooper, que ha abandonado la academia para convertirse en funcionario público, y su hija Alice, quien vive en la rica mansión contigua a Gaze -, que están fascinados con su historia, y que apenas pueden reprimir el anhelo de ayudarla a salir. El lugar tiene una atmósfera medieval, y las sombrías circunstancias del encierro de Hannah tienen el efecto de un antiguo hechizo de la Irlanda druídica. Las penurias de ella parecen irradiar sobre la vida de los otros – a la manera de los poderes de un unicornio -, ella parece ser el chivo expiatorio que purifica los pecados de quienes la acompañan o trabajan para ella.    

Las discusiones sobre el predicamento de Hannah Crean -Smith son tan recurrentes como sutiles. Effingham en una ocasión pregunta a Max Lejour si en el destino de la hermosa y sombría Hannah existe un lugar para el perdón. Si existe un lugar incluso para encarar lo divino.


             “Dios – dijo Effingham - ¡Dios! – Y formuló la pregunta que le parecía haber tenido en la punta     
               de la lengua toda la vida - ¿Tu crees en Dios, Max?


-          No lo sé, Effingham – la lámpara de aceite siseaba en la estancia silenciosa y sombría, y hacía que el humo del cigarro se elevara en espiral. Añadió -: Por supuesto, en el sentido habitual de creer en Dios, sin duda no. No creo en ese viejo tirano, en ese monstruo. Sin embargo…

-          Me temo que eres un cripto-platónico.

-          Ni siquiera “cripto”,  Effingham. Creo en el bien. Igual que tu.

-          Eso es diferente – dijo Effingham – el bien es una cuestión de elección, de actuación…

-          Esa es la doctrina vulgar, mi querido Effingham. Lo que podemos ver determina lo que elegimos. El bien es una distante fuente de luz, nuestro inimaginable objeto del deseo. Nuestra naturaleza corrompida no conoce del bien más que su nombre y su perfección”[1].

 Estas consideraciones filosóficas sobre el bien y el mal, sobre la culpa y el amor acompañan toda la obra, ya sea en la perspectiva de los personajes – que se enfrascan en esos debates sin echar a perder la naturalidad de las circunstancias – o a través del narrador. En todo caso, un lector de la obra intelectual de Murdoch reconocerá sus ideas  - así como las de sus críticos y adversarios - en sus personajes.

La cuestión principal es si el destino de Hannah Crean-Smith es fruto de su propia responsabilidad o si ella es una víctima de las circunstancias o del encono de sus carceleros. El texto mantiene la tensión entre ambas suposiciones y cultiva una cierta ambigüedad hasta el final. La autora maneja la sensación de incertidumbre con singular habilidad. El lector tiende a preguntarse si acaso no ha logrado “ver” algún factor importante que le permita descubrir la respuesta. En todo caso, en el desenlace se encontrará alguna pista para resolver este misterio.






[1] Murdoch, Iris El unicornio Salamanca, Impedimeta 2014 p. 132.

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