Gonzalo Gamio Gehri
Aunque la profecía constituye una práctica que posee una
fuente religiosa, su cuidado no requiere - como una condición ‘esencial’ - la
suscripción formal con una creencia religiosa, quien ejercita esta forma de
pensar y de actuar “no necesita un compromiso cognitivo con Dios”, para usar la
aguda expresión de Cornel West[1].
El espíritu profético exige un firme sentido de injusticia así como una
renovada fe en la posibilidad de la justicia como clave para el logro de
racionalidad y armonía en el ámbito de los asuntos humanos. Enfrentar lo
catastrófico en la historia – el sufrimiento del inocente – y actuar en el
mundo para producir relaciones sociales justas. Esta es una tarea que convoca por
igual a personas que se adhieren a alguna clase de credo religioso como a
aquellas que cultivan una mentalidad estrictamente secular cuando se trata de
lidiar con los conflictos humanos.
Este es el caso de la obra de Primo Levi, Si esto es un
hombre. Químico de formación, judío italiano por su origen, ateo por propia
convicción, Levi es confinado al campo de concentración de Auschwitz en marzo
de 1944. Su libro constituye un testimonio excepcional de lo que significa
padecer injusticia y humillación en un campo de exterminio. Frente a ello, el
protagonista – y otros como él – se comprometen a luchar por preservar la
condición humana a toda costa. Si esto es un hombre manifiesta el
desesperado propósito de unos cuantos individuos de aferrarse al valor de la
dignidad personal, en contra de un sistema cruel y perverso que pretende
degradar la vida de los internos del Lager
al estatus de meros objetos animados.
“En la práctica cotidiana de los
campos de exterminación se realizan el odio y el desprecio difundido por la
propaganda nazi. Aquí no estaba presente sólo la muerte sino una multitud de
detalles maniacos y simbólicos, tendientes todos a demostrar y confirmar que
los judíos, y los gitanos, y los eslavos, son ganado, desecho, inmundicia.
Recordad el tatuaje de Auschwitz, que imponía a los hombres la marca que se usa
para los bovinos, el viaje en vagones de ganado, jamás abiertos, para obligar
así a los deportados (¡hombres, mujeres y niños!) a yacer días y días en su
propia suciedad; el número de matrícula que sustituye al nombre, la falta de
cucharas (y, sin embargo, los almacenas de Auschwitz contenían, en el momento
de la liberación, toneladas de ellas), por lo que los prisioneros habrían de
lamer la sopa como perros; el inicuo aprovechamiento de los cadáveres, tratados
como cualquier materia prima anónima, de la que se extraía el oro de los
dientes, los cabellos como materia textil, las cenizas como fertilizante
agrícola; los hombres y las mujeres degradados al nivel de conejillos de indias
para, antes de suprimirlos, experimentar medicamentos”[2].
Esta es una reflexión dolorosa que pone de manifiesto
enseguida el potencial catastrófico de la historia, así como la necesidad de
hacer frente a esta trágica realidad desde el tipo de de lucidez en el juicio
práctico que brinda el sentido de injusticia. Por décadas, Auschwitz ha
representado en occidente el paradigma del “horror absoluto”, la vivencia desde
la cual percibimos y discutimos las atrocidades que se han cometido contra la
condición humana en los siglos XX y XXI en medio oriente en los Balcanes o en
Sudamérica[3].
Primo Levi insiste en que dar a conocer ante la opinión pública estas terribles
experiencias constituye un deber moral, para evitar que este tipo de
situaciones se repita en el futuro. No es el único ciudadano y escritor que
consagró su vida a concretar esta tarea. Combatir la discriminación y la
intolerancia, erradicar las causas que llevan a la comisión de crímenes de odio
requiere de una ética de la rememoración. Compartir esta clase de testimonios
en el espacio público – hacer memoria – permite la construcción de un sistema
legal y político que reforme mentalidades y transforme instituciones a partir
de la defensa de los derechos y las libertades de los individuos, más allá de
su origen, credo y modo de vivir.
La idea que subyace a la ética de la rememoración es la del
respeto básico al valor intrínseco de la vida y de la integridad humanas,
presente en el precepto “No matarás”.
Esta es la piedra angular de la cultura de los derechos humanos. Se trata
también de una actitud frente a la violencia (directa, estructural y simbólica)
que fractura y anula la convivencia humana. Judith Butler ha señalado con razón
que el hecho de cohabitar el mundo de cierto modo (individuos y pueblos)
no es fruto de la elección humana, nos viene dado de antemano. A la luz
de este hecho reconocemos nuestra responsabilidad moral y política frente a la
preservación de la existencia y de la pluralidad de la que nuestro prójimo
participa. “Cohabitar”, sostiene, “es algo anterior a cualquier comunidad
posible, a cualquier nación o vecindad. Podemos escoger dónde vivir y con
quién, pero no podemos escoger con quién cohabitar la tierra”[4].
El mensaje profético destaca una manera radical de concebir
el sentido de los vínculos humanos. El otro es el “próximo”, aquel que se
re-vela en la dinámica de la comunicación y la interacción del día a día. Aquel
al que le toca habitar el mundo junto a mí. En Bagua, en Vuetnam, en Gaza o en Irak. En dinde fuere. El otro se manifiesta como tal en
el encuentro interpersonal. Bloquear deliberadamente esa manifestación es violencia.
Quien pretende elegir con quién “cohabitar la tierra”, indicando quienes son
“prescindibles”, excluyendo a otras personas en razón de su origen, condición
social, cultura, apariencia, género o sexualidad, está segando diversas formas
de ser humano y de vivir una vida con sentkido. La profecía señala con
perspicacia y entereza moral el daño producido en esas circunstancias como
injusto de suyo. Ella establece con firmeza un límite para toda forma de
acción. Hace explícito el carácter
universal y no negociable de la dignidad de cada individuo.
* Este post pertenece a un escrito más extenso sobre el espíritu profético y la ética de los derechos humanos.
]1] West, Cornel “Religión profética y futuro de la sociedad capitalista” en. Habermas, Jurgen y otros El poder de la religión en la esfera pública Madrid, Trotta p. 90.
[2] Levi, Primo Si esto es un
hombre Barcelona, Nuchnik Editores 2002 p. 109.
[4] Butler,
Judith ¿El judaísmo es sionismo?” en: Habermas,
Jurgen y otros El poder de la religión en la esfera pública op.cit., p. 81.
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