sábado, 16 de agosto de 2014

UNA ÉTICA DE LA REMEMORACIÓN Y DE LA JUSTICIA*





Gonzalo Gamio Gehri


Aunque la profecía constituye una práctica que posee una fuente religiosa, su cuidado no requiere - como una condición ‘esencial’ - la suscripción formal con una creencia religiosa, quien ejercita esta forma de pensar y de actuar “no necesita un compromiso cognitivo con Dios”, para usar la aguda expresión de Cornel West[1]. El espíritu profético exige un firme sentido de injusticia así como una renovada fe en la posibilidad de la justicia como clave para el logro de racionalidad y armonía en el ámbito de los asuntos humanos. Enfrentar lo catastrófico en la historia – el sufrimiento del inocente – y actuar en el mundo para producir relaciones sociales justas. Esta es una tarea que convoca por igual a personas que se adhieren a alguna clase de credo religioso como a aquellas que cultivan una mentalidad estrictamente secular cuando se trata de lidiar con los conflictos humanos.

Este es el caso de la obra de Primo Levi, Si esto es un hombre. Químico de formación, judío italiano por su origen, ateo por propia convicción, Levi es confinado al campo de concentración de Auschwitz en marzo de 1944. Su libro constituye un testimonio excepcional de lo que significa padecer injusticia y humillación en un campo de exterminio. Frente a ello, el protagonista – y otros como él – se comprometen a luchar por preservar la condición humana a toda costa. Si esto es un hombre manifiesta el desesperado propósito de unos cuantos individuos de aferrarse al valor de la dignidad personal, en contra de un sistema cruel y perverso que pretende degradar la vida de los internos  del Lager al estatus de meros objetos animados.  

“En la práctica cotidiana de los campos de exterminación se realizan el odio y el desprecio difundido por la propaganda nazi. Aquí no estaba presente sólo la muerte sino una multitud de detalles maniacos y simbólicos, tendientes todos a demostrar y confirmar que los judíos, y los gitanos, y los eslavos, son ganado, desecho, inmundicia. Recordad el tatuaje de Auschwitz, que imponía a los hombres la marca que se usa para los bovinos, el viaje en vagones de ganado, jamás abiertos, para obligar así a los deportados (¡hombres, mujeres y niños!) a yacer días y días en su propia suciedad; el número de matrícula que sustituye al nombre, la falta de cucharas (y, sin embargo, los almacenas de Auschwitz contenían, en el momento de la liberación, toneladas de ellas), por lo que los prisioneros habrían de lamer la sopa como perros; el inicuo aprovechamiento de los cadáveres, tratados como cualquier materia prima anónima, de la que se extraía el oro de los dientes, los cabellos como materia textil, las cenizas como fertilizante agrícola; los hombres y las mujeres degradados al nivel de conejillos de indias para, antes de suprimirlos, experimentar medicamentos”[2].

Esta es una reflexión dolorosa que pone de manifiesto enseguida el potencial catastrófico de la historia, así como la necesidad de hacer frente a esta trágica realidad desde el tipo de de lucidez en el juicio práctico que brinda el sentido de injusticia. Por décadas, Auschwitz ha representado en occidente el paradigma del “horror absoluto”, la vivencia desde la cual percibimos y discutimos las atrocidades que se han cometido contra la condición humana en los siglos XX y XXI en medio oriente en los Balcanes o en Sudamérica[3]. Primo Levi insiste en que dar a conocer ante la opinión pública estas terribles experiencias constituye un deber moral, para evitar que este tipo de situaciones se repita en el futuro. No es el único ciudadano y escritor que consagró su vida a concretar esta tarea. Combatir la discriminación y la intolerancia, erradicar las causas que llevan a la comisión de crímenes de odio requiere de una ética de la rememoración. Compartir esta clase de testimonios en el espacio público – hacer memoria – permite la construcción de un sistema legal y político que reforme mentalidades y transforme instituciones a partir de la defensa de los derechos y las libertades de los individuos, más allá de su origen, credo y modo de vivir.

La idea que subyace a la ética de la rememoración es la del respeto básico al valor intrínseco de la vida y de la integridad humanas, presente en el precepto  “No matarás”. Esta es la piedra angular de la cultura de los derechos humanos. Se trata también de una actitud frente a la violencia (directa, estructural y simbólica) que fractura y anula la convivencia humana. Judith Butler ha señalado con razón que el hecho de cohabitar el mundo de cierto modo (individuos y pueblos) no es fruto de la elección humana, nos viene dado de antemano. A la luz de este hecho reconocemos nuestra responsabilidad moral y política frente a la preservación de la existencia y de la pluralidad de la que nuestro prójimo participa. “Cohabitar”, sostiene, “es algo anterior a cualquier comunidad posible, a cualquier nación o vecindad. Podemos escoger dónde vivir y con quién, pero no podemos escoger con quién cohabitar la tierra”[4].

El mensaje profético destaca una manera radical de concebir el sentido de los vínculos humanos. El otro es el “próximo”, aquel que se re-vela en la dinámica de la comunicación y la interacción del día a día. Aquel al que le toca habitar el mundo junto a mí. En Bagua, en Vuetnam, en Gaza o en Irak. En dinde fuere.  El otro se manifiesta como tal en el encuentro interpersonal. Bloquear deliberadamente esa manifestación es violencia. Quien pretende elegir con quién “cohabitar la tierra”, indicando quienes son “prescindibles”, excluyendo a otras personas en razón de su origen, condición social, cultura, apariencia, género o sexualidad, está segando diversas formas de ser humano y de vivir una vida con sentkido. La profecía señala con perspicacia y entereza moral el daño producido en esas circunstancias como injusto de suyo. Ella establece con firmeza un límite para toda forma de acción.  Hace explícito el carácter universal y no negociable de la dignidad de cada individuo.






* Este post pertenece a un escrito más extenso sobre el espíritu profético y la ética de los derechos humanos.
]1] West, Cornel  “Religión profética y futuro de la sociedad capitalista” en. Habermas, Jurgen y otros El poder de la religión en la esfera pública Madrid, Trotta p. 90.
[2] Levi, Primo Si esto es un hombre Barcelona, Nuchnik Editores 2002 p. 109.
[3] Cfr. Todorov, Tzvetan Los abusos de la memoria Barcelona, Paidós 2000 pp. 39 -40.
[4] Butler, Judith ¿El judaísmo es sionismo?” en: Habermas, Jurgen y otros El poder de la religión en la esfera pública op.cit.,  p. 81.


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