martes, 18 de febrero de 2014

ALGUNAS REFLEXIONES INICIALES SOBRE EL DISCERNIMIENTO ÉTICO - POLÍTICO






Gonzalo Gamio Gehri

Uno de los fines específicos de la deliberación política consiste en saber reconocer los bienes y los males que se ponen en juego en la escena pública[1]. No siempre es fácil lograrlo, pues con frecuencia la promesa de eficacia y el anhelo de resultados “provechosos” encubren malas prácticas y la lesión de libertades y derechos importantes. La condescendencia frente a la corrupción, a pesar de sus efectos destructivos sobre la sociedad, constituye un ejemplo de lo que señalo.  Esta actitud revela el hecho que, para mucha gente, la corrupción en el espacio público (y en el privado) es concebida como un hecho “inevitable”, y es tolerado en la medida en que se la acompañe con una gestión eficaz en el quehacer propio del espacio estatal (así como en la empresa y en otros escenarios). Esta opinión lamentable se ve robustecida por el sentimiento extendido de que los delitos de corrupción suelen permanecer impunes, y que los funcionarios corruptos suelen preservar sus cargos o incluso consiguen ser reelegidos como autoridades.

La corrupción prospera en tanto el ciudadano renuncia al ejercicio de sus funciones como actor político y fiscalizador del poder. Sólo si está en condiciones de asociarse y  movilizarse para deliberar y ejercer formas de control sobre lo que se decide y se hace en la esfera pública, el riesgo de corrupción podrá ser menor. El halo de invulnerabilidad que rodea a los corruptos se nutre de la escasa fe de las personas en su capacidad de acción y transformación de los viejos patrones de conducta social y política. Sólo si los ciudadanos se comprometen con lo que ocurre en la sociedad y están dispuestos a actuar, los males sociales podrán ser combatidos y prevenidos. Si no son parte de la solución, son parte del problema.

A menudo los agentes políticos consideran que el discernimiento ético aplicado al curso de la vida pública se ocupa de establecer el contraste entre el bien y el mal que entrañan decisiones o prácticas. No siempre resulta sencillo distinguir entre ambos. Identificar las opciones valiosas y dar cuenta mediante argumentos de la fuente de su valor constituye una tarea tan compleja como necesaria. No obstante, con frecuencia los conflictos que los agentes deben dilucidar se plantean en términos de la colisión de bienes (o de males).  En efecto, en ocasiones debemos enfrentar situaciones en las que las opciones a considerar se manifiestan como razonablemente buenas, valiosas, enriquecedoras. No podemos realizarlas simultáneamente, así que tenemos que elegir. Todas ellas, en cierta medida, se revelan estrictamente como dignas de ser elegidas. Nuestro proceso de discernimiento puede indicar finalmente cuál de las opciones es superior en virtud de argumentos que podemos compartir y examinar. Aunque nuestro razonamiento sea correcto y podamos concluir que se trata del curso de acción más acertado, la elección no podrá anular sin más las razones que mostraban el valor de las opciones no elegidas. A pesar de haber escogido bien, lamentamos no haber podido emprender los restantes cursos de acción[2].

Pero también es posible que las personas deban enfrentar circunstancias en las que el mal se enfrenta al mal. Se trata de situaciones en las que tenemos que elegir entre opciones que percibimos como malas, perjudiciales, empobrecedoras, e incluso degradantes, de modo que no podemos evitar escoger algún curso de acción que, en el fondo, resulta indeseable. Incluso la posibilidad de elegir no actuar es considerada desafortunada o negativa. A veces esta clase de situaciones es descrita en términos de un “conflicto trágico”, dado que constituye uno de los temas centrales de reflexión del teatro de Esquilo, Sófocles y Eurípides. En Agamenón, Esquilo explora el agudo predicamento de Agamenón, quien debe escoger entre preservar la vida de su hija Ifigenia y sacrificarla para permitir que la escuadra aquea que dirige zarpe hacia Ilión. Haga lo que haga, su decisión le provocará un profundo dolor. Él sabe que no puede eludir producir alguna clase de daño irreparable sobre otros o sobre sí mismo.

“¿Qué alternativa está libre de males?”[3].

Este tipo de conflictos se plantean hoy en diversos contextos. Consideremos el siguiente caso. Una empresa minera internacional se propone extraer minerales en una zona altoandina, para lo cual suscribe un convenio con el Estado peruano. La empresa se compromete asimismo a promover el desarrollo de la comunidad invirtiendo en ella, construyendo hospitales, mejorando las escuelas, etc. No obstante – a pesar de las cláusulas que estipulan tomar medidas rigurosas en materia de protección del ecosistema -, la explotación del lugar puede reportar un riesgo ambiental importante. El trabajo agrícola puede echarse a perder y la salud de la población local podría a la larga verse comprometida. Tanto el Estado como la comunidad concernida deben tomar en cuenta los males potenciales que acarrearía firmar un acuerdo con la empresa, y el perjuicio que reportaría no celebrar tal acuerdo. En este como en otros casos, se trata de discernir el “mal menor”. En este caso, la comunidad decide no poner en peligro la salud de los suyos y el equilibrio ecológico de la zona. A juicio de los pobladores – en virtud de buenos argumentos -, la protección del entorno no puede ser sacrificada en nombre del incremento de la inversión privada en el lugar.

El discernimiento práctico exige tanto la consideración reflexiva de los principios como el examen de las circunstancias que se revelan conflictivas. La construcción del juicio deliberativo exige pasar de la universalidad de los valores a la particularidad de los contextos, y establecer el vínculo racional entre ambos. No existe algo así como una receta moral que nos imponga una única salida para casos difíciles, no existe un algoritmo práctico que nos ahorre la dura tarea de deliberar y decidir, con los riesgos que ello entraña. Casi siempre reconocer el “mal menor” es una empresa compleja y sumamente polémica (pensemos, por ejemplo, en las discusiones que suscitan las segundas vueltas electorales en el tramo final de las campañas presidenciales en el Perú). Deliberar con perspicacia y sutileza implica evaluar elementos prácticos heterogéneos, así como examinar argumentos que no pueden reducirse sin más a un criterio único. Pensar que es posible traducir sin más las opciones y valoraciones al lenguaje conmensurador de los costos y los beneficios privados constituye una vana ilusión que simplifica la complejidad y la riqueza de la agencia ética – política: equivale a someter la razón práctica a un funesto lecho de Procustes.

La comprensión y eventual resolución de esta clase de conflictos constituye un aspecto crucial en el ejercicio de la razón práctica[4], también en el espacio de la actividad política. La capacidad de identificar estas colisiones de valores, la posibilidad de formularlas sin perder de vista elementos importantes y poder dar razón de caminos posibles para la acción constituyen habilidades y disposiciones – en sentido estricto, excelencias intelectuales – que resultan básicas para la formación de un agente práctico independiente, esto es, un ciudadano lúcido y atento a lo que sucede a su alrededor. Esas excelencias permiten comprender y transformar escenarios prácticos que se evidencian problemáticos.





[1] Este es el primer borrador de la segunda parte de un ensayo sobre Ética pública que estoy escribiendo.
[2] Sobre el tema de los conflictos éticos de esta naturaleza existe una amplia bibliografía en la que destaca la obra de Bernard Williams, Isaiah Berlin y Martha C. Nussbaum. Cfr. Williams, Bernard “Conflictos de valores” en: La Fortuna moral México, FCE 1993, (quinto ensayo) e idem "La congruencia ética" en Raz, Joseph  El razonamiento práctico México, FCE 1985 pp. 171-207; Berlin, Isaiah “La persecución del ideal” en: El fuste torcido de la humanidad Barcelona, Península 1998 pp. 21 – 37; Nussbaum, Martha  La fragilidad del bien op.cit. especialmente el cap. 2.
[3] Agamenón, 211.
[4] Esta es una de las tesis centrales de mi primer libro, Racionalidad y conflicto ético. Gamio, Gonzalo Racionalidad y conflicto ético. Ensayos sobre filosofía práctica. Lima, CEP – IBC 2007, véase especialmente la sección segunda.

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