Gonzalo Gamio Gehri
Uno de los fines específicos de
la deliberación política consiste en saber reconocer los bienes y los males que
se ponen en juego en la escena pública[1]. No
siempre es fácil lograrlo, pues con frecuencia la promesa de eficacia y el
anhelo de resultados “provechosos” encubren malas prácticas y la lesión de
libertades y derechos importantes. La condescendencia frente a la corrupción, a
pesar de sus efectos destructivos sobre la sociedad, constituye un ejemplo de
lo que señalo. Esta actitud revela el
hecho que, para mucha gente, la corrupción en el espacio público (y en el
privado) es concebida como un hecho “inevitable”, y es tolerado en la medida en
que se la acompañe con una gestión eficaz en el quehacer propio del espacio
estatal (así como en la empresa y en otros escenarios). Esta opinión lamentable
se ve robustecida por el sentimiento extendido de que los delitos de corrupción
suelen permanecer impunes, y que los funcionarios corruptos suelen preservar
sus cargos o incluso consiguen ser reelegidos como autoridades.
La corrupción prospera en tanto
el ciudadano renuncia al ejercicio de sus funciones como actor político y
fiscalizador del poder. Sólo si está en condiciones de asociarse y movilizarse para deliberar y ejercer formas
de control sobre lo que se decide y se hace en la esfera pública, el riesgo de
corrupción podrá ser menor. El halo de invulnerabilidad que rodea a los
corruptos se nutre de la escasa fe de las personas en su capacidad de acción y
transformación de los viejos patrones de conducta social y política. Sólo si
los ciudadanos se comprometen con lo que ocurre en la sociedad y están
dispuestos a actuar, los males sociales podrán ser combatidos y prevenidos. Si
no son parte de la solución, son parte del problema.
A menudo los agentes políticos
consideran que el discernimiento ético aplicado al curso de la vida pública se
ocupa de establecer el contraste entre el bien y el mal que entrañan decisiones
o prácticas. No siempre resulta sencillo distinguir entre ambos. Identificar
las opciones valiosas y dar cuenta mediante argumentos de la fuente de su valor
constituye una tarea tan compleja como necesaria. No obstante, con frecuencia
los conflictos que los agentes deben dilucidar se plantean en términos de la
colisión de bienes (o de males). En
efecto, en ocasiones debemos enfrentar situaciones en las que las opciones a
considerar se manifiestan como razonablemente buenas, valiosas, enriquecedoras.
No podemos realizarlas simultáneamente, así que tenemos que elegir. Todas
ellas, en cierta medida, se revelan estrictamente como dignas de ser elegidas. Nuestro
proceso de discernimiento puede indicar finalmente cuál de las opciones es
superior en virtud de argumentos que podemos compartir y examinar. Aunque
nuestro razonamiento sea correcto y podamos concluir que se trata del curso de
acción más acertado, la elección no podrá anular sin más las razones que mostraban
el valor de las opciones no elegidas. A pesar de haber escogido bien,
lamentamos no haber podido emprender los restantes cursos de acción[2].
Pero también es posible que las
personas deban enfrentar circunstancias en las que el mal se enfrenta al mal.
Se trata de situaciones en las que tenemos que elegir entre opciones que
percibimos como malas, perjudiciales, empobrecedoras, e incluso degradantes, de
modo que no podemos evitar escoger algún curso de acción que, en el fondo,
resulta indeseable. Incluso la posibilidad de elegir no actuar es considerada
desafortunada o negativa. A veces esta clase de situaciones es descrita en
términos de un “conflicto trágico”, dado que constituye uno de los temas
centrales de reflexión del teatro de Esquilo, Sófocles y Eurípides. En Agamenón, Esquilo explora el agudo
predicamento de Agamenón, quien debe escoger entre preservar la vida de su hija
Ifigenia y sacrificarla para permitir que la escuadra aquea que dirige zarpe
hacia Ilión. Haga lo que haga, su decisión le provocará un profundo dolor. Él
sabe que no puede eludir producir alguna clase de daño irreparable sobre otros
o sobre sí mismo.
Este tipo de conflictos se
plantean hoy en diversos contextos. Consideremos el siguiente caso. Una empresa
minera internacional se propone extraer minerales en una zona altoandina, para
lo cual suscribe un convenio con el Estado peruano. La empresa se compromete
asimismo a promover el desarrollo de la comunidad invirtiendo en ella,
construyendo hospitales, mejorando las escuelas, etc. No obstante – a pesar de
las cláusulas que estipulan tomar medidas rigurosas en materia de protección
del ecosistema -, la explotación del lugar puede reportar un riesgo ambiental
importante. El trabajo agrícola puede echarse a perder y la salud de la población
local podría a la larga verse comprometida. Tanto el Estado como la comunidad
concernida deben tomar en cuenta los males potenciales que acarrearía firmar un
acuerdo con la empresa, y el perjuicio que reportaría no celebrar tal acuerdo. En
este como en otros casos, se trata de discernir el “mal menor”. En este caso,
la comunidad decide no poner en peligro la salud de los suyos y el equilibrio
ecológico de la zona. A juicio de los pobladores – en virtud de buenos
argumentos -, la protección del entorno no puede ser sacrificada en nombre del
incremento de la inversión privada en el lugar.
El discernimiento práctico exige
tanto la consideración reflexiva de los principios como el examen de las
circunstancias que se revelan conflictivas. La construcción del juicio
deliberativo exige pasar de la universalidad de los valores a la particularidad
de los contextos, y establecer el vínculo racional entre ambos. No existe algo
así como una receta moral que nos imponga una única salida para casos
difíciles, no existe un algoritmo práctico que nos ahorre la dura tarea de
deliberar y decidir, con los riesgos que ello entraña. Casi siempre reconocer
el “mal menor” es una empresa compleja y sumamente polémica (pensemos, por
ejemplo, en las discusiones que suscitan las segundas vueltas electorales en el
tramo final de las campañas presidenciales en el Perú). Deliberar con perspicacia
y sutileza implica evaluar elementos prácticos heterogéneos, así como examinar
argumentos que no pueden reducirse sin más a un criterio único. Pensar que es posible
traducir sin más las opciones y valoraciones al lenguaje conmensurador de los
costos y los beneficios privados constituye una vana ilusión que simplifica la
complejidad y la riqueza de la agencia ética – política: equivale a someter la
razón práctica a un funesto lecho de Procustes.
La comprensión y eventual
resolución de esta clase de conflictos constituye un aspecto crucial en el
ejercicio de la razón práctica[4],
también en el espacio de la actividad política. La capacidad de identificar
estas colisiones de valores, la posibilidad de formularlas sin perder de vista
elementos importantes y poder dar razón de caminos posibles para la acción
constituyen habilidades y disposiciones – en sentido estricto, excelencias
intelectuales – que resultan básicas para la formación de un agente práctico
independiente, esto es, un ciudadano lúcido y atento a lo que sucede a su
alrededor. Esas excelencias permiten comprender y transformar escenarios prácticos
que se evidencian problemáticos.
[1] Este es el primer borrador
de la segunda parte de un ensayo sobre Ética pública que estoy escribiendo.
[2] Sobre
el tema de los conflictos éticos de esta naturaleza existe una amplia
bibliografía en la que destaca la obra de Bernard Williams, Isaiah Berlin y
Martha C. Nussbaum. Cfr. Williams,
Bernard “Conflictos de valores” en: La Fortuna moral México, FCE 1993,
(quinto ensayo) e idem "La
congruencia ética" en Raz, Joseph El
razonamiento práctico México, FCE 1985 pp. 171-207; Berlin, Isaiah “La persecución del ideal” en: El fuste torcido
de la humanidad Barcelona, Península 1998 pp. 21 – 37; Nussbaum,
Martha La fragilidad del bien op.cit. especialmente el cap. 2.
[3] Agamenón, 211.
[4] Esta
es una de las tesis centrales de mi primer libro, Racionalidad y conflicto ético. Gamio, Gonzalo Racionalidad y
conflicto ético. Ensayos sobre filosofía práctica. Lima, CEP – IBC 2007,
véase especialmente la sección segunda.
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