Gonzalo Gamio Gehri
Muchos intelectuales han
sindicado al integrismo – tanto en su versión trisbalista, religiosa y secular -
como una posición que mina peligrosamente el ejercicio de las libertades básicas
de las personas, en particular aquellas que entrañan el ejercicio del
pensamiento crítico, la formación del juicio y la expresión de opinión. En
circunstancias extremas, este tipo de perspectivas ideológicas incluso invoca
el uso de la fuerza para reprimir otros modos de concebir las cosas, aún dentro
de la propia comunidad, no sólo fuera de ella. Intentaremos mostrar que el
integrismo malinterpreta la noción de tradición, degradando su potencial
reflexivo.
La tradición se define en virtud
de un movimiento hermenéutico que implica a la vez la producción y la práctica de la reflexión
crítica. Traditio es un concepto originalmente
jurídico latino que alude al hecho de recibir algo en propiedad. En términos
espirituales, recibir un legado equivale a recoger creativamente una manera de
pensar y percibir el mundo y sus sentidos. Como en la figura legal, se recibe
una herencia para hacer uso de ella o para hacerla producir. Del mismo modo, se
recibe un conjunto de creencias y valoraciones para ponerla en práctica y para
someterla al trabajo de la interpretación. Asumir una tradición y convertirse
plenamente en miembro de una comunidad constituyen dos caras de una misma
moneda. Ser parte de una comunidad supone ser un interlocutor lúcido en el
horizonte de las tradiciones. Traditio
viene de tradere, del acto de
“entregar” y, en general, del acto de llevar y traer algo. Alude en ese sentido al oficio de Mercurio (o Hermes), el
dios mensajero, que es el patrono de las comunicaciones y del flujo de la
interpretación. Adquirir una tradición implica ingresar en la dinámica de
ofrecer y acoger razones para conducir la vida en una cierta dirección.
La lectura integrista de la
tradición distorsiona gravemente el concepto mismo de traditio. Otorga al sistema de creencias una incorrecta sensación
de inmovilidad y de autoritarismo. Ningún credo puede erigirse sin más como un
valor que pueda sofocar sin más la libertad y el ejercicio de la razón práctica
a los que pueden invocar las personas. Ser un agente implica cultivar la
capacidad de discernir y elegir cursos de acción y fines vitales que
consideramos justificadamente valiosos, aún en contra del parecer de la mayoría
o de sus representantes. Deliberación y elección son actividades que, de una
manera u otra, llevamos a cabo en interacción con otros. Una “vida examinada”,
lejos de socavar el trasfondo espiritual de la vida común, convierte a la
propia comunidad en un foro de discusión y crítica sobre aquello que
verdaderamente tiene significación para la vida.
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