jueves, 3 de octubre de 2013

NATURALISMOS Y ÉTICA





 Gonzalo Gamio Gehri


Por lo general, los filósofos de la ética suelen construir sus propias reflexiones sobre la construcción del razonamiento práctico, el ejercicio de la virtud o la determinación de los principios de la justicia bajo el supuesto de que la agencia moral – la capacidad de discernimiento entre cursos de acción y la elección de un modo de vida – está ya configurada[1]. Se asume la existencia de un sujeto práctico competente para decidir y actuar. Esta actitud no toma en cuenta dos elementos centrales de la reflexión ética: 1) el proceso formativo de adquisición de las excelencias del juicio y del carácter que convierten a la persona en un agente deliberativo; 2) el proceso evolutivo que ha permitido el desarrollo de las facultades y disposiciones que conforman lo que llamamos el comportamiento moral como una dimensión básica de la vida de la especie humanas en el mundo.

El ensayo de Pablo Quintanilla ofrece una esclarecedora exploración del segundo punto. Discute en qué medida los mecanismos fundamentales de la mente que constituyen la agencia moral se van configurando en el proceso evolutivo de la especie humana y en qué medida, según diversos estudios, están presentes en diversos grados de desarrollo en otros animales, particularmente en ciertos tipos de primates. Esta clase de investigaciones ponen de relieve la frecuente desatención de los filósofos respecto de la animalidad del ser humano: cuando evocamos la definición del ser humano como animal racional, ponemos énfasis enseguida en la capacidad de razón y soslayamos el tema de la animalidad. Tenemos que preguntarnos en qué sentido la animalidad constitutiva de lo humano pone condiciones a la capacidad deliberativa y perceptiva en una perspectiva específicamente ética.

En parte, esta omisión del elemento animal en nuestras concepciones habituales de la ética está asociada a la vocación kantiana por desvincular sistemáticamente los principios morales de las condiciones fácticas de la vida. Una “ética incondicionada” es lo que se postula al menos desde la publicación de la Fundamentación de la metafísica de las costumbres. Se prescinde de la estructura biológica y psicológica de los agentes, e incluso se omite toda referencia a aquello que escapa a la capacidad de control y prevención de las personas (la fortuna, aquello que los griegos denominaban tyché), elemento que contribuye a bosquejar parcialmente los escenarios con los que los agentes tienen que lidiar. Los pensadores y literatos antiguos no hubiesen suscrito esta lectura unilateral de la praxis. Aquello que nos condiciona en realidad nos pone en condiciones para pensar y para actuar.

Pablo Quintanilla examina la tesis de que el comportamiento moral humano es un producto evolutivo que supone el desarrollo de facultades y capacidades previas que encontramos en otros animales. El comportamiento moral constituye un modo complejo y sofisticado de lidiar con el mundo. La complejidad de nuestro cerebro y de nuestras relaciones sociales ha generado un tipo de conducta altruista, gobernada por reglas elegidas conscientemente por el agente, que se fundan en la representación del otro como un fin en sí mismo. La evolución de las funciones corporales y en particular de las funciones cognitivas ha hecho posible que el animal humano se constituya como un agente moral autónomo.

La capacidad de atribuir estados mentales a otras personas que puedan convertirse en potenciales destinatarios de nuestra obligación o compromiso – capacidad asociada a la simulación y a la metarrepresentación – es condición esencial para el comportamiento moral, que supone la ampliación de nuestros círculos solidarios más allá de nuestro entorno más inmediato, aún cuando el cuidado del otro no nos reporte beneficio alguno. La diferencia entre esta clase de conducta y el altruismo biológico que se observa en otros animales (incluso el autor sugiere que experimentos en chimpancés permitirían pensar que en ellos tendría lugar una forma incipiente de altruismo moral) reside en la consciencia humana del carácter desinteresado de tales acciones.

La simpatía, la empatía y las capacidades metarrepresentacionales permiten a los agentes reconocer las necesidades, expectativas, interpretaciones y sentimientos en los otros sujetos. La cooperación entre los individuos de una misma especie requiere de estos mecanismos que están asociados al esfuerzo por la supervivencia. El autor sostiene que el hecho de que los mecanismos empáticos aparezcan  en una temprana edad en el niño sugiere que se trata de un elemento innato del comportamiento humano. La metarrepresentación humana se evidencia especialmente compleja en tanto necesita de un lenguaje para desarrollarse plenamente. Sin estos mecanismos no sería posible el altruismo moral, y en general las acciones y emociones específicamente morales.  Si no podemos representarnos los estados mentales del otro, reconstruir las situaciones que atraviesa y sentir con él, difícilmente podríamos actuar en su favor.

Todo esto es presentado con persuasivos argumentos y exhibiendo la evidencia disponible. Que la moral sea fruto del desarrollo evolutivo de la especie humana me parece que es un argumento que debe ser admitido. Esta tesis explica parcialmente la moral como fenómeno humano, pero no resuelve el problema de la cimentación de la moral. La cuestión de cómo se estructura el juicio práctico, o si la justicia debe privilegiar el mérito, la igualdad o las necesidades cuando se trata de distribuir bienes sociales constituyen problemas que las evidencias en torno a la génesis de la moral no esclarecen (ni pretenden esclarecer). Lo mismo podemos decir acerca de las cuestiones morales que tienen importantes implicancias políticas, Una vez que la sociedad se convierte en un sistema justo de cooperación - en el sentido de John Rawls – podemos preguntarnos si, por ejemplo,  la protección de los derechos básicos puede convertirse en un principio superior a la maximización del bienestar de la mayoría.

La ética naturalizada que plantea el ensayo de Pablo Quintanilla explica la configuración evolutiva del comportamiento moral. La tesis es que la competencia moral de los agentes es un producto del proceso evolutivo. Esa es a mi juicio, una de las lecciones cruciales de Darwin en materia de filosofía práctica. No se propone dar el paso hacia la justificación misma de la moral. Este punto distingue claramente el naturalismo de Quintanilla del naturalismo reduccionista – de carácter sociobiologista – desarrollado por E. O. Wilson. Este autor intentó interpretar las normas morales humanas como reacciones inmediatas arraigadas en el instinto, fundadas en el impulso natural a la supervivencia. Nuestras respuestas morales se comparaban con las reacciones viscerales. Esta perspectiva intenta explicar el contenido mismo de la deliberación práctica desde los presupuestos sociobiológicos.

Esta posición fue cuestionada severamente por Charles Taylor en las primeras páginas de Fuentes del yo (1989). Argumenta Taylor que la versión reduccionista del naturalismo asume el punto de vista de un observador privilegiado, desvinculado de todo contexto puntual, que describe cómo opera la moral en sí, y no para nosotros, para expresarlo en términos hegelianos. Desestima así la perspectiva de la experiencia ética del agente ordinario, que orienta su vida a partir de la articulación de concepciones de la vida buena que invoca y discute imágenes del ser humano y su lugar en el mundo. Este segundo tipo de naturalismo busca traducir el vocabulario moral cotidiano – rico en diversas formas de expresión – al lenguaje de descripción “neutro” de la ciencia natural. Incurre en un grave error cuando pretende resumir el comportamiento moral como tal a conjunto de móviles fijos, desconociendo la diversidad de formas de argumentación y manifestaciones de sentido que pone de manifiesto el agente encarnado cuando delibera y elige un curso de acción o un modo de vida. En esta línea de pensamiento más bien hermenéutica, pesa de una manera fundamental la consideración reflexiva de motivos culturales y prácticas sociales que constituyen el trasfondo del discernimiento y las decisiones del agente.





[1] Este texto corresponde a un comentario a la Conferencia de Pablo Quintanilla La ética desde un punto de vista naturalista, pronunciada por el Dr. Pablo Quintanilla el 3 de Octubre de 2013.

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