viernes, 12 de abril de 2013

EL ÁGORA. ESPACIO Y VIDA CÍVICA





Gonzalo Gamio Gehri


Mi primera clase del Seminario de Deontología en la Academia Diplomática del Perú, la revisión de algunos escritos filosófico-políticos de Aristóteles y la lectura de las Lecciones de Historia del Pensamiento Político de Oakeshott han motivado la composición de este post. Quisiera decir un par de cosas sobre el ágora griego y su relevancia para la filosofía política. El ágora está a la base de la concepción clásica de la acción política, y los alcances ético-espirituales de esta noción con frecuencia  han pasado desapercibidos en las discusiones teórico-políticas. Aquí pretendo recuperar algunas ideas en torno a la valoración ateniense del espacio público. Se trata tan sólo de algunos apuntes preliminares  sobre este asunto. Dejo un desarrollo más detallado para un próximo artículo.

El ágora es el espacio deliberativo. Es el espacio dedicado a la discusión, la forja de consensos y la expresión razonada de disensos. Existió desde los primeros tiempos de la cultura griega – desde la llamada “edad heroica” – pero de una manera restringida. En la Iliada se pueden apreciar los debates del consejo de guerra que a menudo convocaba Agamenón, conformado por reyes guerreros. A ellos correspondía diseñar estrategias de combate, distribuir el botín, y hacer justicia. Los restantes miembros de la comunidad – en realidad compañeros de armas, aún no puede hablarse propiamente de una pólis, sino de un conjunto de clanes vinculados por la estirpe y el parentesco – no participaban de aquel espacio como interlocutores. Eran únicamente testigos de la discusión que llevan sus jefes.

Con el advenimiento de la democracia en Atenas – la aparición de la propia pólis -  el ágora se convirtió en el centro de gravedad de la vida de la ciudad. Además de “plaza pública”, escenario de la conversación política, era un lugar para la administración de justicia, para la celebración del culto, y para la realización de transacciones comerciales. Con el tiempo, se afianzó como el escenario del ejercicio de la “razón pública”, y su condición de espacio comercial quedó en un segundo plano. El Areópago se constituyó como el ágora por excelencia, como sede de las discusiones de la asamblea de ciudadanos y como el lugar de los procesos judiciales. En el pasado era solamente la “colina de Ares”, un espacio destinado al culto al dios de la violencia y a la violencia misma: Las euménides muestra cómo se convierte en precisamente en lo contrario, en el lugar del cuidado de la justicia basada en la deliberación pública, lográndose que las terribles erinias se tornen en las diosas protectoras de los tribunales atenienses.

El ágora se convirtió en la objetivación geográfica del espíritu político ateniense. Un espacio consagrado al tipo de libertad que se puede construir y ejercitar a partir de las acciones coordinadas de los agentes. En el ágora los ciudadanos se dedican a considerar dialógicamente los conflictos y a buscar soluciones razonables para los mismos. En el espacio público, sugiere Arendt, tiene lugar la aparición de lo humano. Es el locus del discernimiento sobre lo contingente que es el elemento básico de la vida, y el de la vida buena. Los seres humanos, en cuanto animales, están sometidos a la regularidad y la necesidad propias de los entes regidos por el kósmos. Ellos nacen, crecen, se reproducen y mueren. Pero como seres capaces de deliberación, elección y acción, pueden escoger caminos y sentidos posibles para la vida que trascienden ese implacable ciclo vital y dejan un espacio para el ejemplo y la memoria. El ágora es también el espacio para discernir y poner en juego aquella forma fundamental de trascendencia.

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