Gonzalo Gamio Gehri
Hace unos días, Nelson
Manrique escribió el artículo Liberalismo y pseudoliberalismo, que apareció en La
República. El texto se enmarca en el debate reciente sobre el liberalismo,
y constituye una respuesta aguda y sensata a quienes – desde una perspectiva
que quizá se proclama “ortodoxa” – critican que haya establecido una distinción entre
“liberalismo político” y “liberalismo económico” como una operación
estrictamente liberal. Esta distinción le permite cuestionar certeramente la
atalaya ideológica en la que se sitúan quienes se mostraron condescendientes y
silenciosos frente a gobernantes autoritarios y corruptos que – como Pinochet y
Fujimori – combinaron la represión de libertades y derechos básicos con
mercados abiertos; se trata de la misma posición de quienes hoy miran con
admiración a China y Singapur. No existe nada menos “liberal” que las
violaciones a los derechos humanos y la desarticulación de la democracia.
Me parece (aunque
no tengo certeza de ello) que el artículo de Manrique es una réplica a un post de Paul Laurent, Los liberalismos de los no liberales, en
el que acusa rudamente al propio Manrique y a otros de “desconocer” la verdadera matriz
del pensamiento liberal, la presunta raíz económica de la ciudadanía liberal,
etc. En general, en lo que respecta a las cuestiones fundamentales de teoría
política, la invocación a una suerte de “pureza doctrinal” me preocupa
y me resulta peligrosa: me parece una actitud muy poco liberal, me recuerda a la investigación de “herejías” de
la inquisición colonial, o a la
estigmatización intelectual de los “revisionistas” por parte del totalitarismo
estalinista y maoísta. El liberalismo requiere de una actitud falibilista, incompatible con el denominado "espíritu de ortodoxia" y no consiste en una especie de "saber iniciático". No encuentro intelectualmente edificante discutir el “canon literario” liberal como
si se tratara de una colección de textos sagrados. Laurent dice que John Rawls, Richard Rorty y Amartya K. Sen no son
liberales; ante ello, yo sólo puedo mostrar extrañeza, no sólo porque no
justifica su aserto, sino porque se
trata de autores que se cuentan entre los filósofos políticos liberales más
importantes de los últimos cincuenta años (a los que habría que sumar el nombre
de Isaiah Berlin y el de Judith Shklar). Si hacemos a un lado de la discusión el asunto de los
elementos específicamente filosóficos de las ideas liberales, entonces algo anda realmente mal. El
liberalismo descansa sobre una familia de argumentos que giran en torno a los
derechos universales, la libertad individual, el pluralismo, la secularización
de lo político y la autonomía racional. No reivindica ortodoxias, enarbola
criterios inapelables de autoridad intelectual ni condena herejías.
Precisamente, el liberalismo combate el
mundo cultural y sociopolítico en el que la vindicación de ortodoxias,
autoritarismos y anatemas era moneda habitual.
La respuesta de
Manrique me parece una buena manera de avanzar en este debate sin perder sus
elementos centrales (1). Señalar simplemente las supuestas “heterodoxias” se parece
mucho a la estigmatización ideológica y al desfile de etiquetas (como “rojo”, “caviar”, “estatista”, “colectivista”)
que encontramos cada día en periódicos como Correo
y Expreso. En contraste, Manrique
destaca que en América Latina la separación entre “liberalismo político” y
“liberalismo económico” ha resultado fundamental para la consolidación de una
derecha conservadora y autoritaria con la que muchos actores políticos y “líderes
de opinión” están muy contentos. El pensamiento liberal – que suele valorar
ambos frentes – brilla por su ausencia en la escena política peruana. Abrir un
espacio para la política liberal no implica adoptar necesariamente un credo
homogéneo y uniforme, sino tomar contacto real
con la familia de argumentos antes mencionada. Es el exclusivo mercantilismo –
políticamente conservador - cultivado por la derecha peruana (que sospecha
sistemáticamente de la democracia y de los derechos humanos) el punto de vista que
aspira a convertirse en una ideología monolítica y dogmática, que asegura acríticamente que las interacciones probadamente "libres" sólo brotan del mercado (o las emulan en otros contextos). Manrique sugiere
– en convergencia con Alberto Vergara –
que muchas personas se comprometieron en el pasado con temas propios de la
agenda de un “liberalismo intuitivo”, como el sufragio universal o la jornada
de ocho horas. Es preciso recordar que, hablando rigurosamente, lo político no es sinónimo de lo estatal. Se hace política desde el Estado y desde los partidos políticos, pero también desde las instituciones de la sociedad civil.
Creo que no debemos olvidar la disposición antijrerárquica del liberalismo, su vindicación de laigualdad civil de los individuos. Por ello no sorprende que este debate se haya generado en torno a la medida discriminatoria, practicada por algunos clubes sociales, consistente en asignar baños especiales a las empleadas del hogar. Sólo una sociedad lastrada por una herencia colonial tan poderosa podría experimentar problemas para reconocer – ver - el carácter antiliberal y antidemocrático de tal medida (que recuerda las políticas discriminatorias en los Estados Unidos antes de la lucha por los derechos civiles que convocó a Luther King y otros). No obstante, a menudo los problemas prácticos son más complejos y requieren una aproximación conceptual más sutil. Las dos rutas metodológicas que ha emprendido la filosofía política liberal – la hipótesis teórica del contrato y la exploración hermenéutica de las fuentes históricas y culturales del liberalismo – no pueden disociarse de los principios de libertad e igualdad. Se trata de principios que muchas veces se relacionan de manera tensional (Berlin); el planteamiento y posible resolución de tales conflictos constituye una invitación al cultuvo de la deliberación pública (y a la construcción institucional). La cuestión de sus alcances constituye una fecunda área de discusión al interior de la filosofía práctica liberal.
Creo que no debemos olvidar la disposición antijrerárquica del liberalismo, su vindicación de laigualdad civil de los individuos. Por ello no sorprende que este debate se haya generado en torno a la medida discriminatoria, practicada por algunos clubes sociales, consistente en asignar baños especiales a las empleadas del hogar. Sólo una sociedad lastrada por una herencia colonial tan poderosa podría experimentar problemas para reconocer – ver - el carácter antiliberal y antidemocrático de tal medida (que recuerda las políticas discriminatorias en los Estados Unidos antes de la lucha por los derechos civiles que convocó a Luther King y otros). No obstante, a menudo los problemas prácticos son más complejos y requieren una aproximación conceptual más sutil. Las dos rutas metodológicas que ha emprendido la filosofía política liberal – la hipótesis teórica del contrato y la exploración hermenéutica de las fuentes históricas y culturales del liberalismo – no pueden disociarse de los principios de libertad e igualdad. Se trata de principios que muchas veces se relacionan de manera tensional (Berlin); el planteamiento y posible resolución de tales conflictos constituye una invitación al cultuvo de la deliberación pública (y a la construcción institucional). La cuestión de sus alcances constituye una fecunda área de discusión al interior de la filosofía práctica liberal.
(1) Quizá la lectura que hace Manrique de Hobbes pueda ser discutida con mayor extensión.
ANEXO:
Un Post de S. Caviglia sobre este debate.
Buena aclaración e ilustración. Me parece que algunos confunden el libertarismo con el liberalismo. Los que se centran y defienden la santidad de los derechos de propiedad, la teología del mercado y son hostiles a cualquier gesto redistributivo son libertarios, o mejor dicho liberatios de derecha (Nozick, Gauthier, por ejemplo). Obviamente, estos no son liberales porque prescinden aspectos políticos-sociales cruciales, y por ello no podrían estar a la altura de Rawls, y Sen.
ResponderEliminarMaestro, parece que quieren confundir los nombres! Por otra parte, siempre acertada la aclaración de que lo político no es sinónimo de lo estatal. Pero, me pregunto, cuál es realmente ese alcance de la sociedad civil? Puede contra la esfera económica? Contra la corrupción moral, contra el narcotráfico??
ResponderEliminarLa sociedad civil es un espacio de deliberación cívica. Desde allí pueden generarse iniciativas interesantes.
ResponderEliminarMás información sobre la sociedad civil en este post:
http://gonzalogamio.blogspot.com/2007/04/qu-es-la-sociedad-civil.html
Veo las fallas del sistema y quiero corregirlo, en mi juventud, probé el comunismo, por suerte no llegué muy lejos, lo digo, por las atrocidades cometidas contra la humanidad por ese sistema, yo siempre he sido amante de la paz y respeto la vida como sagrada.
ResponderEliminarEl asunto es que ahora me doy cuenta que vivir en contra del sistema político, económico y religioso, o vivir a favor de él, tiene un efecto similar, al final está contribuyendo con la perpetración del sistema.
El sistema es producto de la conciencia colectiva, ya sea a favor o en contra, existe porque lo hemos creado, aunque se ha escapado de nuestras manos, la única manera de mejorarlo es participando como ciudadano y no negar nuestros derechos y obligaciones como tales, el sistema es el resultado de lo que todos creemos, tenemos que manifestarnos en todos los aspectos.
Habrá los blancos, los azules, los rojos y de todos los colores y cada uno creerá que la suya es la mejor manera y tratará de cambiar la manera de los otros a las buenas o a las malas, utilizando todos los medios masivos de manipulación de masas, marchas de protesta, pancartas, escritura en paredes, violencia, etc.
La indiferencia y aceptación del status quo sin desafiarlo, aparentemente es la posición más confortable que elige la mayoría, ¿Es lo más saludable esperar que la solución la den otros? ¿Regirse por las opiniones de”Los expertos”, que “saben cómo acomodarle el mundo”, sin tener que pensar por uno mismo ni tener ideas propias?
Dejar la conducción de la sociedad a los que quieren aprovecharse creando puestos de autoridad y poder, que marginan al resto, no es la solución. No entraré más en detalle aquí porque no es mi intensión deshilvanar todo el teje y maneje de este orden de cosas, sino de señalar la posición que considero la más sana para mí y que recomiendo a todos.
El sistema no existe, como existe una patata, que tiene una existencia intrínseca, como nosotros mismos, el sistema no es un ser natural, es una creación nuestra, aunque lo demos por sentado solo tiene el valor que nosotros acordemos darle, o que aceptemos que otros le den, esto quiere decir que puede ser falsificado, cambiado o modificado.
Creo que este sistema debe cambiarse, no puedo hacerlo yo solo, no puedo cambiar el valor del dinero o las leyes ni nada por mi cuenta, si hay un puesto de frontera tendré que parar, si tengo que pagar un peaje, tendré que pagarlo para continuar, no tengo que aceptarlo ni rechazarlo, si no tengo el dinero, no puedo seguir viaje y punto.
Así que todo se reduce a tener el dinero, el dinero por el que todos andamos luchando, el dinero además da poder, poder para lograr que otros le sirvan, el dinero termina corrompiendo el gobierno, la economía y la religión. La preocupación por el dinero, para conseguir bienes, reputación y poder, junto con la creencia que el fin justifica los medios, genera deshonestidad, servilismo, etc.
Tengo que someterme al sistema, para sobrevivir y moverme dentro del marco que me dejan, pero no soy indiferente, observo en el exterior, exploro en mi interior, el espejismo del sistema producto de las creencias colectivas y las inconsciencias de los que esperan entumecidos ser conducidos como ovejas al matadero.
Entonces, finalmente el problema se reduce a desarrollar una conciencia propia, legítima, original e individual, porque la comunidad es la reunión de individuos y sin individuos no existe comunidad, la comunidad como entidad no piensa, los que piensan son los individuos que la conforman, las creencias colectivas, son el resultado de las creencias individuales.
El problema es que damos mayor valor a la conciencia colectiva que a nuestra conciencia individual y al final somos marionetas en la mano de algunos que se autoproclaman representantes de la voluntad popular.