Gonzalo Gamio Gehri
Es claro que las culturas – en plural - constituyen una dimensión del mundo
circundante.. Constituyen el trasfondo de significaciones de
cara al cual los agentes disciernen y eligen cursos de acción y configuran proyectos
de largo alcance para sus vidas. Las grandes distinciones en torno a lo que
asigna o priva de valor a la existencia se nutren de rituales, prácticas
sociales y tradiciones comunitarias. Están definitivamente presentes en el
proceso de conversación y construcción de narrativas que entraña la formación
de nuestras identidades. No obstante, estas distinciones y sus referentes
culturales son susceptibles de cuestionamiento y no constituyen determinaciones
prácticas inalterables. No olvidemos que el concepto estricto de traditio alude - en latín - a la
operación de recibir una herencia con el objetivo de hacerla producir. Traditio nos remite a tradere, “transmitir”, “traer”, de aquí
y allá un mensaje, acción que nos recuerda – a través de las creencias de griegos
y romanos – al proceder del jovial Hermes o Mercurio, el dios mensajero,
patrono de la traducción y de la hermenéutica (la divinidad de la conversación,
para decirlo con una mayor claridad). La tradición no constituye un credo
inmóvil, sino un tejido de interpretaciones que podemos examinar y modificar
con nuevos argumentos, con novedosas descripciones
y metáforas. La discrepancia y la heterogeneidad no son ajenas a la dinámica
propia de las culturas y tradiciones. Nos apropiamos - a través de la educación
- del legado espiritual de nuestros ancestros, pero estos procesos educativos
implican la adquisición y el cultivo de la capacidad de considerar
reflexivamente este legado. La tradición es conversación
viva.
La idea de la tradición como una doctrina monolítica, homogénea e inmune a la crítica no corresponde al sentido del concepto de traditio. Tampoco tiene que ver con la noción de Bildung ("formación" y también "cultura") de claras resonancias hegelianas (cfr. la la etapa final de la dialéctica del reconocimiento en la Fenomenología del espíritu) . Alude a la actividad que las personas desarrollan en y con el mundo, y consigo mismos. El desarrollo de estas actividades imprime una forma espiritual en las cosas (el obvio ejemplo es el arte), pero este cuidado de las cosas implica el despliegue de capacidades y excelencias que configura a su vez el intelecto y el carácter de los agentes, y que otorga a las conexiones humanas una mayor sutileza y profundidad. Construimos así un sistema de significaciInes más amplio y dinámico, que se nutre de la expresión y el pensamiento crítico.
La idea de la tradición como una doctrina monolítica, homogénea e inmune a la crítica no corresponde al sentido del concepto de traditio. Tampoco tiene que ver con la noción de Bildung ("formación" y también "cultura") de claras resonancias hegelianas (cfr. la la etapa final de la dialéctica del reconocimiento en la Fenomenología del espíritu) . Alude a la actividad que las personas desarrollan en y con el mundo, y consigo mismos. El desarrollo de estas actividades imprime una forma espiritual en las cosas (el obvio ejemplo es el arte), pero este cuidado de las cosas implica el despliegue de capacidades y excelencias que configura a su vez el intelecto y el carácter de los agentes, y que otorga a las conexiones humanas una mayor sutileza y profundidad. Construimos así un sistema de significaciInes más amplio y dinámico, que se nutre de la expresión y el pensamiento crítico.
La vida de las culturas entraña el discernimiento – público y privado –
y, por tanto, la crítica. Es preciso deliberar en torno a qué prácticas
culturales pueden promover el ejercicio y logro de una vida de calidad y qué
prácticas, en contraste, pueden bloquear el desarrollo de capacidades distintivamente
humanas, o incluso generar formas de mutilación. Estos modos de discernimiento
no constituyen maneras de actuar ajenas a alguna forma cultural[1],
pero implican ciertamente el ejercicio de la razón práctica. Seyla Benhabib ha
planteado una metáfora particularmente iluminadora en torno a la conexión
hermenéutica entre cultura y reflexión. Las reglas de la aculturación,
sostiene, son como las reglas gramaticales que constituyen un idioma. Así como
esas reglas nos permiten construir un número ilimitado de oraciones con sentido
(sin agotarlas), las reglas de la aculturación no determinan por entero nuestra
capacidad de asumir diferentes cursos de acción o rutas posibles para nuestra
existencia[2]. En términos de Benhabib, nos convertimos en
seres conscientes de nosotros mismos en la medida en que participamos en las
redes de interlocución y los relatos que constituyen la cultura. Afirma que “nuestra agencia consiste en la capacidad
para tejer, a partir de aquellos relatos, nuestras historias individuales de
vida”[3].