Gonzalo
Gamio Gehri
Conocí a Pilar Coll hace años, en uno de los cursos
de teología que dictaba Gustavo Gutiérrez. Conocía su importante trayectoria
frente a la Coordinadora de Derechos Humanos – una red de instituciones que ha bregado
por casi tres décadas a favor de los derechos de los más vulnerables en el país – y en el
ejercicio de la pastoral carcelaria, llevando atención y esperanza a personas
que la mayoría de nuestra sociedad invisibiliza sin reparos. Recuerdo su sencillez, su lucidez y su gran sentido del humor. Su inagotable fe en las personas. Era de esos
seres humanos que realmente viven para los demás. No puedo creer que se haya
ido. Echaremos de menos su alegría de vi vir y su compromiso con los más débiles.
Recuerdo vívidamente su inteligencia y calidez, los tés con galletas por la tarde en su casa, su indesmayable fe en la
capacidad de cambio y de compromiso de las personas. Su manifiesta calidad humana, su valentía en la defensa de los derrechos y libertades ciudadanos. La lectura en voz alta de
las cartas de los presos, conscientes de los derechos que los protegen aún en
el período en el que su libertad se encuentra recortada. Esa clase de
convicción jamás se extinguió en su corazón. Pilar era de esos seres humanos
que están siempre dispuestos a aprender y a compartir su experiencia con otros,
disposición que la llevó a matricularse en el diplomado de consejería en la
UARM, a pesar de que ella hubiera podido dictar clase sobre la materia.
Echaremos de menos esa sonrisa franca, y esa vocación sobre la
justicia.
Necesitamos más
personas como Vicente, Luis Jaime, Carlos Iván, Hubert y Pilar. Seres humanos que
mantengan viva la fe en la humanidad. Espíritus permanentemente jóvenes que
renuevan el alma de la gente, espíritus proféticos y libres. Se trata de gente que nos invita a seguir
creyendo en las posibilidades del futuro, que nos invita a seguir
comprometiéndonos con los ideales del ágape
y la justicia. Cuenta una tradición hebrea que la existencia de un cierto
número de justos garantiza que el mundo creado sobreviva y no sea engullido por
los terribles males que constantemente lo amenazan (Gustavo Gorriti nos
recordaba esa historia hace un tiempo en una de sus columnas, a través de una semblanza del P. Hubert Lanssiers, otro cultor de la profecía judeocristiana). Con Pilar se va
uno de ellos, sin duda. No obstante, su compromiso con la causa de los más
débiles, su amor por los seres humanos, su
inagotable alegría, su enorme cariño por
el país, nos sirven de ejemplo. Agradecemos el milagro de su amistad.