Gonzalo Gamio Gehri
Una de las objeciones más sencillas – y manidas – al pluralismo ético consiste en identificarlo con “el punto de vista desde ningún lugar”, para utilizar una expresión de Thomas Nagel. No es un cuestionamiento novedoso. El crítico supone que la defensa del respeto por la diversidad o el reconocimiento de la heterogeneidad y la potencial conflictividad de los bienes se plantea desde una concepción de la racionalidad práctica ahistórica y socialmente desvinculada. Me parece que la crítica incurre en la confusión y en más de un lugar común.
Voy a concentrarme brevemente en el pluralismo liberal como interpretación ético-política, y a dejar para otra oportunidad una reflexión específica en torno a la vida de instituciones puntuales, como por ejemplo las universidades. La tesis liberal en torno a que se hace necesario construir un marco legal y político que permita la coexistencia de diversas visiones de la vida buena o de la trascendencia religiosa, un marco que genere la apertura de espacios extra-estatales que constituyan escenarios de discusión en torno a los fines de la vida, resulta a la vez sensata e importante. Se deja así en manos de los propios ciudadanos (y de las instituciones sociales a las que han elegido pertenecer) la responsabilidad de examinar críticamente y cultivar sus creencias sobre el sentido de las cosas. El Estado como tal no se compromete con la corrección de ninguna doctrina particular, sólo prumueve una concepción de la justicia que permita la coexistencia social y la observancia del sistema de derechos básicos.
Esta comprensión no es fruto de un mero experimento conceptual - tipo el contrato -, es resultado de una amarga historia de experiencias de violencia cultural e intolerancia religiosa. Las guerras de religión, los crímenes de odio, así como diversos abusos cometidos desde los Estados confesionales, persuadieron a los pensadores de la modernidad a encontrar en la perspectiva de un Estado plural una estructura política abierta a las libertades religiosas. Las personas, las asociaciones religiosas y las comunidades académicas están entregadas a la búsqueda de la verdad y al cuidado del sentido de la vida, pero la verdad doctrinal no es una ‘meta de Estado’, a diferencia de la observancia de la justicia. Convertir la búsqueda de la verdad doctrinal en una ‘meta de Estado’ generó expresiones de barbarie como la inquisición, la cruzada contra los albigenses y otras formas seculares de persecución ideológica bajo el estalinismo y el fascismo. Este propósito provocó el control de las conciencias, la quema de libros y diversos atentados contra la vida y la dignidad. El enemigo del pluralismo liberal es el integrismo (la actitud del "pensamiento único", aunque los conservadores usen hoy esta expresión en un sentido diferente).
El pluralismo constituye una concepción ética encarnada que no implica "relativismo". Quien en el seno de las asociaciones religiosas y las comunidades académicas – fuera de la tutela del Estado - se compromete con el trabajo de reflexión crítica sobre la verdad y el cuidado del sentido de la vida, no considera (ni al inicio ni al final del diálogo) que todas las visiones de la vida valen lo mismo o son igualmente “correctas”; esa precaria hipótesis constituye un lugar común en diversos libros de texto que dejan de lado una descripción más detallada de lo que realmente está en juego en el ejercicio del diálogo. La “superioridad racional” es un asunto que se pone de manifiesto en el propio proceso del diálogo - pensemos en el oficio del propio Sócrates -, y que depende de la disposición de los interlocutores al contacto genuino entre las posiciones y los horizontes que les subyacen. No hay aquí “relativismo”, tampoco “desvinculación”. Isaiah Berlin lo ha planteado muy bien al examinar el pluralismo de Vico y Herder:
“Yo prefiero café, tu prefieres champagne. Tenemos diferentes gustos. Aquí no hay más que decir´. Eso es relativismo. Pero el punto de vista de Vico y el de Herder no corresponden a esto: esto es lo que he descrito como pluralismo – esto es, la tesis de que hay muchos fines diferentes que el hombre puede buscar y aún ser plenamente racional”[1]
[1] Berlin, Isaiah “The idea of pluralism” en: Anderson, Walter T. The truth about the truth New York, G.P. Putnam´s sons 1995 p. 51.
Bien, traslado entonces aquí mi comentario.
ResponderEliminarGonzalo, hola de nuevo:
Si dices que el pluralismo tuyo y el corporativo, al que peteneces, no es convergente con el relativismo, entonces debes explicar cómo el pluralismo en vez de desembocar coherentemente en una "ataraxia política y cultural", desemboca mas bien en una militancia beligerante y proselitista a favor de una valoración escéptica respecto de aquello que solo puede ser expresado de manera "absoluta", y que constituye el cáñamo, sobre el cual nuestras especificidades "se bordan".
Lo que recuso, en una actitud pluralista -que realmente espero no sea la tuya, ni menos la de la Católica-, que pretende haber hecho ya una valoración epistemológica y ética acabada (metodológicamente legítima al inicio), en el sentido de ser "homologables", desde antes del establecimiento del diálogo, con lo que este al final es solo un simulacro, un mecanismo usado ideológicamente para justificar un status quo que sigue como no, sirviendo a los mezquinos intereses de unos pocos en contra de los de la mayoría.
Creo en la posibilidad de un sano pluralismo, que haga el diálogo verdadero, digno y personalizante, que fomente el enriquecimiento mutuo, que convoque a la metanoia permanente en aras del bien común, el cual tendría como característica propia el acabamiento siempre inminente pero nunca total de su manifestación ostensiva absoluta.
Lo que es distinto de fundamentar el pluralismo en el relativismo o el escepticismo, o aun peor, en el eclecticismo filisteo-burgués, en tanto protector de unos privilegios públicamente no justificables.
El sano pluralismo,es el de Sócrates, en el que el principio del diálogo, es el autoreconocimiento de la insuficiencia del propio conocimiento así como del de los demás. Un pluralismo basado en el reconocimiento de la ignorancia propia y ajena como principio -no como fin- de un diálogo enriquecedor, mutuamente mayéutico.
Qué lejos de aquel pluralismo dogmático y beligerante, que peca de soberbia al homologar, al inicio, en el proceso y al final a todas las interlocuciones como igualmente válidas y legítimas.
Por cierto, este pluralismo tiene un obstáculo evidente, no es universal, pues no acepta las interlocuciones que pretenden manifestarse como absolutos y cuya razón suficiente es justamente la de ser absolutos, v.gr. las formulaciones dogmáticas religiosas.
Hasta pronto...
Hola Julio:
ResponderEliminarMe parece que este post responde a este comentario tuyo, y que la distinción entre Estado e instituciones intermedias es muy importante (me parece que no lo desarrollas).
Saludos,
Gonzalo.
Bien, hola Gonzalo:
ResponderEliminarCreo plausible, restringiendo el análisis al tenor de tu post, comentarlo parafrásticamente, para probar su consistencia (soslayando metodológicamente tu advertencia, pues luego tú mismo la derogas -respecto de las comunidades académicas-):
Dices que el pluralismo liberal en cuanto "interpretación ético-política", solo sería aplicable en orden a satisfacer la necesidad de "construir un marco legal y político que permita la coexistencia de diversas visiones de la vida buena o de la trascendencia religiosa".
De estas afirmaciones inferimos algunas cosas, v.gr.:
Primero, su carácter de interpretación, por lo que naturalmente preguntamos por la naturaleza de la justificación de la misma frente a otras, efectivas o posibles, interpretaciones.
Segundo, su aplicación parece propia sólo al ámbito del Estado y su expresión jurídica-política constitucional. Pareciendo impropia su aplicación a las instituciones sociales intermedias, v.gr. instituciones universitarias, o aun a las individualidades personales, cosa que reconoces al decir: "Se deja así en manos de los propios ciudadanos (y de las instituciones sociales a las que han elegido pertenecer) la responsabilidad de examinar críticamente y cultivar sus creencias sobre el sentido de las cosas."
Al caracterizar así al Estado moderno, pareces asumir que es el garante de espacios extra-estatales que constituyan escenarios de discusión... también exteriores a las respectivas tradiciones espirituales: religiosas y éticas, forzadas a coexistir por el mismo Estado. Resultando que el Estado liberal de garante pasa autocráticamente a imponer el pluralismo, como ideología del Estado, pues bien puede ocurrir -sin la instrumentalización del Estado- una mayoritaria adhesión a una tradición religiosa y ética.
Continua...
Hola Julio:
ResponderEliminarInteresante, aunque noto algunas suposiciones algo forzadas en tu comentario. Espero la continuación y luego contesto.
Saludos,
Gonzalo.