lunes, 29 de agosto de 2011

DEFENDER LA IDENTIDAD UNIVERSITARIA (SALOMÓN LERNER F.)



(Tomado de La República)




Salomón Lerner Febres


En estos días se está discutiendo sobre el futuro de la Universidad Católica a partir de las diferencias que existen entre ella y las autoridades de la Iglesia. Sobre la solidez de la posición de la Universidad han escrito con solvencia, en estas circunstancias, distintos especialistas. No cabe duda, para quien esté dispuesto a mirar el escenario sin prejuicios o posturas parcializadas, que los títulos de la Universidad y el derecho a su autonomía, dentro de lo que dispone la legislación nacional en la materia, están fuera de toda discusión.

Más allá del ese escenario concreto, es importante reflexionar sobre lo que debemos esperar de una universidad y comprender en qué medida la imposición de posturas autoritarias, ajenas al diálogo y la independencia de criterio, pueden tergiversar gravemente el sentido de la vida universitaria y, así, impedirle que ella desempeñe el papel que está llamada a jugar en nuestro país.

La idea original y genuina de la universidad se halla hoy día, en el Perú, sometida a una doble agresión: de un lado, de las fuerzas aplanadoras y simplificadoras del mercado, que aspiran a reducir a un trato mercantil la relación intelectual y humana que se da en la universidad y que plantean tergiversar el significado de la educación, de la paideia, para entenderla como un apresurado ejercicio de transmisión de capacidades técnicas para triunfar en la competencia económica. Por otro lado, están las fuerzas del oscurantismo y del sectarismo que buscan desplazar aquello que es el núcleo de la experiencia universitaria, la libertad de pensamiento y de crítica, para poner en su lugar, el criterio autoritario, la conformidad mental, imponiendo verdades que se busca sustraer a toda búsqueda razonable –requisito indispensable para finalmente tener, en ciertos casos, una verdadera experiencia de fe.

Estas fuerzas, combinadas, tienden a alejar a la universidad de esa dimensión de compromiso social –de estar en el mundo– que en buena cuenta la define y que hace de ella una institución viva y, sobre todo, útil y solidaria con sus conciudadanos. En lugar de ello, el utilitarismo mercantil y el tradicionalismo autoritario postulan una comprensión disminuida de la persona que conduce, sea a una postura egoísta frente al mundo, sea a un acatamiento automático a disposiciones que se plantean como ajenas a todo diálogo. En lugar de celebrar el valor de la comunidad como relación viva y mutuamente recreadora, postulan individualismo ciego o un espíritu pobremente parroquial en el que la alegría del pensamiento quedaría sepultada por la grisura de las ideas fijas y ajenas a la crítica, y por la celebración de la autoridad como un valor que se respalda sólo en él mismo.

No es esa, obviamente, la concepción de universidad que corresponde que tengamos en mente cuando nos preguntamos sobre los aportes que ella debe y puede hacer a la gestación y a la consolidación de sociedades democráticas. No es mediante la imposición de una trasnochada actitud altanera y autoritaria, ni mediante la negación de la caridad como se puede honrar el deber de la institución universitaria ante su respectiva nación. Y, desde luego, no es ese el camino que seguirá la PUCP cuya identidad está firmemente apegada al ethos de la universidad.

¿En qué consiste este ethos? En una valoración de la vida del conocimiento y del saber que, por tanto, está siempre abierto a la crítica. La universidad es el espacio de búsqueda de la verdad y de una concepción integradora del ser humano, fenómeno que en una institución católica conduce a un diálogo permanente y fecundo entre Fe y Razón.

Toda búsqueda demanda un espíritu independiente, el cultivo de la crítica y una apertura a captar la diversidad de las experiencias humanas. Al mismo tiempo, ese saber no puede ser nunca autocomplaciente y cerrado sobre sí mismo. La universidad, como parte de su identidad, posee siempre una vocación por el compromiso con su sociedad. Sus investigaciones, sus reflexiones, requieren un distanciamiento de las circunstancias más menudas, pero el saber que se practica en una universidad siempre busca regresar a la sociedad bajo la forma de diálogo, proyectos, intervenciones y sobre todo una voz crítica.

La Universidad Católica se ha caracterizado de proponer un horizonte religioso y axiológico para que sea asumido con responsabilidad, por levantar una voz crítica, sobre todo en la década reciente en que un autoritarismo ignorante se apoderó del país. Hagamos recuerdo: no todas las instituciones estuvieron a la altura de su misión cuando el autoritarismo campeaba. Hubo algunas que prefirieron agachar la cabeza y hubo personas que, incluso, optaron por aliarse con un régimen corrupto y violador de derechos humanos. La Universidad Católica no calló ni tuvo nunca una postura que buscara el acomodo interesado con el poder. Y, por ello, fue en esos años un baluarte de la democracia en el país. Lo seguirá siendo. La defensa de sus fueros, de su identidad, de sus compromisos con el saber y con la justicia constituye de alguna forma una batalla más de las muchas que la democracia todavía tiene que dar en el Perú.


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