La conexión entre la ética y la política ha constituido un problema fundamental en la historia de la cultura. Pensemos en Sócrates interpelando a los ciudadanos atenienses acerca del sentido de la vida con el fin de que estos asuman el reto de llevar una “vida examinada” que les permita combatir el efecto corrosivo del prejuicio y de la manipulación sobre el alma humana. Esta disposición a la reflexión hacía posible a los miembros de la pólis participar de manera lúcida y sensata en el debate público, y mejorar la calidad de las instituciones políticas a la que pertenecían. El mismo Sócrates señalaba que Atenas había experimentado un notorio crecimiento económico y militar, pero que sus gobernantes (y sus héroes) no habían logrado mejorar el alma de sus ciudadanos. La promoción del espíritu crítico constituye una condición fundamental para la conducción política y la vigilancia cívica del poder.
Esta situación revela que muchas personas que lamentan el imperio de la corrupción en la sociedad consideran que se trata de un problema que concierne a otro, a los congresistas, o a la “clase política”, pero no a la ciudadanía en general. No se puede combatir la corrupción en la esfera pública si no se fortalece el sentido de ciudadanía al interior de la comunidad política. Cicerón sostenía que uno podía comportarse injustamente de dos maneras fundamentales; activamente, cuando realizamos acciones que atentan contra los derechos de los demás y lesionan la ley. Pasivamente, cuando vemos que un tercero es víctima de alguna forma de violencia o se trasgrede la ley y preferimos mirar hacia otro lado por pereza, cobardía o complicidad. A su vez, Judith Shklar ha señalado con razón que la injusticia pasiva constituye un vicio que corroe el sentido de ciudadanía, debilita los lazos de solidaridad dentro de la comunidad y fortalece las formas de autoritarismo, corrupción y violaciones de derechos en su seno. Recuperar la conexión entre la ética y la política pasa por reconocer la propia responsabilidad frente al hecho de la injusticia y sus secuelas para la vida social. Ser ciudadano implica asumir la condición de agente político, sujeto capaz de actuar con otros para la preservación de la legalidad y la búsqueda del bien común.
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* Escrito para La República, a nombre del Diplomado de Ética y Política de la UARM.
[1]Director del Diploma de Filosofía con mención en Ética y Política de
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