Gonzalo Gamio Gehri
En estas fechas suelo escribir un post sobre la Navidad. Esta vez voy a abordar – de manera breve y fragmentaria, por supuesto – el tema de la religión, su relevancia en nuestro tiempo.
Por supuesto, no me refiero a ninguna práctica o actitud que aspira a influir sobre la conducta de los seres humanos sin el concurso de su discernimiento y libre decisión. No estoy pensando en ninguna de sus distorsiones, ni en sus vínculos extrínsecos con las diversas expresiones del poder. No pienso, por ejemplo, en ninguna disposición externa a usurpar la estricta potestad del Estado a decidir en materia de políticas públicas de salud en cuanto a la prevención de las Enfermedades de Transmisión Sexual en un marco de respeto por la libertad personal y el derecho a la información – véase al respecto el impostado, hiperbólico y absolutamente deplorable artículo de Martín Santiváñez Vivanco en Correo –; tampoco pienso en las doctrinas que exigen hoy el sacrificio de vidas humanas en nombre de la homogeneidad confesional o la destrucción de los infieles. Pienso en la religión como en un modo de ser y de pensar que persigue establecer (o acaso restablecer) una conexión entre los agentes y un propósito trascendente para la vida.
Se trata de una forma de experiencia que no puede ser ridiculizada o caricaturizada sin sacrificar aquello que la hace valiosa. Muchos apreciamos la religión por lo que aporta por sí misma a nuestras vidas: la calidad de sus preguntas, la riqueza de su acervo de experiencias y modos de expresión. La promesa ilustrada de superar la religión a partir del discurso de la ciencia empírico-deductiva permanece incumplida. Como afirma acertadamente Leszek Kolakowski, se trata de discursos inconmensurables que se plantean fines y bienes heterogéneos. La racionalización de la cultura no ha ahogado del todo la inteligibilidad de la intuición (razonable) de un mundo articulado que tiende hacia el Bien, a pesar de todo; la conciencia religiosa busca a través de la práctica y la reflexión la fuente de esa articulación (y de esa dirección). Del mismo modo, el endurecimiento de los integrismos religiosos en Oriente y Occidente no ha logrado doblegar (felizmente) el impulso humano a examinar críticamente su propia tradición. El propio Chesterton - uno de los intelectuales católicos más lúcidos de los últimos siglos - decía que cuando entraba en un templo se quitaba el sombrero, no la cabeza. No tiene sentido renunciar a la impronta socrática de una vida examinada: la piedad – incluso el reconocimiento del misterio - no exige el silencio de la razón. Jamás. Por eso, en lo personal, considero que el espíritu religioso requiere de la compañía de la terapia conceptual, tanto filosófica como literaria.
La vivencia de la religión rechaza con singular energía el fetichismo del poder, que revela una absurda instrumentalización de la figura de lo divino y pone de manifiesto el talante idolátra de quienes pretenden erigirse en supremos “administradores de la Verdad”. En el caso concreto del cristianismo, la historia del nacimiento de Jesús en el pesebre destaca la disposición del Hijo del Hombre por renunciar a la tentación que supone la concentración del poder y el control autoritario sobre el comportamiento humano. La vocación por convertirse en funcionario de la verdad es propia del espíritu del Gran Inquisidor de Dostoievski, no del magisterio de Jesús de Nazaret, al que realmente teme. La prédica del amor y el padecimiento de cruz son expresión (encarnación) de esta renuencia a asumir posiciones de poder en el proyecto de construcción del Reino. No encontramos en el Evangelio la figura de la imposición de una doctrina o de un estilo de vida, sino la invitación a la metánoia en un contexto de respeto por la decisión consciente de las personas, fruto de la deliberación y la meditación.
La religión constituye un lenguaje y una práctica especialmente valiosos para millones de seres humanos. Es de esperar que en el seno de una sociedad plural los ciudadanos no tengan una interpretación unánime acerca de sus imágenes particulares de la trascendencia y de lo divino. No tienen porqué tenerla. Un Estado democrático respeta la diversidad de credos y deja este problema en manos de los ciudadanos, de las instituciones no estatales en las que se pueda dialogar sobre el tema en un clima de tolerancia y ejercicio de la crítica, y no interviene para emitir un juicio sobre la corrección de las confesiones. Se trata de un asunto que recae exclusivamente en la responsabilidad de aquellos que han elegido creer. En una sociedad democrática la apostasía o la increencia no son delitos porque creer o no creer constituyen posiciones con sentido que se derivan de un acto libre. La apertura a lo trascendente no puede ser producto de la coacción.
Feliz Navidad.
Hola Gonzalo,
ResponderEliminarLa postura de la religión en el mundo contemporáneo que planteas me recuerda a Huston Smith en
´La Immportancia de la Religión y en parte a Wilfred Cantwell Smith en ´ El sentido y el fin de la religión´
En el primer libro mencionado,en el cap.2 Smith,,luego de haber citado a Claude Levi-Strauss,
William James,John Stuart Mills,Ernest Haeckel y William Sheldom,concluye que las mentes requieren
hábitats tanto como los organismos,y el hábitats de las mentes son las visiones del mundo,el sentido de totalidad
de las cosas(ya esté sentido poco o muy articulado).Existe una adecuación entre los dos,de una u otra forma,
y siempre se está intentando mejorar la adecuación.La prueba de una buena adecuación es que la vida y el mundo tienen
sentido.Sabe que pertenece a algo,y este sentimiento y visión holística de la realidad es crea la consistencia
para la adecuación ,como una piezza de un puzzle se integra en su totalidad.De esta forma rescata a la metafísica.
Luego arremete contra el jardín encantado de Max Weber,bajo la figura de la insatisfacción dentro de nosotros,incluso
del más despreocupado,que no nos permite llegar a la paz completa y por lo tanto la visión del mundo tradicional es preferible
a la que hoy nos encierra porque nos permite la realización del anhelo básico que descansa en las profundidades
del corazón humano.
En cierta ocación Wittgestain dijo; ¬no soy un hombre religioso,pero no puedo evitar ver todo desde un punto
de vista religioso¬A pesar que la frase iba enfocada al embrujo del lenguaje,probablemente la religiosidad
tiene más influencia de la que muchos podemos imaginar y su hegememonia sigue presente en diveros ámbitos
y disciplinas.
Leí el artículo de Santibaéz,y como de costumbre no he parado de reírme mientras leía
sus disaparates.En realidad es un personaje el tipo,yo sí rescato su vocaciòn de comediante.
Lo que si deberín aclararlo en ese periodicucho.Conociendo al director,esa geisha de los emprearios
y el iluminado que mientras que los profanos ven descampados,basurales e invaciones,con algún ambulante,
reciclador recogiendo plásticos ,él ve un mall,un grifo Primax,un hotel 5 estrellas,
un centro empresarial,con chiquillos en sus skates,un yuppie escribiendo en su smartphone y al costado un Mac Donalds
promocioando en la cajita felíz un santibañez chiqitito de llavero y con ropitas para collecionar,entre estas,un habito de monja,
una,burka,ese traje morado del señor de los milagros,un brassier,una tanga etc,con el ojo clínico del profeta
alcantarillesco que tiene la misión de erradicar a todo los malditos rojos,rosados o lo que le huela al maldito
comunismo.
Esa analogías entre el exorcista y los críticos de Cipriani es colosal y alcantarillesca en toda su dimensión.
En todo caso y siguiendo su línea de razonamiento, él haría el papel del muñeco diabólico ,y no lo digo por su cara ah,
sino por esas sospechas que genera con su paradigma de la religiosidad ;¬azótame maldito¬que claramente
se manifiesta en sus clásicas peleas con molinos de viento,al creer que al repartir condones,se está inagurando el
infierno terrenal,ese infierno lujurioso y orgiástico que tanto condena él,nada más que el carnaval de Río en la ciudad
mientras él refugiado en la sotana de Cipriani,observa con ojos de tristeza,furia y condena a unos travestis semi-desnudos
bailando al ritmo de la samba.
Jajajaja. Marcelo, siempre con ese sentido del humor tan punzante y excesivo. Sí, esa es una de las peores columnas de MS, y eso que las otras se destacan por la vana retórica y la ausencia de argumentos.
ResponderEliminarSaludos,
Gonzalo.
La religión está en todos lados. Lean a Nancy.
ResponderEliminarUn abrazo,
RM
La distinción entre religiosidad y el punto de vista religioso evocada por Marcelo aclara el panorama.
ResponderEliminarSaludos,
Gonzalo.