Gonzalo Gamio Gehri
Por estas fechas recordamos la caída del tristemente célebre Muro de Berlín y el fin del “socialismo realmente existente”. Definitivamente, se trata del hecho que marcó con mayor intensidad a mi generación. El bloque del este se resquebrajaba precisamente en tiempos en los que yo ingresaba a la PUCP. A los jóvenes que estudiábamos en la universidad por aquellos años nadie tenía que instruirnos acerca de lo que significaba una ‘crisis de paradigmas’. Era lo que prácticamente se respiraba en el aire.
Nunca fui marxista, aunque disfrutaba leyendo a Marx, sobre todo el Marx joven de los Manuscritos; como leí tiempo después la Fenomenología del Espíritu de Hegel y La Condición Humana de Arendt, leía a Marx y a los suyos como a una especie de “rivales intelectuales” a quienes uno respeta, pero procura refutar buscando sutiles argumentos. El presunto “materialismo” marxista no me resultaba para nada atractivo. Entonces yo era una suerte de ‘socialdemócrata’, un ‘izquierdista cristiano’ merced a mis lecturas, a mis propias intuiciones y a mi percepción del escenario político del momento. Izquierda Unida era la segunda fuerza política, el APRA estaba por culminar su armagedónico primer gobierno, y Mario Vargas Llosa concretaba su candidatura concertando una más que discutible alianza con la derecha tradicional. Algunos ya proclamaban la victoria final del capitalismo, aunque Fukuyama todavía no publicaba El fin de la historia.
Interpretaba la “crisis del socialismo” como un signo de los tiempos, una circunstancia única e interesante para repensar los ideales de justicia y solidaridad sin renunciar a ellos. El dogmatismo me disgustaba, tanto en los cristianos conservadores como en los representantes estudiantiles de la izquierda partidarizada. Veía a los estudiantes izquierdistas con mayor vocación académica examinar sus propios planteamientos (por ejemplo, el cuestionamiento de la centralidad de la categoría identitaria “clase”, en desmedro de la “cultura”, el “género” y otras dimensiones de una identidad multidimensionalidad). Sin embargo, no observaba en la mayoría de los dirigentes estudiantiles de izquierda en las universidades públicas y privadas de Lima (los que “hacían política”) la menor disposición a relativizar o cuestionar el propio discurso ideológico. Tampoco muchos políticos de izquierda (particularmente los más radicales, los que contribuyeron a acabar con IU poco tiempo después) hacían lo propio. Muchos jóvenes independientes - y también muchos militantes - considerábamos que esa tarea crítica (y autocrítica) era urgente, que había que reconocer no sólo los errores y ese peligroso pathos fundamentalista, sino especialmente las injusticias. No me refiero solamente a la identificación de las evidentes debilidades del capitalismo de Estado propio del bloque soviético - el caballo de batalla de los 'censores' entonces -, o a los desencuentros entre la obra de Marx y el punto de vista de los “marxistas”. Pienso también en la doctrina del “partido único” y la criminalización de la discrepancia. No en vano parte del cuestionamiento de los disidentes del régimen comunista en occidente se expresaba en la búsqueda de “espacios de sociedad civil” que permitieran garantizar la pluralidad de voces en la arena cívica. Las atrocidades del estalinismo o la supresión de las libertades en Cuba no eran denunciadas con la debida severidad.
No se trataba, pues, de que la izquierda se "adaptara" a los tiempos de cambio, o que asimilara estratégicamente una "agenda abierta". Se necesitaba - se necesita - asumir un proceso de examen de su aparato conceptual e imaginarios, para lograr una auténtica renovación y refundación. Eso exige una comprensión real de la experiencia de los sucesos de 1989. Pasados veinte años de la caída del comunismo, debo decir que todavía la izquierda no ha digerido del todo bien este proceso. En el Perú, existe un amplio sector de la izquierda - el más 'radical' - que mantiene el mismo discurso dogmático "duro" y las mismas consignas cavernarias del ayer (incluso no ha zanjado posiciones con quienes todavía invocan la violencia como "método" para el logro del poder), y que ni siquiera ha conseguido renovar la cúpula que la dirige; sus coqueteos con el Partido Nacionalista revelan su talante oportunista. El sector de la izquierda peruana que ha intentado reformular explícitamente sus cimientos ideológicos – incorporando en su agenda política los temas de Derechos Humanos, diversidad cultural y género, por ejemplo -, ha descuidado el denominado trabajo “de base”, no ha logrado echar raíces en los movimientos populares, y ha sufrido verdaderos descalabros electorales. Será motivo de otro post examinar las causas de este fenómeno (pues no es suficiente aludir a la estigmatización del pensamiento de izquierda fruto de lo vivido en los años del conflicto arnmado). No se trata solamente de "cuestiones de liderazgo" - como algunos analistas señalan - sino de la elaboración de una propuesta política articulada. Después de dos décadas, es lamentable constatar que los partidos de la izquierda peruana no han logrado aún renovarse y convertirse realmente en una alternativa democrática, madura y responsable. Hasta donde podemos ver no se ha profundizado lu suficiente en esta ‘crisis de paradigmas’ para extraer las lecciones pertinentes.
Bueno, yo era estudiante y tenía 10 años cuando esto sucedió. Quizá en aquel entonces no entendí su magnitud, pero recuerdo a mi padre celebrar este acontecimiento, aunque más por sus convicciones capitalistas que por otra cosa. Lo que señalas sobre la ausencia de bases por parte de los partidos de izquierda es totalmente cierto. Muestra de ello es la poca aceptación o representatividad que alcanzan en los comisios electorales. La verdad, espero que esto algún día cambie. Estaré a la expectativa de lo que has prometido respecto a reflexionar sobre lo ya mencionado. Saludos
ResponderEliminarQue diferencia con el artículo totalmente visceral que el mismo día publicó Aldo Mariátegui. Nos demuestra, tristemente, que pueden pasar veinte o más años pero siempre de uno u otro lado habrá gente pegada al dogma y poco propicia a la crítica y el diálogo. Allá fracasó el socialismo, en nuestro país sigue fracasando el liberalismo "gracias" a que sus exponentes son Aldo y cía.
ResponderEliminarNo sé si para bien o para mal, pertenezco a la generación post-Muro, post-Guerra Fría. Para ese momento recién iba a cumplir tres años así que no recuerdo nada. Mis más remotos recuerdos son los de un mundo unipolar y las películas en las que los soviéticos siempre eran los malos.
Algunos lo ponen como el triunfo de la libertad o la razón. Yo no creo que haya sido así. Más que el triunfo de alguien, fue el fracaso de otros. Al respecto, escribí un post:
http://josetalavera.blogspot.com/2009/11/tres-mitos-sobre-la-caida-del.html
Saludos
Estimado José:
ResponderEliminarDe acuerdo contigo. La caída del muro significó el colapso del comunismo, no la "victoria final" del neoliberalismo.
Un abrazo,
Gonzalo.