Gonzalo Gamio Gehri
Me propongo – en los próximos envíos, con excepción de alguna nota sobre temas de actualidad – desarrollar algunas reflexiones en torno a la identidad y la libertad cultural, que me planteé elaborar desde mi estancia española, pero que no he podido acometer hasta hoy por una serie de compromisos académicos adquiridos con anterioridad. Aprovecharé este espacio para hacerlo - dado que sigo teniendo compromisos académicos, incluso más urgentes -, respetando el formato de blog que, como se sabe, es menos formal en la expresión y más libre que el formato monográfico. Los blogs sirven fundamentalmente para ir afinando algunas intuiciones que podrán convertirse más adelante en modos de argumentación que puedan asumir la forma de ensayos o de artículos. Las recientes conversaciones con Pepi Patrón, Fidel Tubino y los miembros del Grupo de Desarrollo Humano de la PUCP me invitan a revisitar mis antiguas posiciones sobre el asunto, para someterlas a examen. Voy a ir examinando algunos casos histórico-filosóficos en la línea de Amartya Sen, Amin Maalouf , Kwame Appiah, entre otros, y ejemplos literarios – recurriendo a la obra de Walter Scott, Julio Ramón Ribeyro y José María Arguedas) que sirvan para ilustrar o matizar (o modificar) mis tesis; sin embargo, parto de la premisa de que la filosofía se ocupa de la cosa misma , y busca interlocutores sólo para esclarecerla tanto como le sea posible, desocultarla.
Planteo aquí solamente algunas ideas generales que acompañarán mi argumentación. Esbozos. Parto de algunas reflexiones sobre las identidades plurales que han sido expuestas en mi artículo Libertad cultural y Agencia humana, publicado hace unas semanas en un volumen colectivo sobre el enfoque de Desarrollo Humano (1). Siguiendo a Sen, nuestro self no puede ser definido unidimensionalmente – a partir, por ejemplo, de la pertenencia cultural, nacional y religiosa -, sin experimentar alguna clase de mutilación espiritual. Nuestra identidad, la imagen en torno a quiénes somos, cuál es nuestro lugar y dirección en los espacios sociales que habitamos, es una “obra abierta” que abarca una serie de elementos: ciertamente, pertenencia cultural, nacional y religiosa, pero también género, sexualidad, profesión, compromisos políticos, literarios, y un largo etcétera. Sen argumenta que estas facetas de la identidad suponen diferentes formas de afiliación y pertenencia. Aboga porque el individuo pueda encontrar, dentro de las limitaciones que los contextos le imponen, espacios de deliberación y libertad que le permitan elegir ordenar – en términos de una narrativa compleja – la jerarquía de lealtades que le permitan describir y orientar razonablemente el curso de su vida, sus compromisos y conflictos. Esta peculiar vindicación de la razón práctica implica el ejercicio de la libertad cultural, ale decir, la capacidad de suscribir los sistemas de creencias y valores vigentes, resignificarlos a través de la crítica, o incluso abandonarlos en nombre de otros ethe.
Por supuesto, esta posición está sujeta a una serie de límites y dificultades, que quisiera discutir en los posts que seguirán a éste. En primer lugar, La perspectiva liberal de Sen parece presuponer que la forma fundamental de vínculo social es la asociación voluntaria, tan exaltada por las teorías del contrato social. Parece no prestar la debida atención a las diversas formas de comunidades heredadas, o “no elegidas” (Walzer) que también constituyen los espacios de la forja dialógica de la identidad (Mead, Taylor, Honneth). Se trata de comunidades en cuyo seno crecemos y que podemos llegar a abandonar llegado el caso y con algún sacrificio, experimentando a menudo cierta pérdida en el proceso, a pesar de que estemos convencidos de la importancia o la ‘necesidad’ de afrontar dicho proceso. Sin embargo, dichas formas de habitación y membresía contribuyen a configurar nuestras distinciones valorativas y nuestras formas de discernimiento práctico.
Amin Maalouf ha ofrecido argumentos que contribuyen a relativizar – sin anularlas – las hipótesis de Sen. Sostiene que tendemos a privilegiar al interior de nuestra narrativa identitaria, aquellas facetas de la identidad que son hostilizadas o sometidas a situaciones conflictivas. En situaciones de supresión de libertades políticas, el pathos democrático de algunos ciudadanos puede asumir un lugar protagónico; en tiempos de discriminación religiosa, puede pasar lo mismo con el credo de quienes padecen hostilidades. Muchos homosexuales hacen lo propio cuando sus hábitos son cuestionados desde la autoridad política o religiosa o son reprimidos desde los esquemas morales dominantes. Creo que Maalouf tiene aquí un punto importante a su favor. Su idea me hace recordar aquellas reflexiones de Hannah Arendt transmitidas a Gershom Scholem, que señalaban que si “venía de alguna parte” era de “la tradición de la filosofía alemana” pero que si era atacada por ser judía, “respondía como judía”.
Quiero mostrar, en primer lugar, cómo es posible - si es posible, como creo que es - combinar a Sen con Maalouf desde el horizonte de una ética narrativa que haga justicia a las formas diversas de pertenencia como a las exigencias de la razón práctica. Quiero examinar luego dos situaciones interesantes, generalmente presentadas como “distorsiones de la identidad”, y discutir si en realidad lo son y en qué sentido lo son. Una es el repliegue, la actitud de refugio en la identidad cultural - y en las comunidades heredadas, concebidas prácticamente como “forzosas” – negando cualquier forma de cambio en el seno de las tradiciones, e incluso recurriendo a la violencia para preservar una presunta “pureza cultural”. Se trata de una forma de evasión de la realidad menos infrecuente de lo que suele pensarse. Voy a analizar el relato The Highland Widow, de Scott, en ese momento. Recuerdo que leí por primera vez ese relato en Zürich, en la navidad de 2001, y me prometí a mí mismo escribir sobre él alguna vez.
El otro fenómeno es la alienación, que examinaré primero desde Hegel, para abordar y criticar luego la versión coloquial de esta situación en el ámbito de las culturas. Se trata de un fenómeno conocido, después de todo. Si el repliegue nos resulta claramente una cierta forma de desgarramiento espiritual, el del desarraigo se manifiesta problemático, controversial. Todos conocemos personas que – por razones de parentesco o trabajo, o de estudios – han optado por la inmigración. Después de llevar años en el Perú, su país de origen, después de estudiar en venerables escuelas y universidades peruanas, la voluntad o el destino los ha llevado a radicar en ciudades de Europa o Norteamérica (u otras ciudades de América Latina). Algunas veces, con el tiempo, el cambio supone un proceso de conversión radical que implica el desarraigo casi absoluto. El nuevo hogar desplaza al primero. Algunos terminan sintiéndose completamente ajenos al Perú, al punto que cuando se refieren al país que los vio nacer, dicen “en tu precario país”,o algo parecido, renegando de parte importante de su propia herencia. El peruano es el otro. Incluso asumen políticas “duras”, y - paradójicamente - apoyan las medidas contra los inmigrantes, y abrazan posiciones que pasan por chauvinistas o extremistas. Los modelos culturales y personajes foráneos devienen verdaderos iconos, objetos de culto. El ejemplo más extremo y patético es el Bobby del cuento Alienación, de Ribeyro. Aunque muchas personas desaprueban esta clase de experiencias en abstracto - erróneamente o no -, ella nos plantea cuestiones importantes para la construcción y contrastación de interpretaciones éticas acerca de estos cambios y rupturas ¿Son estos sujetos “desertores” lamentables, o sólo podemos pensar de esa manera si asumimos como válidas ciertas categorías románticas del tipo del Volgeist, que pueden ser caracterizadas como ingenuas o engañosamente "esencialistas"? ¿O ellos están ejerciendo estrictamente su legítimo derecho a la libertad cultural?
'Libertad cultural' es una categoría compleja, que presenta diversas dimensiones que exigen una descripción rigurosa. Se trata de plantear estas cuestiones en el contexto de una fenomenología-hermenéutica de la identidad, el análisis crítico de textos literarios y desde una reflexión sobre las 'políticas del reconocimiento'.
Me propongo – en los próximos envíos, con excepción de alguna nota sobre temas de actualidad – desarrollar algunas reflexiones en torno a la identidad y la libertad cultural, que me planteé elaborar desde mi estancia española, pero que no he podido acometer hasta hoy por una serie de compromisos académicos adquiridos con anterioridad. Aprovecharé este espacio para hacerlo - dado que sigo teniendo compromisos académicos, incluso más urgentes -, respetando el formato de blog que, como se sabe, es menos formal en la expresión y más libre que el formato monográfico. Los blogs sirven fundamentalmente para ir afinando algunas intuiciones que podrán convertirse más adelante en modos de argumentación que puedan asumir la forma de ensayos o de artículos. Las recientes conversaciones con Pepi Patrón, Fidel Tubino y los miembros del Grupo de Desarrollo Humano de la PUCP me invitan a revisitar mis antiguas posiciones sobre el asunto, para someterlas a examen. Voy a ir examinando algunos casos histórico-filosóficos en la línea de Amartya Sen, Amin Maalouf , Kwame Appiah, entre otros, y ejemplos literarios – recurriendo a la obra de Walter Scott, Julio Ramón Ribeyro y José María Arguedas) que sirvan para ilustrar o matizar (o modificar) mis tesis; sin embargo, parto de la premisa de que la filosofía se ocupa de la cosa misma , y busca interlocutores sólo para esclarecerla tanto como le sea posible, desocultarla.
Planteo aquí solamente algunas ideas generales que acompañarán mi argumentación. Esbozos. Parto de algunas reflexiones sobre las identidades plurales que han sido expuestas en mi artículo Libertad cultural y Agencia humana, publicado hace unas semanas en un volumen colectivo sobre el enfoque de Desarrollo Humano (1). Siguiendo a Sen, nuestro self no puede ser definido unidimensionalmente – a partir, por ejemplo, de la pertenencia cultural, nacional y religiosa -, sin experimentar alguna clase de mutilación espiritual. Nuestra identidad, la imagen en torno a quiénes somos, cuál es nuestro lugar y dirección en los espacios sociales que habitamos, es una “obra abierta” que abarca una serie de elementos: ciertamente, pertenencia cultural, nacional y religiosa, pero también género, sexualidad, profesión, compromisos políticos, literarios, y un largo etcétera. Sen argumenta que estas facetas de la identidad suponen diferentes formas de afiliación y pertenencia. Aboga porque el individuo pueda encontrar, dentro de las limitaciones que los contextos le imponen, espacios de deliberación y libertad que le permitan elegir ordenar – en términos de una narrativa compleja – la jerarquía de lealtades que le permitan describir y orientar razonablemente el curso de su vida, sus compromisos y conflictos. Esta peculiar vindicación de la razón práctica implica el ejercicio de la libertad cultural, ale decir, la capacidad de suscribir los sistemas de creencias y valores vigentes, resignificarlos a través de la crítica, o incluso abandonarlos en nombre de otros ethe.
Por supuesto, esta posición está sujeta a una serie de límites y dificultades, que quisiera discutir en los posts que seguirán a éste. En primer lugar, La perspectiva liberal de Sen parece presuponer que la forma fundamental de vínculo social es la asociación voluntaria, tan exaltada por las teorías del contrato social. Parece no prestar la debida atención a las diversas formas de comunidades heredadas, o “no elegidas” (Walzer) que también constituyen los espacios de la forja dialógica de la identidad (Mead, Taylor, Honneth). Se trata de comunidades en cuyo seno crecemos y que podemos llegar a abandonar llegado el caso y con algún sacrificio, experimentando a menudo cierta pérdida en el proceso, a pesar de que estemos convencidos de la importancia o la ‘necesidad’ de afrontar dicho proceso. Sin embargo, dichas formas de habitación y membresía contribuyen a configurar nuestras distinciones valorativas y nuestras formas de discernimiento práctico.
Amin Maalouf ha ofrecido argumentos que contribuyen a relativizar – sin anularlas – las hipótesis de Sen. Sostiene que tendemos a privilegiar al interior de nuestra narrativa identitaria, aquellas facetas de la identidad que son hostilizadas o sometidas a situaciones conflictivas. En situaciones de supresión de libertades políticas, el pathos democrático de algunos ciudadanos puede asumir un lugar protagónico; en tiempos de discriminación religiosa, puede pasar lo mismo con el credo de quienes padecen hostilidades. Muchos homosexuales hacen lo propio cuando sus hábitos son cuestionados desde la autoridad política o religiosa o son reprimidos desde los esquemas morales dominantes. Creo que Maalouf tiene aquí un punto importante a su favor. Su idea me hace recordar aquellas reflexiones de Hannah Arendt transmitidas a Gershom Scholem, que señalaban que si “venía de alguna parte” era de “la tradición de la filosofía alemana” pero que si era atacada por ser judía, “respondía como judía”.
Quiero mostrar, en primer lugar, cómo es posible - si es posible, como creo que es - combinar a Sen con Maalouf desde el horizonte de una ética narrativa que haga justicia a las formas diversas de pertenencia como a las exigencias de la razón práctica. Quiero examinar luego dos situaciones interesantes, generalmente presentadas como “distorsiones de la identidad”, y discutir si en realidad lo son y en qué sentido lo son. Una es el repliegue, la actitud de refugio en la identidad cultural - y en las comunidades heredadas, concebidas prácticamente como “forzosas” – negando cualquier forma de cambio en el seno de las tradiciones, e incluso recurriendo a la violencia para preservar una presunta “pureza cultural”. Se trata de una forma de evasión de la realidad menos infrecuente de lo que suele pensarse. Voy a analizar el relato The Highland Widow, de Scott, en ese momento. Recuerdo que leí por primera vez ese relato en Zürich, en la navidad de 2001, y me prometí a mí mismo escribir sobre él alguna vez.
El otro fenómeno es la alienación, que examinaré primero desde Hegel, para abordar y criticar luego la versión coloquial de esta situación en el ámbito de las culturas. Se trata de un fenómeno conocido, después de todo. Si el repliegue nos resulta claramente una cierta forma de desgarramiento espiritual, el del desarraigo se manifiesta problemático, controversial. Todos conocemos personas que – por razones de parentesco o trabajo, o de estudios – han optado por la inmigración. Después de llevar años en el Perú, su país de origen, después de estudiar en venerables escuelas y universidades peruanas, la voluntad o el destino los ha llevado a radicar en ciudades de Europa o Norteamérica (u otras ciudades de América Latina). Algunas veces, con el tiempo, el cambio supone un proceso de conversión radical que implica el desarraigo casi absoluto. El nuevo hogar desplaza al primero. Algunos terminan sintiéndose completamente ajenos al Perú, al punto que cuando se refieren al país que los vio nacer, dicen “en tu precario país”,o algo parecido, renegando de parte importante de su propia herencia. El peruano es el otro. Incluso asumen políticas “duras”, y - paradójicamente - apoyan las medidas contra los inmigrantes, y abrazan posiciones que pasan por chauvinistas o extremistas. Los modelos culturales y personajes foráneos devienen verdaderos iconos, objetos de culto. El ejemplo más extremo y patético es el Bobby del cuento Alienación, de Ribeyro. Aunque muchas personas desaprueban esta clase de experiencias en abstracto - erróneamente o no -, ella nos plantea cuestiones importantes para la construcción y contrastación de interpretaciones éticas acerca de estos cambios y rupturas ¿Son estos sujetos “desertores” lamentables, o sólo podemos pensar de esa manera si asumimos como válidas ciertas categorías románticas del tipo del Volgeist, que pueden ser caracterizadas como ingenuas o engañosamente "esencialistas"? ¿O ellos están ejerciendo estrictamente su legítimo derecho a la libertad cultural?
'Libertad cultural' es una categoría compleja, que presenta diversas dimensiones que exigen una descripción rigurosa. Se trata de plantear estas cuestiones en el contexto de una fenomenología-hermenéutica de la identidad, el análisis crítico de textos literarios y desde una reflexión sobre las 'políticas del reconocimiento'.
(1) Cfr. mi ensayo aparecido en Ruiz-Bravo, Patricia, Pepi Patrón y Pablo Quintanilla (Editores) Desarrollo Humano y Libertades Lima, PUCP 2009 pp. 65-79.
Yo te aconsejo que dejes la filosofía como trabajo y te dediques a la política práctica. Mira Gonzalo cuanto ignorante y corrupto tenemos dirigiendo al país. Necesitamos que la gente decente y que piensa se meta de lleno a la cuestión pública y que no elucubre tanto.
ResponderEliminarRoy:
ResponderEliminarGracias por el comentario, pero yo creo que las "elucubraciones" también son importantes. No existe ninguna contradicción entre reflexionar y actuar como ciudadano. Finalmente son actividades a las que están llamadas todas las personas. No son - como piensan algunos - "prácticas de tipo elitista". Apelan al ejercicio de la agencia de cada ser humano.
Saludos,
Gonzalo.
Hola Gonzalo,
ResponderEliminarnos adelantaste un poco de lo que nos tienes preparado para adelante. Por ello, creo que te quedó poco espacio para desarrollar tus ideas aplicadas a Scott y Ribeyro. Por supuesto que ello ameritará tal vez un post para cada uno.
Rescato la idea de la diversidad al interior de la identidad. Concuerdo con Sen en esto: no hay identidades en sí mismas cerradas sino cruzadas. El peligro surge cuando se colocan ciertos acentos en alguno de los componentes en perjuicio de otros, lo que llevaría al fanatismo. Maalouf me parece que completa acertadamente a Sen: también es cierto (y yo creo que hasta cierto punto legítimo e inevitable) privilegiar algún componente de las identidades múltiples.
Mi pregunta es: Cuál de los liberalismos contemporáneos (en la línea de qué autor) crees que nos ofrece una salida al tema de la identidad cultural y al consenso necesario que deberíamos llegar para conciliar las diferentes valoraciones que existe, por ejemplo, sobre democracia o libertad?
Te pregunto ello porque el liberalismo es una concepción occidental y como tal también lleva impregnada una cosmovisión del mundo desde el lugar donde se enuncia.
Un abrazo,
Estimado Arturo:
ResponderEliminarEfectivamente, escribiré un post por tema. Esta es una introducción breve.
Creo que la línea que buscas puedes encontrarla en Sen, Appiah y Nussbaum. Sigamos discutiendo.
Un abrazo,
Gonzalo.