NOTA INTRODUCTORIA
Gonzalo Gamio Gehri
La lectura de La soberanía del Bien de Iris Murdoch ha suscitado un intercambio de ideas literarias, filosóficas y teológicas de enorme valor. Prometo seguir escribiendo sobre ella en breve. El esfuerzo por salir de una inflada y autoconsoladora subjetividad en pos de la visión de lo Real, sin cortapisas ni evasiones deliberadas, constituye la motivación fundamental del pensamiento de Murdoch. Sólo esta clase de lucidez permite al agente el ejercicio de la virtud. Esta forma de argumentar pone en evidencia la poderosa afinidad existente entre la obra de esta filósofa irlandesa y los diálogos platónicos, y no pocas coincidencias con los planteamientos de Simone Weil.
Murdoch entabla una lucha dramática contra la ética contemporánea de inspiración individualista. El hogar del Bien no se encuentra en los derroteros del yo y sus expectativas de maximización de utilidades, sino en la realidad que se resiste a ser encasillada a la medida de nuestras presuposiciones e intereses. La autora encuentra en la filosofía clásica y en las religiones – pese a no ser “creyente”, en un sentido tradicional – mecanismos útiles para poner en suspenso nuestra permanente referencia al yo y dirigir nuestra atención hacia aquello que lo trasciende, el encuentro con el otro. “¿Existen técnicas para purificar y reorientar una energía que es por naturaleza egoísta, de forma tal que cuando lleguen los momentos de elección estemos seguros de actuar correctamente?”. El cultivo de la visión y el trabajo de la atención constituyen condiciones indispensables para el ejercicio del discernimiento práctico.
Encontramos en la filosofía moral de Murdoch recurrentes referencias a las exigencias éticas planteadas en el Primer y el Segundo Testamento. Su peculiar énfasis en la recuperación del amor como impulso vital hacia el Bien pone de manifiesto esta profunda huella y deuda intelectual. En esta oportunidad, el notable teólogo mexicano Juan Bosco Monroy - radicado en el Perú hace muchos años – nos ofrece una reflexión sobre las ideas de Murdoch a la luz del mensaje Bíblico. Juan Bosco es hermeneuta bíblico, y actualmente se desempeña como profesor en la Universidad Antonio Ruiz de Montoya y en la CONFER. Es un honor para mí que publique sus puntos de vista en Política y Mundo Ordinario.
LA METÁFORA DE LA MIRADA
Juan Bosco Monroy
La propuesta hecha para la lectura del pensamiento de Iris Murdoch, no puedo hacerla con una manera “neutral”, como ella misma afirma, ya que suscita en mí ecos y resonancias muy fuertes de algo que se ha ido convirtiendo en central en mi experiencia de vida y de Dios.
Me llama mucho este llamado de atención a “las metáforas que dan cuenta de nuestra condición en el mundo” y lo relaciono con otro llamado de atención que hace Thomas Hart, cuando en su libro El manantial escondido[1] dedica todo un capítulo para hablar de las metáforas de Dios y nos afirma que la gran protección contra la idolatría es no encerrar a Dios en una sola metáfora, sino abrirse a la multiplicidad de metáforas que se pueden emplear para entrar en el misterio. A esto responde el hecho de que en la Biblia, Dios no tenga nombre y Él se niegue a revelar su nombre. El “nombre” Yavhé, no es nombre, es verbo… Dios se muestra a través de su actuar histórico, manifiesta su condición en el mundo y nos ayuda a buscar la nuestra.
Una de las metáforas que más fuerza tiene en el texto bíblico, se relaciona precisamente con este planteamiento de Iris Murdoch. La encontramos en lo que se conoce como la experiencia fundante de Dios, ya que es la experiencia que “funda” al pueblo de Israel y se encuentra en el libro del Éxodo. En esta experiencia Dios se revela como aquel que VE; como aquel que tiene una mirada hacia la realidad de sufrimiento del pobre, del esclavo.
El hablar de Dios, en el texto (Ex 3, 7-10), no se hace con ese “supuesto lenguaje explicativo y pretendidamente ‘neutral’”, sin o con un lenguaje que toma postura y hace opciones. Si hacemos un gráfico del texto, lo podemos visualizar así:
Yo, Yavhé soy el que
VE HUMILLACIÓN EGIPTO / ESCLAVITUD
OYE CLAMOR CAPATACES / TRABAJO
CONOCE SUFRIMIENTO OPRESIÓN / SOCIAL
Por eso,
BAJA FARAÓN / GOBIERNO LIBERAR
ENVÍA TIERRA / CONDICIONES DE VIDA
Es decir, que también en Dios, la mirada “produce en nosotros una suerte de ‘cambio de actitud’, una especie de metánoia”. Porque Ve, oye y conoce, por eso, baja y envía, y por eso tanto el descenso y el envío son a liberar y en relación directa con lo que se vio, oyó y conoció. La acción de Dios, bajar y enviar, son la metánoia producida en Él por el mirar. Por eso, de aquí en adelante, la autorevelación de Dios camina siempre en esta dirección y cuando habla a su pueblo se presenta como: “Yo soy, yahvé, tu Dios, el que saca de esclavitud” (Ex 20, 1). Ahí encontramos la “invitación a mirar con nuevos ojos la totalidad de lo que aparece, incluyendo la ciudad, así como el trasfondo cultural de las prácticas sociales, para darle a cada cosa el lugar que le corresponde”. A continuación de esta afirmación de Dios sobre sí mismo, viene el “decálogo”; las pautas éticas para organizar la vida social de pueblo que reconoce a este Dios; las prácticas sociales se reformulan para que no se repita la situación de esclavitud.
Incluso, este será el criterio teológico para diferenciar a Dios de los ídolos; ya que mientras Dios ve, oye conoce, siente y actúa en consecuencia, estos “tienen ojos pero no ven; tienen orejas pero no oyen, tienen pies pero no andan, tienen boca pero ni una palabra sale de ella” (Sal 115, 4-8). Así, “la metáfora de la visión, proyectándola hacia el campo de la reflexión ética” se convierte en el distintivo de Dios.
Llama la atención, en el texto, que pareciera que los asuntos propiamente “religiosos”, parecieran no importarle mucho a Dios; no es eso en lo que se fija, a lo que pone atención. Dios ve, oye, conoce y siente lo que se refiere a la política (esclavitud, gobierno faraónico), a lo económico (capataces, trabajos forzados), a lo social (opresión) y su acción, así como el encargo que deja también caminan por ahí: sacar del dominio del faraón (política) y llevar a una tierra donde el puebla tenga lo necesario para vivir (economía). Como sugiere el texto de Iris, “Lo único que es realmente importante es la capacidad de ver todo claramente y responder de manera justa”. De aquí en adelante, esto es lo verdaderamente religioso, lo teológico, lo creyente.
Históricamente, la consecuencia de esta experiencia fue una nueva organización social más igualitaria y justa que se encuentra en lo que conocemos como el tiempo de los jueces, o más exactamente, el tiempo de la Confederación de tribus.
La experiencia de este Dios, el Dios de la mirada, del oído, del sentimiento / conocimiento y de la acción invita a salir de sí mismo y a comenzar a vivir y a organizar la estructura social no a partir de sí mismo, como nos lo propone “el exacerbado individualismo presente en la ética contemporánea” sino a partir del otro y, específicamente, a partir del otro necesitado, oprimido, excluido, pobre, esclavizado.
Por eso los profetas de Israel, nos dirán como Isaías: “piedad con injusticia no lo soporto”, “el ayuno que a mí me agrada es que rompas las cadenas injustas, que liberes al oprimido”; o como Miqueas: “Ya sabes lo que le agrada a Dios, lo único que Dios te pide: que practiques la justicia, que ames con ternura y que camines humildemente con tu Dios”.
La perspectiva de Iris Murdoch coincide, entonces, con la perspectiva bíblica en que “La soberanía del Bien pretende iniciarnos en la salida del horizonte del yo como ‘lugar de ilusión’.”
Jesús de Nazaret, con sus parábolas / metáforas del juicio final o del samaritano, por recordar solo algunas, nos orienta en la misma dirección. No es actuando como el sacerdote y el levita que buscan su salvación personal en un dios de la misma índole como daremos sentido a la vida y a la fe; sino que, orientando la vida cotidiana en la perspectiva del “otro” como centro de nuestra atención y de nuestra acción, es como encontraremos a este Dios que se nos manifestó como Dios de la vida, Padre de todos, Liberador de los pequeños. Al final de la parábola del samaritano, Jesús plantea la pregunta ética: ¿quién de estos te parece que hizo lo correcto? Y agrega: “vete y haz lo mismo”. Es decir, “la ética no es fundamentalmente una clase de conocimiento especializado; es una forma saber práctico basado en la educación de la mirada, un “saber” accesible a todo ser humano…, a toda criatura racional y mortal que pretenda salir del territorio del hipertrofiado yo”.
Jesús lo resumirá en el único mandato que nos propuso como mandato inscrito en el corazón del hombre: amar a los demás. En ese sentido, coincidimos en que “no existe ninguna razón que nos lleve a sostener que la naturaleza humana está guiada por una suerte de télos”; lo que existe es la capacidad y la propuesta de mirar, discernir y decidir cada momento si queremos ponernos a nosotros mismos como centro de la existencia o si queremos “educar la mirada, enfocándola en modelos de perfección que nos liberan del tipo de fantasía egoísta”.
El cristianismo, la fe propuesta por esta experiencia de Dios, se convierte entonces en esta experiencia de descentramiento que invita a salir de sí; “ella hurga entre nuestras vivencias para identificar aquellas que contribuyan a la liberación del yugo de lo subjetivo”.
Este Dios que mira y define sus ser y su actuar como respuesta a la mirada, este Dios orientado esencialmente al no-yo, nos invita a “buscar estrategias que rompan esa ilusión egotista” a;”tomar medidas que nos permitan rasgar el velo, y salir hacia el no-yo”.
El Dios de Israel, el Dios de Jesús, “nos arranca fuera de la subjetividad y nos mueve hacia aquello que nos trasciende”: el otro, la realidad, la vida o no vida real de tantos.
[1] Hart, T.; EL MANANTIAL ESCONDIDO. La dimensión espiritual de la terapia. Desclée de Brouwer, Bilbao, 1997
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