Gonzalo Gamio Gehri
(Nota: las reflexiones que siguen continúan algunas ideas sobre el 'Espíritu de ortodoxia' (Grenier) y sobre el concepto fundamentalista de verdad. Será mejor leer este post a la luz de aquellos).
La filosofía aspira a combatir tenazmente el fundamentalismo y el espíritu corporativo que lo anima, procurando examinar hasta sus últimas consecuencias todo sistema doctrinal que pretenda concentrar sin más el privilegio de la verdad en pocas manos y mentes. Siguiendo la vieja herencia socrática, se trata de caer en la cuenta que la búsqueda de la verdad supone – antes que la imposición de un credo particular – la disposición a escuchar las razones de quienes no suscriben nuestras creencias y valores en el marco de un encuentro dialógico de interpretaciones y argumentos sobre los problemas del saber y el sentido de la vida. Este ejercicio contribuye a educar los espíritus en el aprecio de la diversidad y la apertura comunicativa hacia lo otro, el cultivo de la tolerancia y el esfuerzo por la construcción de consensos racionales (aunque provisionales) acerca de estos asuntos.
La filosofía nos previene contra el espíritu de la ortodoxia, no contra la creencia (al fin y al cabo, el punto de vista que defiendo es “militante” también, pero en un sentido claramente conceptual, no ‘ortodoxo’). Más bien el pensamiento crítico pretende acompañar nuestros modos de creer para evitar que caigamos en el dogmatismo y la irracionalidad. Nos invita a desarrollar una actitud cuestionadora que ponga de manifiesto los alcances, y sobre todo los límites, de nuestros compromisos teórico-prácticos. Nos “ejercita en el morir" (Platón / Hegel) en el sentido que nos enseña a considerar reflexivamente los supuestos de tales compromisos y a reformularlos o abandonarlos si es que las razones que los sostienen pierden solidez y plausibilidad; tal práctica crítica se convierte a medida que se la ejercita en una héxis, en un modo de vivir que asume la experiencia de la muerte de nuestras narrativas y el tránsito dramático hacia nuevas formas de pensar y de orientar la vida. La pérdida del propio saber es por cierto una experiencia terrible – en cierto sentido, se trata de la pérdida de uno mismo, el pavoroso derrumbarse de lo que uno reconoce correcto y verdadero – pero constituye una vivencia mortal decisiva para el despertar de una genuina conciencia filosófica.
La filosofía nos previene contra el espíritu de la ortodoxia, no contra la creencia (al fin y al cabo, el punto de vista que defiendo es “militante” también, pero en un sentido claramente conceptual, no ‘ortodoxo’). Más bien el pensamiento crítico pretende acompañar nuestros modos de creer para evitar que caigamos en el dogmatismo y la irracionalidad. Nos invita a desarrollar una actitud cuestionadora que ponga de manifiesto los alcances, y sobre todo los límites, de nuestros compromisos teórico-prácticos. Nos “ejercita en el morir" (Platón / Hegel) en el sentido que nos enseña a considerar reflexivamente los supuestos de tales compromisos y a reformularlos o abandonarlos si es que las razones que los sostienen pierden solidez y plausibilidad; tal práctica crítica se convierte a medida que se la ejercita en una héxis, en un modo de vivir que asume la experiencia de la muerte de nuestras narrativas y el tránsito dramático hacia nuevas formas de pensar y de orientar la vida. La pérdida del propio saber es por cierto una experiencia terrible – en cierto sentido, se trata de la pérdida de uno mismo, el pavoroso derrumbarse de lo que uno reconoce correcto y verdadero – pero constituye una vivencia mortal decisiva para el despertar de una genuina conciencia filosófica.
“Si la filosofía no quisiera taparse los ojos ante el grito de laEsta experiencia inaugura una nueva forma de pensar y de actuar. Este modo de ser nos advierte acerca del carácter desmesurado y escasamente realista de la aspiración conservadora a que nuestras teorías y cosmovisiones culturales trasciendan con éxito la condición – plenamente humana – de finitud y temporalidad de nuestros conceptos y enfoques racionales. En esta línea de pensamiento – más bien “liberal” y “postmoderna” – es que podemos interpretar la afirmación de Hegel de que “la vida del espíritu no es la vida que se asusta ante la muerte y se mantiene pura de la desolación, sino la que sabe afrontarla y mantenerse en ella” [2]. La experiencia de la negación razonable del propio saber, lejos de degradar la vocación intelectual del espíritu humano, hace posible la apertura de nuevos horizontes de reflexión y compromiso vital. Ella genera nuevos espacios de libertad.
humanidad angustiada, tendría que partir – y que partir con conciencia – de que
la nada de la muerte es algo, de que cada nueva nada de muerte es algo nuevo,
siempre nuevamente pavoroso, que no cabe apartar con la palabra ni con el
silencio”[1].
Este “escepticismo metodológico - narrativo”– que he tomado de la obra de Hegel, Berlin y Oakeshott –:lleva conscientemente las narrativas generales (particularmente las propias) por el camino de lo negativo, el examen exhaustivo de aquellas creencias que compiten en el tiempo por nuestra lealtad y adhesión sin temor a la pérdida de la “verdad”, sin dejar ningún espacio para rehuir el desmontaje y la refutación de las mismas. Con todo, este enfoque no debe confundirse sin más con determinadas variantes nihilistas o pirrónicas del mismo, que consideran imposible la afirmación de alguna clase de conocimiento. Este escepticismo metodológico reconoce, por cierto, la razonable pretensión de saber, pero también es consciente del sustrato hermenéutico y la ineludible historicidad de nuestras formas de investigación y reflexión. Además de la actividad filosófica, la teoría matemática y física – y la crítica literaria – han caído, por ejemplo, en la cuenta de la dimensión intersubjetiva y deliberativa del esfuerzo por la verdad[3]. Sólo las formas “oficiales” de ideología sagrada o profana parecen aferrarse a un concepto totalitario de saber....para las comunidades que suscriben posturas fundamentalistas, la ilusión del pensamiento único parece permanecer intacta en sus programas teóricos.
La experiencia de la metànoia - el cambio en el modo de pensar y de sentir - agudiza nuestro juicio y nos hace más sensibles ante las diferencias. Nos advierte acerca de la sencilla transformación de la vocación ortodoxa por el control doctrinal en el ejercicio totalitario del poder y la fuerza. Esta perspectiva tiene innegables repercusiones en la vida pública, y en nuestra valoración del poder. La filosofía como preparación para la muerte reconoce los efectos potencialmente violentos del monismo, y de la pretensión fundamentalista por imponer la doctrina correcta a través de la “política”. Esta posición defiende el pluralismo como la única forma conocida hasta hoy de garantizar la convivencia razonable entre los credos y las libertades cívicas de las comunidades y los ciudadanos. Sugiere, además, que la dicotomía verdad / poder requiere elaborar distinciones importantes; probablemente el poder sea algo que debe ser distribuido y entregado antes que concentrado en nombre de la posesión de la verdad, un saber que proscribe la diversidad. Ello implica aprender de las lecciones que nos imparte un mundo heterogéneo; las personas y las comunidades pueden elegir diferentes modos de vida y valores que sean guían para su acción sin dejar por ello de ser estrictamente “humanos” y “racionales”[4]. Todo lo contrario, la diversidad bien podría ser una marca de nuestra condición[5]. Aceptar la muerte del fundamentalismo político implica estar dispuestos a sustituir los grandes relatos por “pequeñas narrativas”, narrativas identitarias que se desarrollan al interior de escenarios políticos plurales. El supuesto práctico de este giro conceptual consiste en señalar que – en el contexto de la muerte de las antiguas “evidencias”- ningún ideario político o metafísico debería sentirse con la autoridad moral para poder sacrificar la libertad y el juicio humanos en los altares de una (inmutable) verdad.
[1] Rosenzweig, F. La estrella de la redención Salamanca, Sígueme 1997 p. 45.
[2] Hegel, G.W.F. Fenomenología del espíritu op.cit. p. 24.
[3] Esta manera de entender el trabajo intelectual – en la ciencia, en la filosofía habría que buscar en la obra de Vico, Hegel , Dilthey y Gadamer - se remonta a la obra de Thomas S. Kuhn. Cfr. Kuhn, Th. S. The Structure of Scientific Revolutions 2da. ed. Chicago, University of Chicago Press, 1970; revísese asimismo MacIntyre, A. “Epistemological crises, dramatic narrative and the philosophy of science” en: The monist, 60(4), 1977, pp. 453-472.
[4]Véase Berlin, Isaiah “The idea of pluralism” en:Anderson, Walter T. The truth about the truth New York, G.P. Putnam´s sons 1995;p. 51.
[5] Uso el término “condición” en su sentido arendtiano, no esencialista.
Estimado Gonzalo,
ResponderEliminarMe has sugerido el relato de Prometeo
Al robar el fuego del conocimiento para dárselos a los humanos, fue condenado por los dioses. Para los jóvenes hegelianos, simbolizaba a la persona que se afirma contra lo divino en nombre de un racionalismo liberal y antirreligioso que exalta la libertad moral y la autonomía de la conciencia.
“En una palabra, yo odio a los dioses”. Cuando el apático se regocija de que en apariencia la situación civil del conocimiento ha empeorado, se le puede responder como Prometeo le contestó a Hermes (servidor de los dioses): “Haz de saber que yo no cambiaría mi mísera suerte por tu servidumbre. Prefiero seguir a la roca encadenado antes de ser el criado de Zeus”.
Estimado Héctor:
ResponderEliminarGracias por tu mensaje. Qué poderosa la frase de Prometeo. Y sí, yo defiendo radicalmente la libertad moral y la autonomía de la conciencia, pero también me considero una persona religiosa. El cristianismo - tal y como lo veo - es una religión de encarnación y libertad concreta.
Saludos,
Gonzalo.
Gonzalo,
ResponderEliminarEl sentido de la filosofía no es el combate del fundamentalismo sino la búsqueda de la verdad. Me parece que tienes una obsesión injustificada con el reaccionarismo de corte filo católico. Digo injustificada porque no representa uno de los principales males de hoy ya que su influencia intelectual es marginal así como el número de sus seguidores.
De otro lado, no entiendo cómo puedes proclamarte como católico y al mismo tiempo identificar la ortodoxia y la creencia en dogmas como algo indeseable y contrario a la razón. El cristianismo, como la mayor parte de las religiones, necesita de dogmas. ¿Qué son los dogmas? Fundamentos meta-racionales de la Fe. Sin dogmas como el de la Trinidad, la encarnación, la naturaleza humana y divina de Cristo y la resurrección de Jesús el cristianismo pierde su sentido. Sin principios como el amor universal a los semejantes también quedaría distorsionado el mensaje cristiano. Los católicos creemos que Dios ha establecido una Iglesia que es guiada por el Espíritu Santo para preservar el mensaje de Cristo en la tierra. Si uno no cree en esto, no tiene sentido ser católico.
Yo creo en todos estos principios aunque no puedan comprobarse por la filosofía o la ciencia. Son verdades reveladas que se aceptan o se rechazan (aunque a partir de la revelación se puede llevar a cabo una aproximación racional al misterio. Creo que eso pretende ser la teología).
En este sentido, siguiendo tu razonamiento: ¿Creer en dogmas como los que he mencionado va en contra de una sana y tolerante forma de hacer filosofía?
uan:
ResponderEliminarNo, no va en contra. Al menos no necesariamente.
La crítica no es a los dogmas religiosos - que yo confieso -, sino al "espíritu de ortodoxia" (Grenier) una actitud "política" que proscribe la crítica". Lo que sucede es que este texto supone la lectura de un post anterior. Pondré los links, para evitar confusiones.
Saludos,
Gonzalo.
Vaya. Pretender comprender (o justificar) al Matemático que confía en el azar, al Ateo que le agradece a Dios el serlo; al “librepensador”, al Filósofo sediento de verdades, limitado por temores divinos basados en cuentos; cuentos dictados por las ideas milenarias y doctrinales de una (incuestionable) fe proclamada necesaria, (por conveniencia, temor, necesidad o gloria).
ResponderEliminarSerá una bonita y cultural forma de desaprovechar el tiempo: o de intentarlo, ¡gastándolo!, ya algo aprenderá la ignorancia (de suponerla hábil). Solo eso, y no la ilusa (atada por la fe) libertad de pensamiento.
El placer de la polémica eructa vanidades ganadoras que se despiden gozándose, y decepciones perdedoras buscando justificarse (por lo que se dijo mal o no “muy claro”) generalmente tarde, ambas, innecesarias: supongo.
Por cierto, la Geografía no pintó en el mapa a Burundi.
La Filosofía “no aspira a combatir a nadie”; ¡aspiran los filósofos!, con su sapiencia (y sus dogmas)… Y no lo supongo.
La ignorancia salva mis desplantes eructados por, será, ¿envidia de saber tanto?, ¿o ansiedad por saber más?
Felicidades Doctor, sin su permiso, le he anexado en mi lista de Blogs.
Alfonso Díaz Ortega.
Alfonso:
ResponderEliminarEncuentro un poco fuerte su estilo de escritura, pero gracias por su comentario.
Saludos,
Gonzalo.