Gonzalo Gamio Gehri
Construir ciudadanía significa – entre otras cosas – contribuir a crear conciencia crítica en torno al acceso de todos los individuos a los bienes asociados a la posesión de derechos universales y a las libertades vinculadas a la pertenencia a una comunidad política libre y a la participación política. El corolario de esta tesis es que las diferencias de raza, cultura, religión, género o sexualidad no constituyen motivos razonables para exceptuar a ciertos individuos del disfrute o el ejercicio de tales bienes. De tal forma que el daño que provoca la exclusión y la discriminación es inaceptable en la perspectiva de una democracia constitucional. No obstante, para hacer justicia y reparar a la víctima es preciso comprender la ‘naturaleza’ y alcances de la injusticia. Para aproximarnos al sufrimiento del excluido resulta insuficiente el vocabulario de la economía moderna y del derecho básicamente procedimental: la primera contempla la realidad desde el criterio del cálculo costo-beneficio, el segundo estudia la conducta humana desde su remisión a reglas universales. Necesitamos una aproximación al fenómeno del daño que no abandone el horizonte de la singularidad humana, el carácter eminentemente particular de la acción y las relaciones humanas.
Es en este punto en el que el aporte del trabajo de las humanidades es decisivo. En los últimos años, filósofos de la talla de Richard Rorty, Iris Murdoch, Bernard Williams y Martha Nussbaum han recurrido a la vieja y fecunda relación entre la ética y la literatura[1]. Estos filósofos han argumentado – desde diferentes derroteros conceptuales - que los desarrollos metafísicos de la filosofía moral no permitían la configuración de modos de pensar y sentir con el otro concreto en circunstancias concretas. El otro que sufre no es un “otro generalizado” o una de las “partes” del hipotético contrato social. Es un ser humano que posee un cuerpo, ha desarrollado su identidad a través de vínculos de amor, amistad y pertenencia social, tiene un conjunto de creencias religiosas, políticas, morales; posee atributos de raza, género, nacionalidad; tiene preferencias literarias, sexuales, etc. Afronta determinadas circunstancias adversas que producen en él dolor. Identificar la injusticia, así como sus efectos sobre las víctimas – y eventualmente la discusión en torno a los modos que permitirían conjurarla y reparar el daño – requiere algo más que la intelección de principios abstractos. Exige una conexión empática con la víctima que nos permita descubrir – de manera incontestable – la humanidad del otro.
“Decir que todos los hombres son humanos es una tautología, pero es útil, puesto que sirve para recordarnos que quienes pertenecen anatómicamente a la especie homo sapiens y pueden hablar un lenguaje, usar herramientas, vivir en sociedades, cruzarse a pesar de las diferencias raciales, etc., son también semejantes en otros aspectos que se olvidan más fácilmente. Estos aspectos son, en especial, la capacidad de sentir dolor, tanto por causas físicas inmediatas como por diversas situaciones representadas en la percepción y en el pensamiento; asimismo, la capacidad de sentir afecto por los demás, y sus consecuencias, relacionadas con la frustración del mismo, pérdida de su objeto, etc.”[2]
La empatía es una operación de la reflexión y de la imaginación que permite a quien la ejercita ponerse tentativamente en la circunstancia que el otro que sufre afronta. Procura sentir con él y plantearse lo que podría hacer desde esa situación de injusticia y dolor. De este modo, la deliberación práctica se nutre tentativamente de la experiencia de la víctima, de tal forma que el agente se vea impulsado a actuar en su favor. Digo “tentativamente”, porque lo que el agente deliberativo hace es reconstruir – con los recursos que brinda la percepción emotiva y el pensamiento – la situación del otro, sus creencias, sus sentimientos. Por medio del diálogo, tal conexión puede ser más estrecha aún. Evidentemente, hay un límite para esa proyección, una parte de ese dolor es incomunicable. Sin embargo, este diálogo constituye una premisa ineludible para el compromiso cívico: nos brinda una comprensión clara de la vulnerabilidad humana y nos permite asumir la defensa de quien padece injusticia.
La literatura, la historia y las artes nos ejercitan en esa clase de deliberación, que se nutre de la experiencia de la empatía. Estas disciplinas nos remiten explícitamente a las experiencias de incertidumbre, indolencia e injusticia, y nos exhortan a asumir una posición que involucre por igual el trabajo de la razón práctica y las emociones. La toma de posición exigida no es la que asumiría un espectador imparcial que pondera costos y beneficios, un observador completamente ajeno a las circunstancias que se viven. Se trata de una perspectiva que procura contar con un retrato complejo de la situación, de tal manera que el agente deliberativo sabe que está emitiendo juicios – y eventualmente tomando decisiones - que afectan o afectarán directamente a otros seres humanos reales. La proyección empática no sólo me acerca a la experiencia del dolor de la víctima; desarrolla en mí la convicción de que resulta perfectamente posible que yo estuviese en esa misma situación, reaccionando de modo similar, etc. El acto de ponerme en el lugar del otro, procurar sentir con él –e incluso responder por él si no está en condiciones de responder por sí mismo - equivale precisamente a percibirlo como uno de nosotros. En otras palabras, equivale a reconocerlo como parte efectiva de nuestra comunidad política.
Es en este punto en el que el aporte del trabajo de las humanidades es decisivo. En los últimos años, filósofos de la talla de Richard Rorty, Iris Murdoch, Bernard Williams y Martha Nussbaum han recurrido a la vieja y fecunda relación entre la ética y la literatura[1]. Estos filósofos han argumentado – desde diferentes derroteros conceptuales - que los desarrollos metafísicos de la filosofía moral no permitían la configuración de modos de pensar y sentir con el otro concreto en circunstancias concretas. El otro que sufre no es un “otro generalizado” o una de las “partes” del hipotético contrato social. Es un ser humano que posee un cuerpo, ha desarrollado su identidad a través de vínculos de amor, amistad y pertenencia social, tiene un conjunto de creencias religiosas, políticas, morales; posee atributos de raza, género, nacionalidad; tiene preferencias literarias, sexuales, etc. Afronta determinadas circunstancias adversas que producen en él dolor. Identificar la injusticia, así como sus efectos sobre las víctimas – y eventualmente la discusión en torno a los modos que permitirían conjurarla y reparar el daño – requiere algo más que la intelección de principios abstractos. Exige una conexión empática con la víctima que nos permita descubrir – de manera incontestable – la humanidad del otro.
“Decir que todos los hombres son humanos es una tautología, pero es útil, puesto que sirve para recordarnos que quienes pertenecen anatómicamente a la especie homo sapiens y pueden hablar un lenguaje, usar herramientas, vivir en sociedades, cruzarse a pesar de las diferencias raciales, etc., son también semejantes en otros aspectos que se olvidan más fácilmente. Estos aspectos son, en especial, la capacidad de sentir dolor, tanto por causas físicas inmediatas como por diversas situaciones representadas en la percepción y en el pensamiento; asimismo, la capacidad de sentir afecto por los demás, y sus consecuencias, relacionadas con la frustración del mismo, pérdida de su objeto, etc.”[2]
La empatía es una operación de la reflexión y de la imaginación que permite a quien la ejercita ponerse tentativamente en la circunstancia que el otro que sufre afronta. Procura sentir con él y plantearse lo que podría hacer desde esa situación de injusticia y dolor. De este modo, la deliberación práctica se nutre tentativamente de la experiencia de la víctima, de tal forma que el agente se vea impulsado a actuar en su favor. Digo “tentativamente”, porque lo que el agente deliberativo hace es reconstruir – con los recursos que brinda la percepción emotiva y el pensamiento – la situación del otro, sus creencias, sus sentimientos. Por medio del diálogo, tal conexión puede ser más estrecha aún. Evidentemente, hay un límite para esa proyección, una parte de ese dolor es incomunicable. Sin embargo, este diálogo constituye una premisa ineludible para el compromiso cívico: nos brinda una comprensión clara de la vulnerabilidad humana y nos permite asumir la defensa de quien padece injusticia.
La literatura, la historia y las artes nos ejercitan en esa clase de deliberación, que se nutre de la experiencia de la empatía. Estas disciplinas nos remiten explícitamente a las experiencias de incertidumbre, indolencia e injusticia, y nos exhortan a asumir una posición que involucre por igual el trabajo de la razón práctica y las emociones. La toma de posición exigida no es la que asumiría un espectador imparcial que pondera costos y beneficios, un observador completamente ajeno a las circunstancias que se viven. Se trata de una perspectiva que procura contar con un retrato complejo de la situación, de tal manera que el agente deliberativo sabe que está emitiendo juicios – y eventualmente tomando decisiones - que afectan o afectarán directamente a otros seres humanos reales. La proyección empática no sólo me acerca a la experiencia del dolor de la víctima; desarrolla en mí la convicción de que resulta perfectamente posible que yo estuviese en esa misma situación, reaccionando de modo similar, etc. El acto de ponerme en el lugar del otro, procurar sentir con él –e incluso responder por él si no está en condiciones de responder por sí mismo - equivale precisamente a percibirlo como uno de nosotros. En otras palabras, equivale a reconocerlo como parte efectiva de nuestra comunidad política.
[1]Véase al respecto Nussbaum, Martha El conocimiento del amor Madrid, Machado 2005; Idem, El ocultamiento de lo humano Barcelona, Paidós 2006; Idem, Justicia poética Santiago, Andrés Bello 1999; Idem El cultivo de la humanidad Santiago, Andrés Bello 2001; Rorty, Richard ¿Esperanza o conocimiento? México, FCE 1997; Idem, Verdad y progreso Barcelona, Paidós 2000; Murdoch, Iris La soberanía del Bien Madrid, Caparrós 2001; Williams, Bernard Shame and necesity Berkeley, University of California Press 1994.
[2] Williams, Bernard “La idea de Igualdad” en: Feingberg, Joel Conceptos morales op.cit., pp. 270-271.
Esta última entrada tuya me hizo recordar una vez más la tarea fundamental del periodismo. Esta es encontrar los medios y elaborar las estrategias necesarias para llevar información a la sociedad. Y además, tratar de crear y desarrollar estos lazos de empatía que sirven para mejorar nuestras vidas. En pocas palabras, y robándome algunas tuyas: hacer de lo incomunicable, lo comunicable.
ResponderEliminarMuchos saludos,
Emily.
PD: Muy bonita frase: Evidentemente, hay un límite para esa proyección, una parte de ese dolor es incomunicable.
Hola Emily:
ResponderEliminarGracias por tu comentario. Interesante discutir el argumento desde el periodismo.
Saludos,
Gonzalo.
Recuerda la labor de los corresponsales de guerra; por ejemplo, la de los periodistas en la franja de Gaza. Su tarea es capturar esos momentos en imagenes y en palabras. Hay un libro de Susan Sontag que habla tambien de la importancia de las fotografias de guerra, pero no me acuerdo el nombre.
ResponderEliminarGran artículo, podras coincidir o no en lo que te exprese a continuación, pero la realidad es que de ese modo me lo imagine.
ResponderEliminarMientras leía atentamente tu artículo, y mientras la palabra "empatía" sobrevolaba mi pensamiento, de repente llego a mi la imagen pura del Che Guevara.
Que hombre!
No me sorprendería que suplantaran la palabra "empatía" por la de "Che".
Si existió un hombre que no solo sintió, sinó que peleo por los oprimidos y los desprotegidos fue sin dudas el Che.
Un cálido abrazo y pasate por mi blog:
http://www.seroestar-hoy.blogspot.com/
Saludos!
Lucas.
Creo que en esencia, el punto de vista liberal dice que el estado es despues que el individuo. El derecho a la vida y a la libertad es innato al individuo, estos derechos se adquieren al NACER y no se pierden en el contrato social.
ResponderEliminarDe ahi que el estado no te "otorga", ni te "impone" una libertad moral que ya traes desde el nacimiento. El estado solo arbitra para que esa realizacion individual sea no-destructiva del derecho de otros.
Los derechos humanos, pretenden ser esa ultima linea defensiva del individuo ante las exigencias del bien publico ejecutadas a traves del estado.