Gonzalo Gamio Gehri
Quisiera discutir ahora la descripción de Michael Walzer de la cultura liberal como una manera de bosquejar el 'mapa de las instituciones' en el mundo moderno. Como se sabe, el concepto de liberalismo está expuesto a una serie de despropósitos y malos entendidos de todo calibre, que van desde identificarlo con la doctrina del 'capitalismo salvaje' hasta confundirlo con la extraña prédica de Bush (cuando está claro que el actual presidente norteamericano es un neoconservador político y un integrista religioso). En todo caso, examinar la postura del autor de Esferas de la justicia frente a este asunto será particularmente interesante. Señala Walzer que, a diferencia de los mundos pre-modernos – en los que las diversas formaciones sociales constituían una realidad unificada en función de un único bien dominante (la gracia divina, la remisión al kosmos, etc.) – el mapa liberal distingue claramente instituciones separadas: el Estado, el mercado, la Universidad, las Iglesias: cada una de ellas entraña principios de acción y exigencias prácticas diferentes. “El liberalismo es un mundo de muros”, advierte, “y cada uno de ellos engendra una nueva libertad”.[1] La doctrina lockeana de la separación entre el Estado y la comunidad religiosa tenía la intención de configurar un espacio privado para la libertad de conciencia, y un ‘espacio público’ para la tolerancia en materia religiosa: en adelante, el tema de la salvación corre a cuenta y riesgo del creyente. De igual modo, la universidad se separa de ambos fueros, con el objetivo de garantizar el pensamiento independiente y la libertad de cátedra. El mercado, como es sabido desde la pluma de Adam Smith, se convierte en un escenario libre del control estatal en materia de producción, consumo e intercambio económicos.
El diseño liberal consiste en la práctica del arte de la separación, ejercicio que mantiene la autonomía relativa de las esferas de vida; se trata, afirma Walzer, de “una adaptación necesaria, tanto moral como política, a las complejidades de la vida moderna”[2]. No obstante, se trata de un arte que no ha sido cultivada con la radicalidad que requiere: el liberalismo ha sido comprendido desde la limitación de las esferas y sus bienes constitutivos, pero no se ha logrado aún conjurar la vocación imperialista del dinero. El llamado “neoliberalismo” – la ideología imperante hoy en el occidente noratlántico, y los países del sur que acusan su influencia – ha proclamado sin reservas la proyección de la lógica del mercado hacia las demás manifestaciones de la vida social, de modo que casi todo pueda traducir su valor al lenguaje conmensurador del dinero. El poder económico, asimismo, suele llamar al poder político. No es difícil reconocer el talante antiliberal de esta forma contemporánea de tiranía cultural. El liberalismo es – en esta línea de interpretación - un proyecto incompleto.
No debe pensarse que este autor pretende conculcar las libertades económicas; antes bien, pretende entender las prácticas económicas dentro de un horizonte mayor de modos de actuación diferenciados (políticos, intelectuales, religiosos, etc.), de tal manera que cada uno reclama espacios de libertad para entregarse a sus prácticas y lograr sus fines correspondientes: cualquier forma de imperialismo sociocultural vulnera la igualdad compleja. Ciertamente, Walzer no está pensando en la abolición del mercado como receta contra la mercantilización de la vida: la sutileza de sus análisis le impiden sugerir soluciones simples y burdas para resolver problemas complejos. El problema es prudencial, alude a saber reconocer con lucidez el lugar de la vida económica en el todo de la vida social, pues se trata de asignarle su lugar correcto a cada una de las instituciones sociales que componen el diseño liberal. La economía de mercado es, puede ser – dentro del lugar que le corresponde -, una fuente de genuina libertad y bienestar, y no sólo un detonante de desigualdades: es preciso combatir el fundamentalismo capitalista tanto como el utopismo anti-mercado. Nuestro autor indica en este sentido que “la moralidad del bazar esta bien en el bazar. El mercado es una zona de la ciudad, no la ciudad entera. Y se comete un gran error, pienso, cuando la gente (...) pretende su abolición total. Una cosa es desalojar del Templo a los mercaderes, y otra muy distinta desalojarlos de las calles”[3].
El diseño liberal consiste en la práctica del arte de la separación, ejercicio que mantiene la autonomía relativa de las esferas de vida; se trata, afirma Walzer, de “una adaptación necesaria, tanto moral como política, a las complejidades de la vida moderna”[2]. No obstante, se trata de un arte que no ha sido cultivada con la radicalidad que requiere: el liberalismo ha sido comprendido desde la limitación de las esferas y sus bienes constitutivos, pero no se ha logrado aún conjurar la vocación imperialista del dinero. El llamado “neoliberalismo” – la ideología imperante hoy en el occidente noratlántico, y los países del sur que acusan su influencia – ha proclamado sin reservas la proyección de la lógica del mercado hacia las demás manifestaciones de la vida social, de modo que casi todo pueda traducir su valor al lenguaje conmensurador del dinero. El poder económico, asimismo, suele llamar al poder político. No es difícil reconocer el talante antiliberal de esta forma contemporánea de tiranía cultural. El liberalismo es – en esta línea de interpretación - un proyecto incompleto.
No debe pensarse que este autor pretende conculcar las libertades económicas; antes bien, pretende entender las prácticas económicas dentro de un horizonte mayor de modos de actuación diferenciados (políticos, intelectuales, religiosos, etc.), de tal manera que cada uno reclama espacios de libertad para entregarse a sus prácticas y lograr sus fines correspondientes: cualquier forma de imperialismo sociocultural vulnera la igualdad compleja. Ciertamente, Walzer no está pensando en la abolición del mercado como receta contra la mercantilización de la vida: la sutileza de sus análisis le impiden sugerir soluciones simples y burdas para resolver problemas complejos. El problema es prudencial, alude a saber reconocer con lucidez el lugar de la vida económica en el todo de la vida social, pues se trata de asignarle su lugar correcto a cada una de las instituciones sociales que componen el diseño liberal. La economía de mercado es, puede ser – dentro del lugar que le corresponde -, una fuente de genuina libertad y bienestar, y no sólo un detonante de desigualdades: es preciso combatir el fundamentalismo capitalista tanto como el utopismo anti-mercado. Nuestro autor indica en este sentido que “la moralidad del bazar esta bien en el bazar. El mercado es una zona de la ciudad, no la ciudad entera. Y se comete un gran error, pienso, cuando la gente (...) pretende su abolición total. Una cosa es desalojar del Templo a los mercaderes, y otra muy distinta desalojarlos de las calles”[3].
Lleva un curso con Rochabrún -.-... Recomendación sincera y a casi ritmo de Unicef: en buena onda.
ResponderEliminar¿Abolir el mercado. Cancelar su ritmo es una respuesta simplista? Habría que preguntarse ¿Cómo surge el capitalismo? ¿Qué es lo que lo motiva? ¿Cómo es que se reproduce?
Este no es el tema del post pero creo que es necesario que lo tomes en cuenta.
Lo de llevar un curso con Rochabrún iba en serio, eso no quita tu sabiduría para una serie de temas de vital importancia.
Hola Sebastián:
ResponderEliminarEn buena onda, yo también. Interesante sugerencia: no leer un libro, si no llevar un curso....sólo falta decir que viene con "conversión garantizada" (como si fuera un retiro ¡Qué ortodoxo!).
Dudo que Rochabrún - un maestro sapientísimo y un interpreté brillante de Marx, voy a leer su último libro - plantee abolir el mercado, o desaparecer cualquier forma de capitalismo.
Saludos,
Gonzalo.
GONZALO, no he dicho eso... y tampoco he dicho que Rochabrún diga eso. Sino que entendiendo la interpretación que Rochabrún da a Marx, el capitalismo es más complejo que una esfera que se apropia de otras.
ResponderEliminarYo no planteo abolir el mercado y no se si Rochabrún lo planteará o no. no se en que parte del comentario dije eso. En todo caso disculpa mi poca capcidad para expresar mis ideas -.-.
No se quién vendría a ser el ortodoxo acá.
ResponderEliminarHola Sebastián:
ResponderEliminarA lo mejor el que entendió mal fui yo.
Hagamos una cosa: yo leo a Rocabrún y tú lees "Esferas de la justicia" (¡la propuesta de Walzer no es tan simple!). Y luego intercambiamos ideas. Salomónico.
Saludos,
Gonzalo.
Me parece perfecto. Hoy voy a la PUCP y sacaré el libro. Me ha gustado la propuesta.
ResponderEliminarExcelente. Quedamos así.
ResponderEliminarqué bacán ver este tipo de tolerancia constructiva.
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